La misteriosa persona que tocaba el violín por las noches había obrado aquel milagro sin estar consciente de ello. Le había devuelto la alegría y la determinación para luchar por su bienestar, para compartir un festejo cumpleañero con su madre luciendo una sonrisa auténtica. El percatarse de la gran importancia de aquel hecho en su vida le dio el empujón que necesitaba para tomar la decisión que había estado posponiendo. "Quiero conocer al dueño de ese violín. Necesito darle las gracias", pensaba para sus adentros, mientras se preparaba para ir a desayunar junto a su mamá en el parque cercano a su residencia.

—Me gustaría comer unos gofres con miel y canela, de esos que sirven en la cafetería de la esquina. ¿Podrías conseguirme unos cuantos, por favor? Mientras vas por ellos, me puedes dejar bajo ese árbol. Me gusta mucho la vista desde ahí —aseveró Darren, al tiempo que señalaba uno de los frondosos robles aledaños a la fuente principal.

—Como tú prefieras, cariño. Este es tu día especial. Tendrás todo lo que quieras hoy, me aseguraré de ello. Ya casi regreso con tu pedido —contestó ella, guiñándole el ojo izquierdo.

Mientras la dama se marchaba hacia el local, el muchacho permaneció quieto, con la vista fija en el hermoso cielo despejado de esa mañana. Sin duda alguna, se trataba de un día perfecto para celebrar. Había dormido muy bien, no tenía malestares de ninguna clase y estaba junto a una persona que realmente lo quería. Tenía varias razones para sentirse contento durante el vigésimo cuarto aniversario de su nacimiento. Todavía estaba dándole vueltas a la excusa que le inventaría para salir de la casa por la noche sin que ella lo acompañase. No podía decirle el verdadero motivo, pero debía presentarle un pretexto razonable para no preocuparla.

Era un hombre adulto y no necesitaba pedir permiso para ir adonde quisiera, pero la circunstancia especial en que se hallaba y la enorme gratitud para con su progenitora lo impulsaba a tomar en cuenta la opinión de ella. No quería provocarle angustia innecesaria. En medio de esas cavilaciones se hallaba cuando el impacto de un par de patas caninas en su pecho lo sacó de la abstracción de sus pensamientos.

El impulso que traía el animal en plena carrera casi lo tumba de espaldas. De no haber sido por el árbol que estaba justo detrás de él, el cual le sirvió como punto de amortiguación, la silla de ruedas se habría volcado. Darren estaba temblando del susto cuando se escuchó la voz disgustada de la persona que estaba a cargo del gran perro.

—¡Kari! ¿¡Qué carajo pasa con vos!? ¡Vení para acá, tarada! ¡Mirá el desastre que hiciste! —exclamó la chica, al tiempo que tomaba la correa de la cachorra para separarla del pobre muchacho sobresaltado.

Antes de que ella pudiese pedirle perdón a Darren por el accidente con su mascota, doña Matilde se apresuró a hablar. Había llegado al lugar justo antes del incidente, por lo que había presenciado todo con lujo de detalles. El can se le había soltado de las manos a la chica cuando esta se mareó de manera repentina. No había sido su culpa, pero eso no le importaba para nada a la indignada madre en ese momento.

—¡Qué descuidada es usted! ¿No ve que esa bestia pudo haber lastimado gravemente a mi hijo? No debería tener animales de los que no se puede hacer cargo como se debe. Es un atentado para otras personas —declaró la señora Pellegrini, con visible desprecio en la mirada.

Al caer en cuenta de que la dueña del perro era la misma chica malhablada y mal vestida de la vez anterior, la mujer se indignó aún más. Estuvo a punto de soltar algunos reclamos adicionales, pero la detuvo la voz tranquila de su hijo, quien intervino a favor de la joven.

—No pasa nada, mamá. Fue un accidente nada más. Se ve que este perro es un cachorro todavía. Tiene mucha energía y ganas de jugar de sobra. No mide su fuerza y por eso te parece peligroso. Pero míralo, parece que le caigo bien —afirmó él, mientras Kari le lamía las manos con efusividad.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Where stories live. Discover now