Epílogo

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Luego de la muerte de Saya, Sísifo llego con su cuerpo al santuario. Todos sintieron su perdida, y cada santo de Athena mostró su respeto por su compañera caída.

A pesar de la pérdida de su hermana, El Cid se mantuvo fiel a sus creencias y no mostro su dolor. A ella no le gustaría que sufriera por su muerte, pues él sabía que ella dejó este mundo siguiendo a su corazón y murió en batalla como la valiente guerrera que era y seguirá siendo en su corazón.

El Cid junto con Sísifo y otros santos de oro se encargaron de enterrarla. Su tumba descansaba a las afueras del santuario. Y aquel se volvió un lugar recurrente para el santo de Sagitario y el nuevo santo de Capricornio. Cada uno iba por su cuenta, y no hacían nada más que estar ahí, buscando fuerzas y voluntad para continuar.

Sísifo fue quien encontró a la pequeña Sasha. La reencarnación de la Diosa Athena. Fue su sonrisa lo que le trajo a la mente el recuerdo de su gran amiga. Eran parecidas, de cierta forma. Ver a su diosa sonreír lo ayudo a decidir que desde ese momento la protegería y lucharía por ella no solo como un santo, lo haría como algo más. Después de todo, debía cumplir su promesa.

Ahora la guerra santa termino. Varios Santos cayeron para lograr la victoria, incluidos diez de los doce santos de oro. Sísifo, no dudo ni un momento del camino que eligió, aquel por el que su corazón lo guio. Y para cuando llego al final de su destino morir no significó nada si luchó por lo que consideraba correcto.

«Oscuridad. ¿Acaso esto es la muerte?»

─ Sísifo... ─ alguien susurro su nombre.

De repente, un brillo cegador inundo todo el espacio donde se encontraba. Todo se volvió blanco, era lo único que se alcanzaba a ver. Cuando sus ojos se adaptaron a la luz logro visualizar una silueta. Era una mujer, ya la veía más claramente, cabello negro y ojos del mismo color.

─ Saya ─ella lo miraba desde arriba, por lo visto él se encontraba sentado en el suelo (aunque en aquel lugar no existía realmente un "suelo").

─ Buen trabajo ─sonrió con cariño y se puso de rodillas para estar a su altura─. Lo has hecho muy bien, Sísifo.

─ ¿Cómo es que tu...? ─estaba confundido.

─ Siempre estuve observándote y velando por todos ustedes. Aunque no era necesario, yo tenía confianza.

─ La verdad... es que yo... tú... ─su rostro seguía mostrando una mueca de confusión y tristeza. Los últimos recuerdos de Saya con vida envolvían su mente, y no podía expresarse.

─ Está bien, lo sé. También te he extrañado ─le dijo de manera comprensiva y con un ligero tono rosáceo en sus mejillas─. Y al resto igual.

Saya sostuvo su rostro con una de sus manos. Eso lo calmo, se dio cuenta de que ella era real. El contacto le dio calidez y su expresión triste y confusa se borró. Ella retiro su mano, se la extendió y dijo:

─ Vamos.

─ ¿A dónde? ─cuestiono Sísifo. Tomó su mano e se incorporó. Ella comenzó a caminar unos pasos por delante él sin soltarle la mano.

─ ¡A guiar a la siguiente generación!

El brillo volvió a invadir el lugar y ambos desaparecieron en lo que se podía apreciar como un hermoso cielo estrellado.

FIN

Saint Seiya: Corazon afiladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora