Algo nuevo para contar

Mulai dari awal
                                    

Él sonrió, con amargura, y se concentró en las heridas que su alumna tenía en la cara. Deval se acercó a Ankur, con cuidado, para revisar el cuerpo.

—Ahora cuéntame algo que no sepa. Ella dijo que nos estaría viendo. Lo que no entiendo es qué tienen que ver los elfos en esto.

—Había algunos allá.

—Muy pocos —agregó Deval, arrodillado y tomando el pulso del medio elfo—. No son muy dados con los demás, tienen un complejo de superioridad terrible.

—Lo único que sé es que acabo de romper el trato —concluyó ella—. Por mi culpa, van a condenarnos esta vez. Ha dejado de moverse. Creo que ya no respira.

El hechicero más joven se levantó y fue hacia ellos.

—Pues, se lo merecería, por degenerado. No podía atacar sin esperar retribución. Pero no está muerto, Nirali. Sí necesita ayuda urgente.

—Bien —musitó Sarwan, yendo hacia el herido—. Porque ahora le voy a cortar su excusa de pene y luego lo obligaré a comerse los restos.

—No —exigió ella—. No vas a hacer nada.

Los dos la miraron, incrédulos.

—¿Vas a dejar que se quede tan tranquilo?

—¿Para que luego intente lo mismo con otra chica en el futuro?

—No le van a quedar ganas —afirmó la joven—, créanme.


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Los dos hechiceros terminaron arrodillados junto al cuerpo del medio elfo, esperando a que Aruni apareciera y les pidiera explicaciones por lo ocurrido. Decidieron echarse la culpa, dejar a Nirali fuera de eso. Se sentían responsables de la explosión que ella no había podido prevenir. La falta de entrenamiento y de información había terminado con ese resultado. Nirali se negaba a aceptarlo.

—Ahora que lo pienso, siempre estuvimos en peligro —reflexionó Deval, enterrando sus dedos en la tierra, hasta el punto de lastimárselos—. Pensamos que nadie recordaría lo que habíamos hecho y no tuvimos en cuenta a los sobrenaturales. Todavía somos cazadores para ellos.

La muchacha se acercó al joven inconsciente, con las mejillas llenas de lágrimas. No quedaba nada de la explosión de fuego, del poder incontrolable. Había sido algo sin explicación para ella. Si llegaba a necesitarlo en ese instante, no sabría repetirlo.

—Lo siento. Ni siquiera lo vi venir —susurró, con sinceridad—. O sí, pero no lo pensé —corrigió, al recordar la piel ardiente, la visión en rojo. Entonces se volvió, no soportaba verlo—. Ahora seremos condenados por esto.

Sarwan le tomó la mano y la hizo volverse. No sabía hasta qué punto la estremecía con ese solo gesto.

—Escucha. No tienes la culpa —la animó, con suavidad—. Te defendiste. Y no sabes lo aliviado que me siento de que pudieses hacerlo.

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