Capítulo 23: «Los Páramos Helados»

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Capítulo 23: Los Páramos Helados

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     𝕷a presión les hundía cada vez más. Respirar se estaba convirtiendo en toda una odisea. La oscuridad se cernía sobre ellos con su manto gélido y mortífero que aferraba con sus afiladas garras sus gargantas, estrangulándolos poco a poco, asfixiándolos en su descenso a la nada letal. 

Gritar no serviría de nada. Agitar brazos y piernas en busca de la superficie y del preciso oxígeno, tampoco. Y mientras tanto, aún en sus últimos momentos de lucidez y antes de sucumbir al sueño eterno, podían notar ese desagradable picor en la nariz, ese ardor en la garganta como si hubieran ingerido ácido. Los párpados les pesaban como toneladas de cemento, los ojos se les iban cerrando y los latidos de sus corazones se iban ralentizando. El brillo de sus miradas, esa pequeña luz de su alma que asomaba a sus orbes grises, se iba extinguiendo poco a poco.

Todo indicaba que ése iba a ser su fin, el miserable desenlace de su corta y triste historia.

La última burbuja de aire brotó de sus labios como un delicado suspiro y levemente ascendió hacia ese lugar que tan solo era iluminado por un diminuto haz de luz. Y mientras tanto ellos seguían descendiendo.

Abajo, abajo...

Lo último que pudieron notar fue algo tirando de ellos, pero esta vez hacia arriba. Y después, un frío helador se coló hasta lo más profundo de sus entrañas.

Comenzaron a respirar antes de abrir los ojos. Tosieron reiteradas veces, escupieron agua y llenaron sus pulmones de oxígeno, ese elemento tan indispensable para la vida que ahora comenzaban a valorar más.

¡Sí, aire! Era magnífico. ¡Y también era helado! ¿Por qué el ambiente estaba tan gélido?

No les quedó más remedio que abrir los ojos, restregárselos y enfocar la vista lo mejor que pudieron. Debían descubrir dónde se hallaban. Pero sobre todo, debían averiguar quién los había rescatado del mismísimo abismo.

Y lo que vieron les dejó petrificados, más de lo que ya estaban.

Delante de ellos, con pose rígida pero despreocupada se hallaba un caballo. Pero no un caballo cualquiera, sino una pieza blanca de ajedrez con forma de caballo. Éste alzó la vista y saludó a los niños, sonriente. Ante tal gesto, los pequeños, todavía sorprendidos, retrocedieron un par de pasos hacia atrás haciendo que la pequeña barca en la que estaban se tambaleara un poco.

—¡Cuidado, niños! —exclamó el Caballo Blanco, tratando de equilibrar de nuevo la barquichuela—. No deberíais hacer movimientos bruscos mientras estéis en esta barca. ¡Podríais desequilibrarla y caer al agua de nuevo!

Wonderland: el Origen de AliciaWhere stories live. Discover now