Capítulo 3.

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—Le prometo que no me voy a encariñar mucho con nadie para no sufrir, mi señor.—Gabriela repite las palabras de su padre con un toque de diversión en ellas.

—Así se habla, recuerda: no voy a permitir que un patán haga sufrir a mi hija.

—Sí, señor.—Subió su mano a la altura de su frente, haciendo un saludo militar que indicaba obediencia.

—Cuídate, y no olvides...

—“Un soldado no deja de ser un soldado por amar a quien lo ama”

Una última sonrisa es dedicada a su hija para que ella luego deposite un beso en la mejilla de su padre y luego voltear limpiando las lágrimas que se resbalaron por sus mejillas. Caminó dirigiéndose hacia el autobús que esperaba por ella junto a los pasajeros que serían sus compañeros de viaje a la capital. Aunque se sentía decidida en la elección que había tomado, definitivamente iba a extrañar al Capitán. Extrañaría leerle sus libros en la estancia, acompañados sólo por el calor del fuego en la chimenea, y, por supuesto, una buena taza de chocolate caliente.

Miró por última vez a aquel increíble hombre, quien no borraba su sonrisa firme a pesar de las lágrimas. Le dedicó un último saludo militar y subió finalmente antes de que la nostalgia se apoderara de ella. Se sentó mirando por la ventana, aunque dos segundos se obligó a sí misma a apartar la mirada, cada segundo que miraba los ojos azulados del Capitán era como agregar un kilogramo de peso en su conciencia. Ella merecía entrar a la Academia, pero, ¿su padre realmente merecía que ella se fuera?

—Te veré en seis años—pronunció, volteando esta vez por última vez. Lo hizo con la intensión de que su padre pudiera entender.

—Seis años.—Y lo había hecho.

El autobús, que recientemente había terminado de llenarse, empezó a moverse, saliendo de la terminal. Gabriela cerró los ojos, tratando de convencerse de que el arrepentimiento y la culpa se irían apenas entrara a la Academia, y llenara de orgullo al Capitán Torrealba.

El camino fue largo, y bastante. Pero los viajes más largos tienen los mejores destinos, y Gabriela lo sabía perfectamente. Lo confirmó cuando la emoción la inundó profundamente al bajar del autobús y percatarse que estaba en la capital, a unas ocho o nueve cuadras de la Academia.

Bajó del autobús rodando sus dos maletas; una de ellas llena con solo libros, por supuesto. Caminó hasta la acera, donde estaría esperando un taxi que la llevara a su destino. Esperó durante cuarenta y dos minutos, ¡cómo tardaban los taxis en la capital!

—Oh, gracias—susurró para sí misma cuando un auto amarillo se estacionó frente a ella.

—Buenos días, señorita.—El conductor esbozó una sonrisa amable por el retrovisor.

—Buen día—respondió de la misma manera.

— ¿Hacia dónde es su destino?

—La Academia militar.

Ella lo dijo con una seguridad que impresionó al conductor, pero de todas formas arrancó el vehículo y se dirigió al lugar mencionado. No tardaron mucho más que quince o veinte minutos en llegar. Gabriela bajó después de pagarle y se dedicó a sacar su equipaje.

—Aquí vamos.

Con paso decidido se acercaba a las grandes puertas del edificio central de la Academia, ahí estaban las oficinas principales. En los otros dos se encontraban las habitaciones de los soldados, y el almacén de armas y equipo para entrenamiento.

No sería algo nuevo para ella convivir entre militares, estaba acostumbrada y le gustaba. Pero, lo que más espacio ocupaba en su mente, era si se lograría adaptar con tanta facilidad, como siempre imaginaba que lo haría.

La hija del MilitarWhere stories live. Discover now