Capítulo 4.

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Gabriela cerró los ojos con fuerza para calmarse —o al menos intentarlo— mientras esperaba su turno afuera de la oficina. No le sorprendió ser la única mujer esperando.

—Torrealba.—Escuchó su nombre y se levantó rápidamente.

Caminó hasta llegar a la puerta de vidrio y entró. Detrás del escritorio de madera de roble estaba el General en jefe, a quien le presentó los documentos que le habían llegado, donde decía claramente que ella había sido aceptada en la Academia.

—Mañana al amanecer comenzará tu primer año en la Academia. Ten disciplina y triunfarás.

—Sí, mi General.—La chica se había puesto en posición firme mientras respondía.

Luego salió con una felicidad inmensa que la inundaba. Lo siguiente que haría sería instalarse en su habitación asignada y empezar a descansar para poder madrugar sin problemas. Salió del edificio y mientras se dirigía a las residencias, se ató el cabello ordenadamente.

—Trescientos dieciséis, trescientos dieciséis, trescientos dieciséis—repitió una y otra vez, para que su memoria no le fallara al entrar al segundo edificio, donde estaban las habitaciones asignadas.

Llegó al número que le habían informado y abrió con la llave. Observó por un momento aquella habitación en la que solo había una ventana, era muy bueno que pudiera verse el cielo, pues sabría que desde ahí podría compartir sus sueños y sus preocupaciones con las estrellas, tal y como hacía en sus tiempos de infante, cuando extrañaba a su padre. Le gustaba imaginar que sus amigas brillantes le darían sus mensajes.

Pegadas de las paredes se encontraban camas literas cubiertas con sábanas blancas. Debajo de esas camas habían varias maletas, lo que significaba que ya tenía compañeras. Y como si las hubiera invocado con su mente; la puerta se abrió y entraron dos chicas, al parecer contemporáneas a Gabriela.

— ¿Tú eres Torrealba?—preguntó una morena más alta que ella.

—Así es—respondió sonriendo ligeramente

—Adivino, ¿a ti te obligaron a asistir aquí?—Gabriela se sorprendió de aquella pregunta.

¿Cómo era capaz de creer algo así? No estaría en una Academia militar si no sintiera la mínima vocación por ello.

—Por supuesto que no. Estoy aquí por mi propia voluntad, ¿saben?—contestó firmemente.

— ¿De verdad?

Estas chicas no mostraban pinta de ser presumidas, egocéntricas o siquiera de ser malas personas. Mientras que la morena era quien le hablaba, su amiga estaba en silencio, con una sonrisa de boca cerrada. Pero no una sonrisa con algo escondido, Gabriela no sentía que estas muchachas fueran deshonestas o desagradables.

—Siempre he sentido pasión por el mundo militar. Mi padre me inculcó desde pequeña el amor por el respeto y la disciplina.

—Muy impresionante—habló por primera vez la castaña—. A propósito ¿sabías que solo somos seis chicas aquí?

— ¿Qué?

Gabriela no dejaba de sorprenderse el día de hoy. ¿Seis chicas? ¿Por qué?

—Así es. Al parecer, en la actualidad no muchas chicas sienten vocación por las cosas militares, como tú.

—Ya veo...

—Yo estoy aquí porque no fui aceptada en la universidad de medicina, y esta siempre fue mi segunda opción. Ella está aquí por obligación... Como ya sabes.

Gabriela miró a las dos chicas que serían sus compañeras para acabar de analizarlas. Por lo que se veía, la castaña tenía razón, no habían muchas chicas con el mismo sentimiento de admiración por la Academia militar. Tal vez ella sería capaz de cambiar eso, pues recordó las palabras de su padre: «La dedicación que hay en ti muchas veces es confundida con necedad, pero sea lo que sea, sin duda es impresionante»

Le haría honores a aquellas palabras.

La hija del MilitarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora