Capítulo 12.

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Gabriela sonrió mientras regresaba caminando al comedor. Finalmente había podido enviar la carta a su padre, había tenido que esperar y ahora podría estar tranquila por eso. Ella había salido mientras que sus amigos iban a quién sabe dónde a buscar las armas para poder verlas. Esperaba que no los atraparan desobedeciendo las reglas; los castigos eran severos y muy fuertes en la Academia.

— ¡Gabriela!—llamó una de sus amigas detrás de ella, antes de poder abrir la puerta y entrar al comedor.

Ella se detuvo a esperarla y entraron juntas, deseando no haber llegado tarde para la comida. Aunque, considerando que estaban en la Academia, donde cada día cocinaban para alimentar a una tropa entera, dudaban haberse quedado sin almuerzo.

— ¿Cómo les fue?—cuestionó la chica a su amiga sin dejar de sonreír.

—Bien. No nos atraparon y pudimos ver las armas que usaremos hoy—contó con cierta emoción en su voz.

—Eso es bueno. ¿Y qué armas vamos a usar?

— ¡Nos enseñarán a disparar una desert eagle!—exclamó en voz baja.

Era muy evidente que su amiga realmente quería aprender a disparar un arma. Ambas caminaron y fueron a la barra a esperar para servirse algo de comer. Junto a ellas llegó el amigo de Gabriela, como siempre, a acompañarlas en su conversación.

—Y pronto aprenderemos a disparar una AK 47.

La tercera chica entró al comedor y se reunió con su grupo de amigos. Cuando llegó a su lado, lo primero que notó fue el brillo en los ojos de la castaña al lado de Gabriela.

— ¿Por qué tanta emoción? ¿Qué sucede?

— ¡¿En serio dispararemos una AK 47?!—preguntó en el mismo tono emocionado.

El chico asintió y eso la alegró todavía más. Gabriela sólo recordó aquel primer día en el que ambas chicas le habían confesado que en realidad no era su voluntad estar en la Academia. Y pensar que ahora una de ellas estaba con su emoción al límite por la simple idea de que iba a disparar un arma de fuego.

—Espera... ¿No estabas aquí en contra de tu voluntad?—preguntó Gabriela, divertida y cruzando sus brazos.

—Las cosas cambian—respondió a modo de excusa.

Esa respuesta solamente provocó las risas de todos ellos, mientras la acusaban por decir una excusa para nada creíble. Pronto llegó la hora de volver al campo de entrenamiento, donde los alumnos se reunirían para acatar las órdenes que recibirían acerca de a dónde tenían que ir para que finalmente les impartieran la clase de disparos. Vieron la clase teórica, acerca del mecanismo interno de las armas de fuego, también vieron unas cuantas clasificaciones básicas. Dos horas después se encontraban en el polígono de tiro, todos en una hilera, enfrente de una mesa donde se encontraban las desert eagle que había mencionado la castaña.

—Todos tomen un arma. Espero que los niños puedan cargarla sin que se les resbale de las manos—ordenó con burla un Capitán—. Ese es el primer paso: poder al menos cargar la poderosa arma que tienen.

Los uniformados obedecieron, tomando un arma cada uno. Para Gabriela no era algo nuevo tocar un arma, mucho menos sujetarla, eso fue una clara ventaja sobre sus otros compañeros. Puesto que, lamentablemente, a unos cuantos chicos —incluyendo una de sus amigas— casi se les cae el arma, provocándoles algo de dificultad poder sostenerla con firmeza.

—Sujeten bien el arma. El dedo pulgar en la parte superior de la empuñadura; el dedo índice en el gatillo; los tres restantes rodeando sin presión la empuñadura—indicó.

Gabriela lo hizo. Su irradiante confianza de alguna forma pudo contagiar a sus tres amigos, dándoles seguridad a ellos también con sólo dedicarles una sonrisa.

—Ustedes pueden—susurró, mirando a los tres sucesivamente.

Si ella confiaba tanto en sus amigos, de seguro que ellos también podrían.

La hija del MilitarWhere stories live. Discover now