Capítulo 5.

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— ¡Atención... Fir...!—gritó el General.

Gabriela adoptó la posición que le habían ordenado al unísono con los demás. Todos los nuevos estaban en formación, distribuidos en ocho columnas uniformes. El entrenamiento había iniciado al salir el sol; todo era rígido y estricto en la Academia militar, y eso era perfecto. Todos obedecían a quienes se encontraban en un rango mayor al suyo y reinaba la disciplina y el orden.

— ¡Sa...ludo!—. Todo subieron sus brazos a la misma altura.

Y así siguió el primer entrenamiento, todos obedeciendo las órdenes del Mayor que los instruía. Con respeto y honor de portar el uniforme verde. Muchos resultaron cansados y agitados al finalizar, y Gabriela también. Sin embargo, su expresión de felicidad opacaba todo aquello.

— ¿Están bien?—preguntó la morena, ahora amiga de Gabriela.

—No—respondió la castaña, acercándose a ellas.

Eran el «trío femenino», como ya las habían apodado, por el simple hecho de ser las únicas mujeres entrantes.

— ¿Qué? ¿Por qué?—cuestionó Gabriela, dudosa.

— ¿Hablas en serio? ¡Mira alrededor! Todos estamos a más no poder, la Academia militar es realmente estricta.

—Lo es, pero no es algo que no valga el esfuerzo, ¿sabes?

Ella jamás se cansaría de decir aquello. Jamás iba a cansarse de luchar por lo que quería. Uno de sus objetivos era transmitir su pensamiento a todos los que la rodeaban, sus compañeros y próximos militares.

—Voy a conseguir que no se arrepientan de estar aquí—habló con firmeza y se despidió para irse caminando a los edificios.

Ser de un rango militar era uno de los mayores privilegios para Gabriela. ¿Cómo era posible que hubieran personas que no pensaran lo mismo? No iba a ser fácil para ella aceptar que no todos pensaban igual respecto a a carrera, eso sin dudas. Pero no se rendiría en la meta que tenía de animar a los demás a sentir lo mismo que ella. Tal vez funcionaría, tal vez no.

Siguió caminando y se quitó la gorra en cuanto llegó al asta en donde estaba colgada la bandera del país, ondeando con el viento. Sonrió, pues de repente le vino un recuerdo de su padre, rindiéndole honores a la bandera, en una ceremonia. En definitiva Gabriela había heredado el entusiasmo de su padre, combinado con el carisma y dedicación de su madre. La extrañaba.

Ahora tenía a alguien más a quien extrañar y por quien rezar. Ahora su padre también estaba lejos y ella aún no encontraba una forma de calmar la tristeza que habitaba en su pecho desde que bajó del autobús.

Algo, o más bien alguien interrumpió su caminata, sintió que algo pesado la empujó y casi tropezó, de no ser por sus reflejos bastante desarrollados, que le permitieron moverse a un lado y no caer. Pero, aquella persona sí estuvo a punto de caer, y Gabriela reaccionó de manera rápida y tomó su mano con firmeza.

—Deberías tener más cuidado, soldado—dijo seriamente la chica.

—Ciertamente. Perdona.

—No hay problema.

Enfrente de ella estaba un chico castaño. Portaba el uniforme y por las líneas en los hombros pudo distinguir que sí se trataba de un soldado, del mismo rango que ella.

—Torrealba—murmuró aquel castaño.

— ¿Qué?—interrogó muy confundida.

—Eres la hija del Capitán Torrealba—aseguró nuevamente.

Gabriela sonrió una vez más, había sido reconocida por ser la hija del Capitán, y nada la hacía más feliz en esos momentos.



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La hija del MilitarKde žijí příběhy. Začni objevovat