—Eso no justifica la terrible irresponsabilidad de esta chica. ¡Por Dios! ¿Y si el perro te hubiera tumbado y te estuviera atacando? No quiero ni imaginarme algo así, me dan escalofríos. ¡Ay, siento que me estoy descomponiendo! ¡Y todo esto por culpa de una tipa negligente!

Maia quería decirle unas cuantas verdades en la cara a aquella mujer que le parecía tan molesta, pero se limitó a escucharla en silencio. Odiaba que la gente le reclamara cosas sin darle oportunidad para defenderse. Y hubiera hablado sin temor, quizás hasta hubiese gritado, mas se abstuvo de ello por simple respeto al joven que había reaccionado con tanta amabilidad. Si bien la madre, desde su punto de vista, no se merecía cortesía alguna después de su comportamiento tan grosero, el muchacho había demostrado ser decente. Por lo tanto, la joven López lo miró a los ojos y le dedicó unas pocas palabras, justo antes de retirarse del sitio a toda prisa.

—Perdoná que Kari te haya asustado así. No volverá a ocurrir, lo prometo. Y me alegra que no te haya pasado nada. ¡Buen día! —expresó ella, con una frialdad en el semblante propia de las esculturas de piedra.

—Tranquila, no tenés que pedirme perdón. Me encantan los perros, ¿sabés? —aseguró él, muy sonriente.

Sin embargo, sus intentos por iniciar una conversación con aquella chica fueron completamente infructuosos. Maia no cambió su glacial expresión facial ni articuló palabra alguna. Se quedó mirando de reojo a doña Matilde y luego lo miró a él directamente por unos cuantos segundos. La indescriptible fuerza presente en los ojos azules de la muchacha, la cual se acentuaba por el abundante maquillaje negro que circundaba a dichos orbes, ocasionó que a Darren se le dificultara tragar. Un leve rubor decoró las mejillas del chico, pero ella no lo notó. Solo se dio la vuelta sin previo aviso y se marchó del sitio, casi corriendo.

—¡Lo que nos faltaba! ¡Te dejó con la palabra en la boca! ¡Qué desfachatez! —exclamó la indignada progenitora del joven.

—Olvídate de esto ya, mamá, no tiene importancia. Vamos a disfrutar del día, ¿sí? Me muero de hambre y se están enfriando esos ricos gofres. Dámelos, por favor —solicitó él, mientras esbozaba una sonrisa.

La actitud serena de Darren terminó por calmar los alterados nervios de la señora, quien accedió de buena gana a la petición. El muchacho sabía muy bien que su mamá había tenido la culpa de aquel malentendido y de la partida abrupta de la chica, pero no quería discutir por algo así en un día como ese. Prefirió dejar pasar el incidente y concentrarse de nuevo en disfrutar del momento. Además, necesitaba tranquilidad para analizar lo que acababa de sucederle.

Mientras comía su desayuno en silencio, se preguntaba por qué se había puesto tan nervioso hacía apenas unos segundos. No había razones lógicas para ponerse así. ¿De veras se había ruborizado? No recordaba cuándo había sido la última vez en que le había pasado algo semejante. Ni siquiera la noche del compromiso con Adriana se había sentido desasosegado. Aquel comportamiento involuntario de su parte resultaba ser todo un enigma para él. Estaba concentrado en esas cuestiones, ajeno a sus alrededores, por lo cual no se percataba de la cara que le estaba mostrando a su mamá en ese preciso momento.

—¡Darren! ¿Estás bien, hijo? Tienes una sonrisa de loco impresionante, ¿lo sabías?

El comentario de la señora sacó al muchacho del trance y lo devolvió a la realidad con un descontrolado ataque de tos. Se atragantó con un trozo de los gofres al saberse observado por doña Matilde. ¿De verdad estaba sonriendo como un demente sin percatarse de ello? ¿Qué rayos pasaba con él? Después de tomarse un sorbo de café para bajar el trozo de comida atascado, el joven por fin pudo hablar.

—Estoy bien, mamá. Es solo que me encanta estar contigo y el día está bárbaro. Por eso sonrío así —manifestó él, haciendo una mueca ridícula, cual si fuese un chiquillo travieso.

—¡Ay, cariño! No sabes cuánto me alegra verte así de contento —dijo la dama, sin dudar ni un segundo de la palabra de su hijo.

Sin embargo, Darren sabía que no le había dicho toda la verdad a la mujer. Se había alterado con la mirada de esa chica. Pero ¿por qué? Tendría que consultarlo consigo mismo en otro momento. Primero, debía enfocarse en el plan que tenía para esa noche. Todavía tenía que pensar en una justificación para su escape a solas. La perspectiva de irse en busca del violinista anónimo lo tenía muy entusiasmado. Le aguardaba una gran aventura como las que hacía mucho tiempo no tenía...


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Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Where stories live. Discover now