Capítulo 9

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Narra Saya

—Pero... tú... acaso — es lo único que logro pronunciar. No consigo dejar de tartamudear, como si una fuerza más grande que mi propio cuerpo estuviera presionando cada intento de frase que sale de mi boca, volviéndola un barrullo de letras y sonidos.

—Vaya, vaya — sonríe con autosuficiencia, mientras se acerca a paso — Aiacos de Garuda, estrella celeste de la valentía.

Se detiene finalmente bajo un haz de luz nocturna que atraviesa la espesa arboleda, me permite ver su aspecto. Una ligera sonrisa torcida surca su rostro junto con una mirada profunda que no demuestra ninguna intención aparte de causar temor, unos cuantos cabellos azules asoman de su casco y caen en su frente.

—Es un placer — continua — señorita santo de oro.

No respondo, no hay motivo aparente, no busco ser arrogante, simplemente evito que note como todo dentro de mí se desmorona.

Es esa profunda sensación que causa el miedo, como si en menos de un segundo todos los músculos de tu cuerpo se volvieran de piedra. Una piedra frágil que amenaza con romperse y dejarte caer. En el momento en que pierdes el control de tu propia respiración y sientes como el frio sudor resbala por tu rostro, has perdido la compostura.

—Es una formalidad decir tu nombre y presentarte antes de una batalla — interrumpe mis pensamientos — o es que ya no enseñan ni siquiera eso en el santuario.

Lanza una pequeña risa provocadora con el último comentario, es suficiente para molestarme. Aclaro mi mente de nuevo y le hablo con mi carácter usual.

—Saya de Capricornio.

—Mucho mejor.

Mantengo la vista en alto, fija en la suya. Incluso si no puede notarlo a través de mi máscara, intento descifrar a este sujeto.

—¿Donde está Sisifo? — le suelto de repente, necesito respuestas.

Por un momento su mirada se torna confusa, pero entonces se da cuenta de a quien me refiero y su expresión se vuelve a una despreocupada y burlona.

—Quien sabe...— responde con auténtico desinterés respecto al tema.

Incluso si es tan arrogante, tiene derecho a serlo. Su poder le da ese derecho. Durante varios años he conocido a innumerables santos al servicio de Athena. Unos son más fuentes que otros, y así mismo unos son más arrogantes que otros.

Me di cuenta de que aquellos que cuentan con auténtico poder, confían profundamente en sus habilidades, aunque a veces no lo demuestren y prefieran usar la humildad como su carta de presentación.

—¿A que has venido? — pregunto y no puedo evitar cierto deje de curiosidad en mi voz. Es una gran interrogante y tal vez de eso dependa nuestro destino.

—He venido por mi Señor.

Narrador Omnisciente

En medio de un lúgubre castillo, lejos del enfrentamiento de Aiacos, se encontraba una mujer con sus largos cabellos negros que caían delicadamente hasta el suelo y sus manos posadas en una gran arpa.

—Esto se ha vuelto interesante...

Esta mujer era Pandora. Observaba con atención hacia arriba, a la cúpula del castillo que se alzaba imponente sobre su cabeza. Era de cristal, de forma que la luz de la luna parecía brillar como un auténtica estrella cuyo destello alejaba momentáneamente la oscuridad del corazón en aquella habitación infernal.

Pero Pandora no admiraba la belleza de la arquitectura del lugar y mucho menos la de la noche. Lo que ella veía era el combate que estaba a punto de darse entre el espectro de Garuda y el santo de Capricornio.

Saint Seiya: Corazon afiladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora