Capítulo 11.

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—Estira más—sugirió Gabriela, mientras ayudaba a su morena amiga a estirar su brazo.

Se encontraban en la zona de descanso al lado del campo de entrenamiento. Después de completar la carrera de obstáculos, les habían ordenado a los soldados un último ejercicio de saltos. Eso de verdad los había terminado de agotar. En especial al trío femenino.

— ¡No siento mis piernas!—se quejó nuevamente la castaña sentada al lado de ellas.

—No se quejen tanto, no sabrán lo que es el verdadero dolor hasta mañana—avisó Gabriela aún sosteniendo el brazo de su amiga.

Siguieron hablando del sobreesfuerzo que sus superiores les habían puesto, cuando el chico que conocían se acercó a ellas, caminando como podía, claro.

— ¿Qué tal van, chicas?—preguntó, ofreciéndoles botellas de agua a las tres.

—Aún no se disipa el dolor de músculos, ¿tú?

—Aguanto lo que puedo. Después de todo, esto es sólo el inicio y debemos acostumbrarnos a llegar al límite.

—Tienes razón—estuvieron de acuerdo.

Luego de media hora, los mandaron de nuevo a las habitaciones para limpiarse e ir al comedor para el almuerzo. Recordaron que al día siguiente era la primera clase teórica sobre armas, además de que en la tarde verían la primera práctica del mismo tema.

El padre de Gabriela nunca le había permitido tocar un arma, no hasta hace pocos meses. Ella le había insistido mucho, poniendo como argumento que debía aprender a defenderse en caso de situaciones extremas. Y a pesar de su desacuerdo, no se negó, pues su hija tenía algo de razón al darle a entender la necesidad de saber disparar en defensa propia.

—Pediré un corto permiso, de verdad quiero enviar la carta lo más pronto posible—habló Gabriela, haciendo saber su deseo de por fin comunicarse con su padre.

—Espero y te dejen, se ve que es muy importante para ti el que tu padre sepa que estás bien—comprendió su amiga sonriendo.

—Me parece muy bonito la forma en que admiras a tu padre y la manera en que comparten la misma pasión, Gab—dijo su otra compañera.

La chica les sonrió a ambas y pensó un momento en la bonita relación con su padre. La idea de volver a su casa portando un uniforme y siendo llamada Teniente le parecía increíble, era uno de sus más grandes sueños. Esperaría pacientemente y lograría cumplirlo, tenía la confianza de que sí.

— ¿Cuánto tiempo tenemos para ir al almuerzo?

—Una hora—respondió la morena.

Las tres se quedaron intentando relajarse y descansar durante el poco tiempo que tenían. Sus cuerpos aún estaban adoloridos y la verdad es que les dejaban muy poco tiempo hasta tener que volver de nuevo. Pero, el lado bueno era que después de comer, podrían tener el resto del día libre. La hora pasó y el trío se fue caminando para llegar al comedor de la tropa. En el camino se encontraron con su amigo de nuevo.

—Oigan, mañana tendremos práctica de tiros y de defensa. ¿Les gustaría ver las armas que usaremos?—preguntó, se notaba algo de emoción en su voz.

Las chicas supusieron que tal vez, en sus momentos de curioso se había encontrado con el depósito de municiones y había encontrado la forma de entrar. Pero eso significaría meterse en problemas; si así era, la respuesta de Gabriela Torrealba era un rotundo no.

— ¿De qué hablas?

—Encontré un lugar donde están las armas que han seleccionando para nuestro uso mañana, ¿vienen?

Lo que ocupaba la mente de Gabriela era, ¿dónde estaban los supervisores cuando él encontró las armas? ¿No es esta la Academia militar?

—Nosotras iremos.

—Yo no, lo siento—negó Gabriela con una leve sonrisa.

Esperaba que no le hicieran dudar luego de su negativa respuesta.

La hija del MilitarWhere stories live. Discover now