Capítulo 10: Luz de Luna

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Ciudad de Mancre

  Las calles se inundaron de sangre. El lodo junto a las cenizas y los sesos formaron una mezcla de dolor y muerte.
Los guardias, aquellos fieles a la corona, apenas se mantenían en pie por la cerveza, otros eran asesinados por la espalda o quemados vivos mientras dormían. Los comerciantes sedientos de las ganancias de una nueva princesa encontraron la mayor perdida de sus vidas, si no eran asesinados en el acto. Los ciudadanos que no llegaban a encerrarse en sus hogares eran descuartizados o quemados vivos, incluso algunas casas caían víctimas de las llamas.
No había piedad, solo fuego.

  Paol mantenía paso ligero pero silencioso, su delgado cuerpo le favoreció: permitió pasar por recovecos entre las casas derrumbadas y las tiendas desmanteladas. La lluvia no había acabado, los sacerdotes continuaban mandando olas tras olas de esferas de fuego acompañadas de flechas ardientes. Paol no era tonto, se mantuvo bajo techo para analizar el ataque: poseía un ritmo definido. Cuando la lluvia terminaba, Paol cambiaba de cobertura, así hasta llegar a la cercanía del castillo.

  El joven mantenía un solo objetivo en su cabeza: ayudar a Anabelí. Las placas de madera y adoquines caídos generaban la suficiente sombra para no ser visto en la noche ni por una luz deambulante. Paol observaba aquel infierno; hombres deformes, borrachos, locos, pervertidos, asquerosos, mataban a todo aquel que caminara, incluso entre ellos. No había distinciones, si es un hombre su cabeza rueda y si es una mujer su cuerpo es violado. "El fuego lo consume todo" pensaba el muchacho mientras se adelantaba en el campo de "batalla" por entre las pilas de cadáveres, proveniente de los ciudadanos y muchos otros de guardias, sacerdotes y visitantes extranjeros en busca del favor de la nueva princesa; masacrados.

  Los cuerpos sin vida parecían mirarlo, caminando frente a ellos reluciendo su suerte y habilidad. "Que su envidia no me lleve con ellos" se repetía apenado, toda esa gente joven y saludable convertida en una montaña de órganos y peste. Algo se clavó en su mano, la punta de una espada de hierro usada por los guardias, y una montaña de tripas que debió de ser su anterior dueño. Paol la tomó junto a otra que estaba al alcance.

  Se deslizó hasta el puente de entrada que se encontraba bajo, protegido por sacerdotes borrachos manchados de sangre, riendo a carcajadas mientras jugaban a pasarse la cabeza decapitada de un gordo noble. Dentro era otra historia, se despedazaban los unos a otros y, en el centro, el rey se enfrentaba a un desfigurado sacerdote. Paol trataba de buscar a Anabelí desde su escondite, pero los obstáculos y la lejanía lo retenían.

  El muchacho se volvió sobre si mismo al oír el cabalgar de los caballos que se escuchaban cada vez más cercanos. Un grupo armado de cuatro soldados arrasó contra los sacerdotes montando guardia: el tórax del primero se abrió como una mariposa, el segundo que se encontraba recostado fue pisoteado por los caballos quebrando todos sus huesos incluso el cráneo, el tercero, algo borracho, blandió la espada contra el caballo pero la espada de su jinete le cortó el brazo antes de que lo rozara, el cuarto y el quinto fueron cazados mientras huían, el último fue atropellado por uno de los jinetes; el más alto de los jinetes, bajó del corcel para tomarlo del cabello y decapitarlo con su mandoble. La cabeza rodó hasta la guarida de Paol que observaba a los cuatro jinetes como figuras heroicas.

  Los demás bajaron de sus caballos y se reunieron en la entrada al castillo. Los cuatro, en fila, relucían su armadura platina con sus decoraciones de bronce y su cota de malla, de los hombros hasta la cintura colgaba una capa escarlata de bordado dorado al igual que el dragón en el centro. "La guardia del Rey Dragón" Paol se exaltó de emoción dejándolo casi al descubierto.

  Los caballeros retrocedieron sorprendidos. El joven observó el causante de aquella reacción: Una neblina rebalsaba desde la entrada y los ventanales del castillo, dentro de ésta, los hombres que hace un momento se enfrentaban a muerte se calcinaban vivos mientras su piel se caía de su cuerpo y en sus telas se formaban huecos. Nadie lograba sobrevivir a la neblina.

Linaje del Dragón: NacidosWhere stories live. Discover now