Daanginigaazo - Él la toca

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Florentine no podía ocultar su entusiasmo al haberla invitado a acompañarme a la ciudad. Era la primera vez que lo hacíamos juntas y ella parecía estar más ilusionada que yo. Había hecho ese viaje en carruaje muchas veces para acudir al mercado, pero nunca conmigo, y observaba todo como si fuera nuevo. Yo me mareaba pasando tantos árboles; tenía las extremidades acartonadas y la inseguridad de que no había decidido sabiamente. ¿Y si ocurría algo? En París, solía dar pequeños paseos bajo la tutela de Annie, pero eran cortos y la presencia de Jeanne era preponderante. Ahora estaba dirigiéndome a Quebec, una ciudad que solo había pisado un par de veces, sin mi hermana y con una valentía bastante pésima y cambiante. Tuve la tentación de pedirle al cochero que diera la vuelta, pero no lo hice.

Llegamos sin ningún incidente a la parte baja y casi arrastré a Florentine, en un paso frenético que buscaba pasar desapercibida, hasta la parte alta en cuestión de escasos minutos. Mi criada sudaba, cansada, pero no objetó. Saludé a varias personas que me reconocieron con la boca temblorosa y no me sentí a salvo hasta que entramos en la basílica. Solo allí me permití soltar una bocanada de aire extenuado.

— Señorita, — le faltaba la respiración. — pensé que querría ir a ver sombreros antes de llegar.

A modo de respuesta, me santigüé y la insté a hacer lo mismo. Nos sentamos en uno de los bancos más al fondo y rezamos. Todavía podía escuchar el sonido del pecho cansado de Florentine resoplando. Sin embargo, contra menos tiempo pasáramos en el exterior, mejor. Aquella basílica se había convertido en otro rincón seguro alrededor de tanta amenaza inesperada. Allí no podría ocurrirme nada.

— Señorita Catherine, no sabía que vendría.

La voz del reverendo Denèuve me encontró de improviso y ahogué un grito. Una pareja de ancianas me juzgó desde la lejanía de su asiento. Florentine enseguida agachó el rostro.

— Discúlpeme, no pretendía asustarla. ¿He interrumpido sus oraciones?

Estaba tan nerviosa que me había sido imposible rezar. Me levanté de un resorte y bajé la voz para decirle:

— Mi hermana y el señor Clément han marchado al lago Ontario y deseábamos venir. Esta es mi criada Florentine. — la señalé. Ella parecía asustada ante la imponente presencia de un clérigo.

— ¿Es una de sus alumnas?

Una de las ancianas ordenó silencio y el reverendo se disculpó. No podíamos ponernos a conversar en el interior de la iglesia, por lo que nos invitó a seguirle al claustro. Al llegar, recordé el aula repleta de niños indígenas y se me encogió el corazón.

— Sí — respondí a su pregunta con timidez.

— ¿Es una buena maestra, querida Florentine?

Ella asintió en un tartamudeo.

— Dígame, ¿están los señores Clément bien?

Era infrecuente para mí escuchar a alguien dirigirse a Jeanne no como Olivier, sino como Clément. Tendría que acostumbrarme.

— Sí. Partieron ayer.

— Me congratula que haya acudido a nosotros hoy. ¿Necesita algo más para sus lecciones?

— Desearía preguntarle si poseen algún libro de lectura infantil. Me ayudaría sobremanera.

— ¡Por supuesto! — exclamó — Los alumnos los utilizan en sus primeros pasos en la comprensión lectora, puede tomar los que guste. Se los mostraré.

(YA A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoWhere stories live. Discover now