Capítulo 3

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Capítulo 3

Micah estaba nervioso. Había pasado una semana desde que dejó la nota dentro del territorio de la manada. No sabía que esperar, la verdad. Durante los dos primeros días estaba convencido que los lobos le rastrearían y le atacarían. Cuando su paranoia bajó, comenzó a pensar que le habían ignorado, lo que le provocaba alivio y crispación a partes iguales, porque maldita sea necesitaba seguir su camino. Ahora la paranoia había vuelto atenazando al omega en su interior. Tenía miedo que los lobos de la manada le rastreasen hasta el restaurante, aunque había tratado de ser cuidadoso, una manada tan grande como aquella, seguramente tendría rastreadores experimentados. Pero a los que de verdad temía Micah era a los ejecutores. Sabía de lo que eran capaces, su padre había sido uno de ellos. Un ejecutor no cuestiona, si tiene ordenes, las cumple. O morirá intentándolo. Eran betas con la agresividad de un alpha. Su padre había sido el primer ejecutor de la manada. Infalible, duro, tan frío y distante... y sin embargo fue su padre el que dio la cara por él.

Micah tenía 9 años cuando presentó su omega, su primer cambio. Cuando los niños de la manada cumplían los 8 años, se les preparaba para el primer cambio, que podía llegar en los siguientes dos años. Era raro que un niño de 10 años no hubiese cambiado, y si eso ocurría, se le consideraba un fallo de la naturaleza y por lo tanto debía ser eliminado. Para los que sí cambiaban, ese primer encuentro con el animal que compartía su alma, marcaba el rol que cumpliría en la manada. Si era beta, se le formaba como a un guerrero. Con el tiempo a los que fuesen más fuertes se les entrenaría como a ejecutores. Los que tenían mejores sentidos se les enseñaba a ser rastreadores, también eran los que hacían guardias, rondas de vigilancia.... los betas eran los encargados de la fuerza de la manada. Luego estaban los gamma. Eran lobos sumisos, no tan fuertes como los betas ni con sus instintos agresivos. Los gamma, eran los encargados del mantenimiento de la manada. Los recolectores, los que cocinaban, limpiaban, cultivaban. En su manada el chaman siempre era un gamma. Para las niñas había una opción más. Podían presentar como omegas. Las omegas eran necesarias para la manada, por que eran las encargadas de equilibrar a los lobos más agresivos. Una omega tenía la capacidad de conectar con las energías, los pequeños espíritus. Cuando un hombre se perdía en su lobo, era a las omegas a las que se recurría para traerlo de vuelta. Era normal que un alpha estuviese enlazado con una omega. El alpha era el lobo más fuerte. Con los instintos más agresivos. Su animal era el más complejo de todos y por lo tanto necesitaba más control que ningún otro para mantenerlo a raya. La lucha entre el lobo y el hombre en los alphas era continua. Por eso necesitaba tener cerca a una omega. Su contacto era tranquilizador y le daba al animal la paz para mantener el equilibrio.... pero un macho omega... era una abominación. Ningún alpha aceptaría la ayuda o el contacto íntimo con otro hombre. No, eso era contranatural y por lo tanto era considerado un fallo y era eliminado. Por eso fue una sorpresa para Micah que su distante padre, diese la cara por él aquel día. Y nunca dejó de hacerlo. Se lo llevó y lo educó. Juntos viajaron por todo el país. Su padre le contaba historias de antiguas manadas, las normas, le educó como pudo con todo lo que sabía sobre pelear, rastrear, protegerse....incluso consiguió que una vieja omega de una pequeña manada le enseñase a conectar con los dones, que como omega tenía. El alpha de aquella pequeña manada no pudo hacer nada, en realidad su padre le había tumbado en la pelea, pero lo único que le pidió a cambio de su vida fue que la vieja omega enseñase a su hijo.

Su padre había muerto hace tiempo, y murió protegiéndolo. Peleando hasta el final, dando batalla a tres lobos ejecutores de una manada con la que tuvieron la desgracia de cruzarse. Había sido él, había sido culpa de Micah. Entró en su territorio, necesitaba un sanador. Su padre necesitaba ayuda por primera vez en su vida y Micah desoyó su sentido común y entró a su territorio. Un error. Un gran error. Le cogieron, ni siquiera le dejaron explicarse, pedir ayuda para su padre. Nada. La primera paliza fue la peor. Pero cuando su padre le encontró y se plantó delante de aquella manada tratando desesperadamente de liberarlo aquello dolió mucho más que los golpes. Su padre peleo sabiendo que no saldría de allí con vida, con la única intención de comprar tiempo para que su hijo pudiese escapar. Pero Micah no pudo. No pudo huir. No podía dejarlo ahí. Prefería morir luchando junto a su padre. Y aunque sabía que no era rival para cualquier lobo de aquella manada, desnudó sus colmillos y arremetió como su padre le había enseñado. Micah luchó, no solo contra los lobos si no contra todos sus instintos que le gritaban que se sometiese al lobo más fuerte, que presentase el cuello y mostrase la barriga. Pero él no haría eso. No cuando su padre estaba sangrando por él.

ManadaWhere stories live. Discover now