Capítulo 24.

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Cuando los más fuertes empiezan a fallar, siempre habrán personas que se aprovechen de ello, es como una ley escrita. Siempre habrán personas que sentirán lástima y se lamentarán; estarán aquellos que van a brindar su apoyo incondicional sin importar qué; y por último aquellos que demostrarán el peor lado de ellos mismos, intentando beneficiarse mientras los demás están sufriendo.

Por más que lo intentaba, Gabriela simplemente no podía destacarse como antes lo hacía. Dentro de ella rondaba una fuerza negativa que hacía que sus esfuerzos por volver a ser como antes, fueran nulos. Por más que tenía personas que la animaban y estaban a su lado para darle alegría, también habían personas que sin poder evitarlo influían negativamente en ella. Así que todo su buen desempeño al iniciar en la Academia se había desvanecido para dar paso a un camino lleno de debilidad y fracaso inminente.

Nuevamente se encontraba llorando, pero no de tristeza. Esta vez sus lágrimas se debían a la gran frustración que ahora la llenaba. Frustración con la vida, por haberle hecho tanto daño a su padre, arrebatándole lo más importante para él. Frustración con ella misma, por ser incapaz de cumplir la promesa que internamente le hizo a su padre, aquella promesa de no dejar que lo que había sucedido le afectara también.

—Lo lamento...—murmuraba hacia la ventana, como lo hacía cuando era una niña, cuando tenía ilusiones de que su padre la estaba escuchando mientras hablaba—. No sirve de nada querer autodenominarse honorable cuando no puedes cumplir una promesa. No merezco hacerme reconocer como la hija de un militar si no soy capaz de levantarme ante las adversidades.

Era como si sus propias palabras estuvieran destinadas a herirla, porque sentía como ardía su garganta apenas las pronunciaba, ese sentimiento era horrible. Limpiaba sus lágrimas con cuidado sin dejar de ver una fotografía en donde estaba ella cuando tenía tres años, siendo cargada por su padre, quien estaba sonriendo y llevaba su uniforme de gala. Recordó que ese día habían asistido a una ceremonia de ascenso, una de las primeras de su padre.

—Pero si me retiro, te estaré fallando más aún. No puedo hacerlo...

Unos pasos se oyeron por los pasillos fuera de su cuarto, seguidos del ruido de la puerta abriéndose. Gabriela se volteó rápidamente y se encontró con aquel muchacho de ojos claros que se había ganado su confianza.

—Pensabas retirarte...—fue lo único que dijo apenas estuvo dentro de la habitación.

Pero no estaban solos, pues la voz de él diciendo aquellas palabras, llamó la atención de su amiga castaña que también iba llegando.

— ¿Qué? ¿Estás hablando en serio?—preguntó en el mismo estado de sorpresa que el chico.

Gabriela tan sólo pudo bajar la mirada, pocas veces lo hacía; agachó la cabeza porque se prohibió a ella misma siquiera intentar mentirles. El par de castaños enfrente de ella lo entendieron al instante, era cierto. Cuando ella iba a hablar por primera vez desde que sus amigos llegaron, su amiga la interrumpió:

—No te lo vamos a permitir. Aquella chica que se esfuerza siempre para motivar a todos a ser mejor cada día, merece recibir el mismo apoyo. Te lo daremos, porque una soldado como tú no merece caer, ¿entiendes?

Posiblemente sí pueda haber calma en medio de la tempestad. Posiblemente los soldados caídos sí puedan tener redención.

La hija del MilitarWhere stories live. Discover now