Capítulo 9: Nuevas Fronteras

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Templo del Sol

  Las cavernas de mayor profundidad eran gélidas y húmedas, la transpiración de las paredes corría el color de las telas de los estandartes rojos, y el frío las secaba hasta hacer pequeñas estacas carmesí transparente. La vida en aquellas habitaciones y los niveles inferiores era imposible, la temperatura y el peso de la profundidad impedían que los miembros humanos durmieran, comieran, o realizarán cualquier actividad necesaria, pero hay una actividad perfecta que se realiza en aquellas salas que llevan el nombre de Quema Mentiras: Tortura e interrogación.

  Caraquemada se encargaba de hacer hablar. Su nombre verdadero se perdió en el pasado, o "se quemó como todo lo demás" decían; durante una expedición en las profundidades del "nuevo" Templo se descubrió la introducción de un gas inflamable en las últimas habitaciones que a los Minores no los afectaba por su falta del sentido del olfato, Caraquemada formaba parte de aquella expedición junto a un grupo de siete miembros, todos considerados traidores y para remendar sus pecados debían cumplir con órdenes de explorar zonas inhumanas. Por el momento todo iba según lo planeado: Las habitaciones estaban abandonadas y con algunos objetos de valor que lograban rescatar. El resto de las habitaciones parecían coincidir con la descripción de las anteriores. Los exploradores se encontraban en las últimas, su cuerpos no resistían el peso, los mareos y náuseas que producían aquellas profundidades. El aire se volvió amarillento y rancio, los que iban a la delantera comenzaron a toser debido a que aquel gas entraba a sus pulmones. Aparentemente una de las habitaciones en las que ya habían entrado se encontraba expulsando aquel gas detrás suyo, bloqueando la entrada. Lo primero que se les ocurrió fue el uso de gas tóxico por alguna antigua trampa Minore; Gret, el mayor del grupo, portaba consigo la única antorcha que se les permitió llevar. Atemorizado y preocupado por su propio bienestar, sacudió sin descanso su antorcha para alejar el gas a través del aire, funcionó unos segundos hasta que la llama entró en contacto. Una explosión llamó a todos sus miembros a conocer el origen. Los últimos dos pisos del Templo se encontraban en ruinas, lo suficientemente arruinado como para no considerarse alguna vez que allí haya habido habitaciones o exploradores. A excepción de uno aterrador, uno inesperado, Caraquemada estaba desplomado en la entrada largando humo de cada parte de su cuerpo. Cómo llegó allí aún sigue siendo un misterio, "Un milagro de Fuego" dicen los miembros entre fauces de asombro. El hombre se encontraba inconsciente, pero con ritmo vital admirable.
Fue perdonado por su traición, aquel acto fue una señal de Fuego para quemar sus pecados recordándole constantemente sus errores a través de sus incurables heridas que dejaban su carnosa piel al rojo vivo que por cada rose ardía.

  Se le concibió el trabajo de interrogador el cual disfrutaba con desvelo. Pero su información de lo sucedido en las profundidades generaría temor en los miembros así que se decidió callarlo a través de introducir una antorcha encendida por su garganta quemando sus cuerdas vocales. Aquello no complicó su trabajo,  se mantuvo el margen de la situación. En la sala de tortura llevaba escrito en las paredes las preguntas que realizaba, las primeras y sencillas las escribía con un cuchillo, las más sádicas y relevantes llevaban la sangre de anteriores interrogatorios que decidieron no hablar. Su favorita era sin duda "¿Te gusta el fuego?" e independiente de que respuesta eligieran les quemaba una parte del cuerpo por completo, y si sus contestaciones no llevaban a una respuesta esperada o no dejaba de mentir, pasaba a quemarle la garganta como le habían hecho a él, disfrutando cada segundo de sufrimiento y plegarias del interrogado.

  Su rostro son las pesadillas en vida: la mayor parte de la cara se encontraba carne viva, músculos sin piel. Sus cejas y cabellera lo abandonaron para solo dejar unos pequeños charcos de cabello seco como paja entre la piel intacta del cráneo. Sus dientes poseían un magnífico amarillo con granos negros, y de sus orejas quedó sólo la izquierda, que su única utilidad es escuchar los gritos de dolor y alguna que otra respuesta. Su cuerpo lo tapaba con restos de túnicas cocidas; uno de sus artes además de la tortura era la costura que le enseñó su madre. Y sus manos se encontraban protegidas por unos guanteletes especiales: Creados de hierro templado y cubiertos de dientes cocidos en la zona de los nudillos, en las palmas llevaba las palabras talladas de "Sin Rencores", su frase favorita. Los dientes formaban parte de una larga colección de cada "interrogatorio" realizado, elegía los más grandes y resistentes para formar parte de sus guanteletes. Al principio utilizaba colmillos también, pero terminaban su trabajo más rápido de lo normal y usualmente el interrogado no resistía a los seis golpes.

Linaje del Dragón: NacidosWhere stories live. Discover now