Capítulo 2

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Capítulo 2

Dos semanas habían pasado desde que Micah decidió dejar el bosque. En su forma de lobo podía cazar y alimentarse, pero últimamente había estado en esa forma por demasiado tiempo, y un lobo solitario, sin manada y más un lobo omega corría el riesgo de desvanecerse. Los lobos eran animales sociables, necesitaban el refuerzo de la manada para que el animal estuviese equilibrado y Micah no tenía eso. Además y al contrario de lo que los humanos podían creer, había otros depredadores más peligrosos que él, en especial que yo, pensó amargamente. Su padre se había esforzado por enseñarle todo lo que necesitaría, le enseñó a cazar, a interpretar los olores, a leer las huellas, seguir rastros, detectar los pequeños detalles que todo cazador necesita saber, le enseñó a defenderse tanto en su piel humana como en su lobo... le enseñó a sobrevivir. El recuerdo de su padre trajo un nudo de sentimientos que se esforzó por no dejar pasar de su garganta. Esta noche no, se dijo. Él se necesitaba entero esa noche.

Micah dejó el bosque hace dos semanas con una decisión tomada. Primero debía recomponerse, descansar un poco... llevaba caminando toda su maldita vida. El último pueblo humano en el que estuvo fue hace unos cinco meses. Se quedó una pequeña temporada y siguió a delante. No se quedaba mucho cerca de los humanos... demasiados olores, demasiados ojos mirando.... Así que se alejó del bosque y buscó un pueblo o una ciudad... lo que encontró fue una pequeña localidad aislada que había crecido pegada a la carretera. Resultó que estaba a unos 14 km, del límite del territorio de la manada. Micah se encontró parado delante del edificio más feo que había visto en mucho tiempo, Restaurante Motel. Bueno, eso decía. Servían menús baratos para camioneros o conductores de paso. En la parte superior se alquilaban habitaciones para pasar la noche o por horas, sí, esa clase de habitaciones. Cuando Micah entró y preguntó por el dueño a la regordeta señora de mediana edad con el pelo escandalosamente rojo pasión, ella le guiñó un ojo y la llevó con Al.

Al, era el dueño del restaurante y del motel y del párquing para los camiones y de la pequeña gasolinera con dos surtidores mugrosos de Diésel A. Al era un pequeño gordo hombre calvo, que parecía sudar la misma grasa que impregnaba todo el establecimiento. Le miró con escepticismo mientras Micah le daba las referencias de todas las cocinas de mala muerte de todos los antros malolientes en los que había trabajado. Al, lo miraba con esos pequeños ojos cuestionadores, evaluando al pequeño joven afeminado que se plantaba orgulloso en su cocina.

-Veamos, si la mitad de lo que dices es cierto podrás con el turno de cenas de esta noche. -y no se habló más. Micah trabajó junto al hombre en la cocina aquella noche. Una vez supo donde estaba todo, y la manera en la que le gustaba trabajar a su grasiento jefe, Micah se desenvolvió con agilidad. Una cocina o cien, todas eran lo mismo. Mismo infierno, demonio diferente... la voz de su padre resonó en su cabeza. Al finalizar el turno de cena, Micah estaba exhausto pero satisfecho y Al lo miraba con algo parecido al reconocimiento, el escepticismo se había esfumado.

-Bueno chico. El trabajo es tuyo. Si quieres la habitación es tuya, se te descontará del sueldo. La paga en efectivo cada viernes. Alguna pregunta.

-No. -Micah no tenía ninguna pregunta. Solo daba gracias al cielo por no ser un humano atrapado en un trabajo como ese de por vida. Y ahora, después de dos semanas de ordenes de cocina, limpiar, fregar y lavar, lavar y lavar grandes fogones, ollas y sartenes, había llegado el momento de seguir con su vida. Aunque el trabajo no era exigente, si era cansado, aún así, Micah había logrado estabilizar su lado humano. Había comido tres veces al día todos los días y había dormido 6 horas todas las noches. El paraíso. Ahora tenía que seguir adelante. Esa fue su decisión. Él no podía regresar. No había nada para él ahí. Había sido expulsado de su manada. En realidad los planes de la manada eran eliminarlo como la abominación que era. Solo la intervención de su padre se interpuso entre el alpha y su inminente muerte. Su padre era el orgulloso ejecutor de la manada y como tal usó toda la influencia que tenía para cambiar la pena de muerte por el exilio. Micah tenía nueve años cuando presentó su omega. Los que hasta entonces había conocido, le dieron la espalda. Sus amigos, sus hermanos, su propia madre. La manada entera, lo miraban con un desprecio y un odio que se clavó en su alma y aún hoy le perseguía. Solo la espalda de su padre frente a él le salvó de caer en los brazos de la desesperación. Sus puños apretados, gruñidos, amenazas, dientes y muchos gritos.... no era un buen recuerdo. Esa misma noche él y su padre abandonaron la manada. Así que no, no había ningún hogar al que regresar. Ni nadie esperando su regreso. Él solo podía seguir adelante, pero por ningún motivo iba a cruzar por el territorio de una manada sin haber sido invitado. La última vez que la desesperación le llevó acometer esa imprudencia lo había pagado. Lo había pagado con creces, con dolor, humillación y sangre. Mucha sangre. Las cicatrices en su cuerpo se lo recordaban cada día. Era un milagro que hubiese escapado. Un milagro que hubiese sobrevivido. Así que no, no iba a cruzar sin ser invitado. Pero he ahí la paradoja, necesitaba entrar para dejar un mensaje, ya que las vías habituales para ponerse en contacto con el alpha de una manada desconocida estaban vetadas para él. Necesitaba contactar de alguna manera y no estar cerca cuando se diesen cuenta que era un lobo omega.

ManadaWhere stories live. Discover now