Capítulo treinta. Una promesa sellada.

1.5K 98 4
                                    


Estábamos jodidos.

Estábamos muy jodidos.

Dos de nuestros componentes del grupo habían desaparecido de forma extraña y no teníamos ni idea dónde teníamos que buscar. Después de la llamada, Javier y yo nos habíamos reunido con los demás para que nos contasen la historia de cómo había ocurrido pero ellos sabían lo mismo que nosotros: nada. Esperamos a que el parque cerrara, saltamos la reja y nos dispusimos a buscar por todo el recinto pero no obtuvimos resultados. Nos planteamos que quizás habían huído a una callejuela de alrededor y también investigamos por las zonas cercanas al parque pero tampoco hubo resultados. Intentamos llamarlos al móvil pero no daban señal.

Lo dicho: estábamos jodidos.

Lo que peor me sienta es que yo lo avisé y no me hicieron caso. Sé que no era un buen momento para echarle las cosas en cara y recriminarles nada pero, en cierto modo, todos tenían la culpa de esa desapareición por no hacerme caso. A parte de sentirme preocupada, me sentía llena de rabia porque nunca se me tomaba en cuenta ni se hacía lo que decía y luego pasaban cosas como estas que si nos hubiésemos quedado en casa comiendo pizzas, viendo una película o jugando al parchís, no hubiese ocurrido. Pero no. Ellos siempre se tenían que salir con la suya y considerarme como una demente, para luego tener que darme la razón en la mayoría de las cosas que decía.

—Sé que estás enfadada. —la cercana voz de Javier hizo saliese de mi ensimismamiento. —Pero tienes que tranquilizarte y centrarte en la búsqueda. —alcé mis cejas. ¿En serio me estaba diciendo eso? No entiendo cómo podía decirme eso cuando yo erala que más me estaba implicando.

—No está haciendo absolutamente nada y su hermano se encuentra en peligro. —comenté señalándo a Fernando que se encontraba sentado en la acerca jugando a un estúpido juego en su móvil.

—Te lo he dicho varias veces, es idiota. Ya te dije que me caía mal. —contestó frunciendo sus cejas. —A parte de ególatra es un insensible. —rodé los ojos. Javier siempre iba a encontrar una manera y aprovecharía cualquier situación para sacarle defectos a Fernando, pero esta vez tenía razón.

Cuando todos nos pusimos a buscar, él era el que menos se preocupó y apenas ponía empeño. ¿Cómo no podía estar preocupado por su hermano? ¡Era su maldito hermano! ¿No sentía ni la más mínima preocupación por la vida de su gemelo? Probablemente si fuese Fernando el que estuviese en apuros, David estaría descompuesto y mordiéndose las uñas con ímpetu del nerviosismo.

Arremangué mis mangas e hice una mueca con mi boca. Ya iba siendo hora de que alguien le dijese algo a ese chico tan desconsiderado. Noté cómo Javier veía mis intenciones y me agarraba la mano para que no me dejase llevar por mi impulsividad y mi ira y pensase bien las cosas. Obviamente, me solté bruscamente y me dirigí a la copia barata dos con paso firme y decidido. Si ya de por sí me encontraba en enfadada por el hecho de que no me hubiesen hecho caso alguno con respecto a asistir a este parque, el comportamiento que estaba teniendo ese hombre no me estaba pareciendo normal y mucho menos agradable. Todos les lanzaban miradas desaprobatorias y cuchicheaban pero nadie se lanzaba a hablar con él y ponerle los puntos sobre las íes. Claro, nadie menos yo.

—¿Acaso no tienes corazón? —espeté poniéndome frente a él con mis brazos en jarra. —No hay rastro de tu hermano por ninguna parte, deberías estar un poco alarmado, pero ni si quiera estás poniendo tesón en buscarlo. No has aportado ni una maldita idea de cómo podemos dar con Leonardo y David y te dedicas a pasarte un estúpido juego. —quizás estaba siendo demasiado brusca pero ya era hora de que alguien le llamase la atención. Él puso su juego en pausa y alzó su cabeza, lanzándome una mirada intensa.

Que el destino decida. (Terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora