Capítulo 16.

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— ¡Veinte más!—ordenó el General a cargo de los soldados ese día.

Siguieron bajando su cuerpo lo más que pudieron, completando el ejercicio de flexiones de pecho en el campo de entrenamiento. El Sol ardía más de lo usual, y todos estaban conscientes de ello, pues estaban más cansados y acalorados de lo normal. De seguro acabarían con sus espaldas ardiendo luego del entrenamiento. Respiraban con dificultad, en especial el trío de mujeres, aunque ya se hacían la idea de acostumbrarse a llegar al límite cada mañana, así como ya se habían adaptado a estar realmente en la Academia militar.

Un pitido les anunció que ya habían terminado por esa mañana, y que debían asistir a los salones en media hora. Se levantaron y trataron de incorporarse, llevando aire a sus pulmones con desespero.

— ¿Vamos juntos al patio?—sugirió la morena, hablando con sus dos amigas y el chico que se les había acercado al acabar él también.

Los tres asintieron y se fueron caminando. Pero antes de seguir, el castaño que las acompañaba decidió regresar en busca de su gorra, que distraídamente se le había olvidado en el campo. Las chicas siguieron su camino y, para sacar tema de conversación, la morena se atrevió a preguntar por el estado de Gabriela.

—Estoy mejor, en serio.

—Pero, ¿estás segura de que no sabes la razón del desmayo? Es decir; es muy extraño que te haya sucedido de la nada. Al menos que sea el sobreesfuerzo que has tenido estos días...

Gabriela se lo pensó unos segundos antes de contestar. Habían grandes posibilidades de que en serio sea eso, ya que todos estos días ha dado todo lo mejor de su cuerpo hasta llevarlo a esforzarse demasiado, solamente para ser la mejor, o intentarlo.

— ¿Saben algo? Creo que ese fue el motivo, es probable.

Un grito detuvo el recorrido a pie de las tres, era su amigo castaño, parecía muy agitado, pues venía corriendo, como si algo extremadamente importante lo haya hecho querer llegar cuanto antes hasta donde el trío femenino.

—Gabriela, el General en jefe te solicita en su oficina... urgentemente—susurró con dificultad, por el aire que le faltaba.

La susodicha dudó un instante. Descartó la posibilidad de que se haya metido en problemas, era evidente que no lo había hecho. Y el que no la debe, no la teme, como solían decirle. Asintió y se dirigió lo más rápido que pudo a las oficinas centrales. Llegó al primer escritorio, en donde la mujer detrás le informó que la estaban esperando dentro de la oficina. Abrió la puerta y se retiró la gorra verde al entrar.

—General, me avisaron que me solicitaba con carácter de urgencia... ¿En qué le puedo servir?

—Torrealba, como te dijeron: este asunto es de suma importancia. Ha llegado a mis manos una información que es de tu incumbencia. Se trata del Capitán Torrealba, del batallón noventa y ocho.

Se puso alerta al oír el nombre de su padre. Tal vez les había llegado una carta, como respuesta a la que ella le envió anteriormente. Ojalá hubiera sido eso.

—El Capitán Torrealba, tu padre, se encuentra herido de gravedad por una bala que lo alcanzó hace dos días en una de las comisiones. Verás, hubo un disturbio social en la zona y tuvieron que cumplir su labor. Uno de los antisociales que estaba armado soltó varios disparos y desafortunadamente le dio a Torrealba.

Ahora Gabriela podía comprender la razón del extraño presentimiento que la había invadido estos días.


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Quería preguntarles: ¿tienen alguna duda acerca de la historia hasta ahora? Si es así, déjenla en los comentarios.

La hija del MilitarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora