Algo nuevo para contar

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—Buenos días, muchachos —saludó Sujan, sonriente—. ¿Quieren desayunar algo en especial? Mi hijo ha ido al bosque más temprano a traer leña, llegará hambriento muy pronto.

Como en los viejos tiempos, Sarwan supo que su compañero no había aprendido a mentir bien. Se armó con la mejor sonrisa y fue hasta el posadero para darle una palmada y llevarlo fuera de la habitación.

—Estamos bien. Hoy iremos primero a entrenar, al bosque —aclaró, antes de cerrar la puerta en la cara del anciano—. ¡Pero guárdenos algo!

Una vez solos, él soltó el aire que se le había quedado atorado. Maldijo por lo bajo, había logrado ponerse nervioso al final. Detrás de él, Deval arrojó sus cosas por la ventana.

—¿Dónde está Nirali? —preguntó, más serio.

—Apúrate. Te lo diré en el camino.


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Cuando llegaron a mitad del sendero del bosque, vieron que Nirali los estaba esperando. Era notorio que ella había estado llorando. Pero lo más grave eran los arañazos que tenía en su cara y su ropa sucia. Se adentraron en la maleza.

—Lo siento, Sarwan —dijo ella, con la voz entrecortada, mientras avanzaban entre los arbustos—. Lo siento tanto.

—No, pequeña —respondió él, entristecido—. Perdóname tú.

Continuaron un trecho, en silencio. Sarwan había sido puesto al corriente de lo poco que había visto el hechicero rubio. Eso, sumado a lo que ambos imaginaban y lo que esperaban que no hubiese ocurrido, hizo que la ira empezara a nublarle los sentidos.

—Tuviste síntomas antes y no lo dijiste —asumió Deval, con precaución—. ¿No es así?

—Creí que estaba absorbiendo la esencia de la salamandra —explicó ella, sin detenerse—. No pensé que fuese otra cosa. Y, ahora... hice algo horrible.

Llegaron hasta el lugar donde yacía Ankur. Estaba al centro de un círculo de pasto ennegrecido y ramas quemadas. Había sido el blanco de un ataque de fuego de potencia media. Eso explicaba el agotamiento de la muchacha. Y el sujeto todavía tenía los pantalones puestos, bien cerrados. Más allá del alivio, llegó la comprensión de algo terrible: el que estaba en el suelo no era un simple humano.

«Y si llegan a poner un solo dedo sobre cualquier sobrenatural, iré por ustedes» sonó la advertencia de la bailarina en la cabeza del hechicero.

Sarwan tuvo que sostenerse del árbol más cercano, porque el mundo comenzó a dar vueltas en sus ojos. Era una pesadilla. Todo lo que había ocurrido desde que había despertado. Un desastre espantoso. No podía ser cierto.

—Dioses —se lamentó, pensando a toda velocidad—. ¿Es cruza de elfo? ¿O sea que Sujan también?

—Y dijo algo de que estamos en la mira desde Refulgens —informó la aprendiz—. Que nos vigilan a pedido de alguien.

Espíritus de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora