Daanginigaazo - Él la toca

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Entramos a aquella aula y me tranquilizó encontrarla vacía. Él pareció leer la expresión en mi rostro:

— Queda todavía un poco para que empiecen las clases del padre Quentin. — sonrió. — Están aquí, en la estantería.

Mientras rebuscaba, el clavicordio de la sala llamó mi atención. Era un modelo bastante antiguo; estaba cayéndose a trozos. El revendo volvió a captar mis pensamientos y me invitó a tocarlo.

— El señor Clément debió de informarle de que necesitamos un maestro de clavicordio en la escuela, ¿verdad? Es una buena forma de enseñar a los niños los cantos. El padre Quentin y yo deseamos que participen en una pequeña obrita por Navidad, pero pocos clérigos saben de música aquí, y menos tocar un clavicordio tan maltratado por el tiempo. El único padre que sabe lo hace sonar como si estuviera sacrificando un cerdo. Es horrible — dijo —. Pero, acérquese, no va a morderle. La vacante está aún libre. Su hermana me informó de que sabe usted tocarlo de maravilla, ¡hasta con los ojos cerrados!

Un sentimiento de rabia despotricó en la garganta. No quería tocarlo delante de él, sobre todo porque sabía que me propondría tomar la vacante de maestra y no podría negarme. Era imposible que una joven de buena familia como yo se negara. Debía de obedecer, aunque no estuviera de acuerdo. Me acerqué al instrumento y, sin sentarme, toqué una de las teclas.

— Todavía suena. Tóquelo, vamos, no sea vergonzosa.

Más iracunda que antes, arqueé mi cuerpo en el asiento y abrí el libreto de partituras. Todo eran obras religiosas que jamás había estudiado. Estiré los dedos e hice sonar las primeras notas sin esfuerzo. No necesité más, el reverendo Denèuve ya estaba dando saltos de júbilo.

— ¡Sea nuestra maestra! Se lo ruego. Hágalo por los niños.

Compungida y atrapada, carraspeé y murmuré:

— Necesito practicar.

Mi intento de pragmatismo no surtió mucho efecto: el reverendo comenzó a contarme sus planes de la exhibición del auto de Navidad y lo mucho que el padre Quentin se alegraría de tener una profesora decente. No había accedido aún, pero era obvio que tendría que hacerlo. Tanto él como yo lo sabíamos.

— Coja todos los libros que necesite, no escatime — se rió, feliz.

Florentine se acercó a mí y me susurró al oído que deseaba confesarse. Me conmovió que me pidiera permiso y que además lo estuviera haciendo para desviar la atención del clérigo.

— Reverendo, mi criada desea ejercer la confesión. ¿Le haría usted ese favor?

— ¡Por supuesto! — se apresuró a aceptar. — Venga conmigo. Señorita Catherine, usted puede quedarse practicando aquí o revisando los libros que desee. En cuanto hayamos terminado, podemos continuar planeando la función.

"Gracias", le moví los labios sin omitir sonido cuando se marchó de allí junto a él. Sola, maldije las estrategias del clérigo para atraparme. Lo hacía por los niños, lo sabía, pero yo no quería tener que acudir con asiduidad a la ciudad y tocar en público. Ni siquiera las reuniones sociales organizadas en nuestra casa parisina eran suficientes para que yo deleitara a los conocidos de mis padres con un concierto de clavicordio. Las mujeres como yo no necesitaban empleo alguno, es más, estaba mal considerado, y de pronto me encontraba ejerciendo dos: maestra de lectura y maestra de música. ¡Era un disparate!

Acomodé las posaderas de mi vestido sobre el banco acolchado del instrumento y me deshice de mis guantes. La venda de Namid, la cual no me había molestado en cubrir, me sacó una sonrisa. Más ligera, hojeé el libreto hasta encontrar una pieza sobre el nacimiento de Cristo que conocía. Nadie podía escucharme, así que empecé a practicarla. Recordaba algunas partes, pero otras no, y tuve que hacer un esfuerzo para seguir la emborronada tinta del pentagrama y mover los dedos al mismo tiempo. El sonido me acogió en su vientre. El clavicordio estaba en muy mal estado, pero la música que emitía era tan pura que eludía su deplorable apariencia. El ritmo me llevaba a los recuerdos y cerré los ojos. Un lugar donde las heridas no existían se abrió ante mí. Allí, nada podía alcanzarme, me elevaba sobre el cielo y jamás conseguían bajarme.

(YA A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoWhere stories live. Discover now