Capítulo 19.

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La joven entró a la habitación a donde la había llevado el General Nuñez, ahí se encontraba su padre y sintió que el mundo caía a su alrededor cuando lo vio en aquella cama, con un vendaje cubriendo su brazo derecho. Supuso que ahí fue donde la bala había penetrado su piel.

—Papá—murmuró y se arrodilló al lado de la cama de sábanas blancas.

Se retiró la gorra de la cabeza y la puso a un lado de su padre. Luego tomó su mano, que estaba inmóvil al igual que él. Entonces el dolor en su pecho aumentó cuando los ojos de su padre no se abrieron a su llamado, no la había escuchado, y cómo le dolía eso.

—Me prometiste que esto jamás iba a pasar... cuando tenía once años, ¿lo recuerdas?

Sus lágrimas no dejaron de salir de sus ojos. Por primera vez en la vida ella le hablaba a su padre y él no le respondía, no la miraba, no la sentía a su lado. Ver a su héroe postrado en una cama sin poder moverse era demasiado difícil para ella. La situación la estaba destruyendo poco a poco, estaba acabando con su fortaleza y también con ella misma.

— ¿Por qué tuvo que pasar? ¿Quién puede responderme, papá?—preguntaba una y otra vez en voz alta, aunque sabía que no podía ser escuchada.

El General Nuñez entró nuevamente a la habitación y después de quitarse la gorra, se acercó a la cama en donde estaba su amigo de toda vida. También le dolía, no tanto como a la hija del Capitán Torrealba, pero aún así le dolía.

—Será internado hoy en el hospital, aquí no podremos mantenerlo durante mucho tiempo—explicó y ella asintió.

—Entiendo.—Se levantó y limpió su cara, después volvió a preguntarle—: ¿Sabe cuánto riesgo hay de que... muera?

Tuvo que esforzarse bastante para pronunciar aquella palabra, no quería atraer el mal, como decía mucha gente supersticiosa cada vez que alguien decía lo que podría pasar. Pero tampoco había que mentirse a sí mismo con esperanzas falsas.

—No lo sé, pero hasta ahora no ha tenido complicaciones y ha mantenido estabilidad en su salud. No te angusties—pidió y acarició el cabello de Gabriela.

—Es inevitable. No importa lo fuerte que pueda ser una persona, hay cosas que ni con la mayor fortaleza pueden soportarse, General—dijo con la voz quebrada.

—Lo sé.

El General se acercó y la abrazó, pues cuando el dolor se compartía, tenía posibilidades de disiparse aunque sea un poco. Ella dejó caer un par de lágrimas más en el hombro del General, aún le quedaba mucho dolor que soltar.

La puerta se había abierto nuevamente y esta vez, entró el General superior del batallón. El General Nuñez se paró firme ante su presencia, al igual que Gabriela.

—Han llegado a llevarse al Capitán Torrealba a donde puedan atenderlo—informó y luego miró a Gabriela—. Gabriela, lamento lo que está pasando y comprendo tu dolor. Puedes ir con los enfermeros.

Ella aceptó y acató la orden, saliendo de la habitación para que aquellas personas vestidas de blanco pudieran empezar a trasladar a su padre al hospital más cercano. Lo subieron en una camilla dentro del vehículo y ella también subió, sin apartarse de su lado.

—Juntos, pase lo que pase, padre—afirmó en un susurro.

Su mano —que estaba sujetando la del Capitán— de pronto sintió una ligera fuerza ejerciéndose a su alrededor. Cuando bajó la vista, efectivamente la mano de su padre apretaba la suya, y después escuchó su debilitada voz susurrar:

—Pase lo que pase, Gabriela.

La hija del MilitarWhere stories live. Discover now