Capítulo 22: «El Conejo Blanco»

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Capítulo 22: El Conejo Blanco

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     𝕷as tablas de madera del suelo crujían a su paso, así que lo primero que hicieron fue buscar el interruptor de la luz para poder ver bien dónde se hallaban.

Cuando la titilante luz llegó, los niños se encontraron con una penosa estancia. Estaban en el recibidor, que conectaba a un enorme pasillo al frente. En el interior olía horriblemente mal, pues un desagradable hedor a basura y descomposición inundaba la casa al completo. Los hermanos enseguida descubrieron a qué se debía eso: por las esquinas del hogar del Conejo se acumulaban los desperdicios de comida —básicamente zanahorias podridas a medio roer—, basura y demás sustancias que no quisieron averiguar qué eran exactamente. Los insectos sobrevolaban las montañas de basura dándose un festín con los asquerosos restos e incluso vieron alguna que otra rata sumergida entre la porquería.

—¡Esto es realmente asqueroso! —comentó la niña, lanzando furtivas miradas hacia la salida—. Espero que salgamos de aquí cuanto antes.

Fue como si alguien le hubiera leído la mente pues de pronto la puerta se cerró sola, provocando un fuerte golpe al chocar contra el marco.

—Primero debemos acabar nuestra misión... —murmuró su hermano mayor, asustado por la situación en la que se encontraban.

Esquivando charcos de basura y demás horrores, los chiquillos cruzaron el pasillo cuyas paredes estaban arañadas y rasgadas como si un enorme gato se hubiera afilado las uñas en ellas. Los niños llegaron al salón-comedor, una pequeña sala en la que la porquería se duplicaba en cada rincón. 

Algo llamó la atención de los hermanos.

—¡Oh, mira eso, hermanito! —exclamó la chiquilla—. ¡Cuántos relojes!

Era cierto, pues sobre los muebles y colgados de las paredes había cientos, tal vez miles de relojes. Eran de tamaños, formas y colores diferentes. Los pequeños pudieron contemplar relojes de pulsera, relojes de colgante, relojes de pie, relojes de pared, relojes de cuco, relojes de arena, relojes de agua, clepsidras, incluso vieron algún que otro reloj de Sol...

—¡Increíble! Al parecer, nuestro adorado Conejo Blanco es un coleccionista de relojes... ¡No quiero ni imaginar el ruido que habrá en la casa cuando todos los relojes den la hora «en punto»! —se burló el chaval, observando el constante tic-tac de un reloj de pared. Luego, mostró una sonrisa maliciosa y dijo—: Espero que no le moleste que nos llevemos uno...

—¡¿Qué?! ¡¿Vas a robar?! ¡No podemos hacer eso! ¡No está bien! ¿Y qué pasará si se da cuenta? —gritó la pequeña, alarmada. ¿Acaso su hermano se había vuelto loco?

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