Wiikonge - Él las invita a una celebración

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— Además, no estaría sola. El padre Chavanel ha accedido a colaborar. Quiere ser su profesor de cálculo — agregó el mercader.

— ¿Cómo? — rompí mi silencio con los ojos muy abiertos.

— Sí. Ha abandonado Notre-Dame. Está viviendo en la pensión de la taberna de Louis. No ha renegado de sus votos, pero ya no quiere ningún trato con la orden. Fue él el que nos sugirió que nuestra idea era buena.

— Ese clérigo es un santo — se asombró mi hermana.

Me visualicé entre aquellas tiendas, junto a la gran hoguera, enseñándoles. Les debía aquello; era mi deber convertirme en su nueva maestra, aunque no lo hubiera hecho nunca.

— Henry y yo podríamos hacérselo saber y esperar su respuesta...

— Señorita Olivier, ¿no tiene nada que decir? — me exigió Thibault.

— Ella quiere enseñarles — afirmó mi hermana.

— La apoyamos — me sonrió Antoine.

Yo me llevé las manos a la boca, pletórica, y contuve las lágrimas de alegría. ¡Me estaban dando permiso!

— Pero con un par de condiciones — se rió —. Florentine, Jeanne o yo te acompañaremos en todo momento y regresarás antes de que anochezca, ¿entendido?

Antoine estaba intentando ser duro en frente de nuestros invitados, pero yo sabía que confiaba en mí plenamente y que le hacía tremendamente feliz ver que recibía su aprobación abiertamente. Capté los cariñosos ojos de Thomas Turner contemplándome desde su esquina.

— Gracias — dije, emocionada. Miré a mi hermana y me sonrió con aceptación.

— Enhorabuena — despegó los labios Étienne, ciertamente contento por mí.

— No tan deprisa, jovencita: primero tendremos que saber si ellos aceptarán.


‡‡‡‡


Estaba zurciéndole unos guantes a Thomas Turner cuando una comitiva indígena llegó sin previo aviso. Todos estábamos tomando el té en el salón. Jeanne conversaba con Thibault y Étienne jugaba al ajedrez con Antoine. Oímos llegar a sus caballos y nos asomamos a la ventana para verlos pasar de largo, como era costumbre; sin embargo, no lo hicieron. Distinguí a seis personas acercándose al porche delantero.

— ¿Se habrá comunicado ya el señor Johnson con ellos? — se extrañó Antoine.

Me asombró el cambio experimentado en aquella casa. Mientras que Étienne y Thibault parecían algo aterrados por la presencia de indios, nosotros cuatro ni nos inmutamos. Jeanne se limitó a dirigirme una mirada protectora y me asombró lo lejos que estaba aquel primer encuentro con ellos, en ese mismo pórtico.

— Señor Clément, tienen visita — anunció Florentine, pálida.

Todos corrimos sin poder evitarlo hasta la parte delantera de la casa. Antoine nos lideró y abrió la puerta con fingida calma. Thibault se llevó la mano al estoque que portaba siempre en el cinto al encontrarse con seis hombres indígenas. Era una escena un tanto anómala. Habían llamado a la puerta como si fuera normal que hombres blancos y salvajes se encontraran para tomar el té de la tarde. Mi rostro relumbró con dicha cuando vi a Namid entre ellos.

— ¡Nisayenh! — lo saludé, apartando un poco a Thibault.

Él domó la sonrisa que amenazaba con poblar sus labios y una voz familiar habló con autoridad en lengua ojibwa. Miré para ver de quién provenía. Era Ishkode. Tras él, estaba el joven que yo había salvado en aquel tiroteo, mirándome con infantil curiosidad. Había tres hombres más, pero desconocía quiénes eran. Refulgían juventud y vigor. Todos estaban inquietos menos Namid.

(YA A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora