Banajaanh - Un pequeño pájaro

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La cena transcurrió sin contratiempos, pero fue una buena ocasión para que Antoine y Jeanne intimaran. Con discreción y cierta socarronería, me relegué a un segundo plano, analizándolos. Los pómulos de Jeanne no detenían su sonroje y sonreía con inocencia, haciendo girar los austeros rizos que sobresalían del tocado. La había visto hablar con otros hombres en numerosas ocasiones, pero nunca así. Sin embargo, parecía sincera. Después de tantas continuadas desgracias, un milagro había ocurrido entre dos desconocidos dispuestos a aunarse. Ambos habían encajado con una simplicidad sorprendente. Antoine la miraba, cuando la timidez se lo permitía, incondicionalmente embelesado. Aquello no me sorprendió, ya que consideraba que mi hermana era una de las mujeres más atractivas que poblaban el mundo. No era de las más ricas, tampoco de las más instruidas, pero gozaba de una sensibilidad muy particular. Era como un reflejo irónico de lo que fue nuestra madre, con un perfil aristocrático que le confería una elegancia fuera de lo común. Poseía un carácter jovial que infundía bondad, así como una empatía que obviaba el resto de sus numerosas cualidades. Nunca logré encontrarle un defecto que resultara relevante.

- Mañana acudirán a presentarse algunos de nuestros vecinos. He preparado un almuerzo para que podáis conocerlos.

Al escuchar aquello, removí los guisantes en el plato hasta conseguir que formaran un gusano. Sabía que tenía la obligación de acudir a la presentación en sociedad que Antoine había preparado, pero detestaba ese tipo de eventos. Todos nos observarían como si fuéramos una atracción, la novedad del lugar, la comidilla del mes. Me pregunté dónde vivirían aquellos supuestos vecinos, ya que la casa parecía estar alejada de todo tipo de civilización. A Antoine le agradaba vivir lejos del bullicio, donde pudiera trabajar sin distracciones.

- ¿Viven muchas familias francesas en los alrededores? – se interesó Jeanne.

Antoine nos contó que la gran parte de la población de Quebec estaba concentrada por franceses que habían emigrado como él mucho antes de que ellas nacieran o se habían instalado para poblar las nuevas parcelas de terreno conquistadas a los ingleses. Yo no tenía ni la más remota idea de lo que había ocurrido en aquel país, menos aún interés, pero estaba enterada del continuo conflicto entre Inglaterra y Francia. Miles de soldados franceses se habían sentido en la obligación de viajar hasta allí para poseer a nación de un ejército lo suficientemente competente para batallar en cualquier momento.

- La situación es un poco inestable más allá del lago Ontario. – dijo Antoine. – Los salvajes, sin embargo, no nos han supuesto demasiados problemas.

Jeanne hundió sus ojos en los míos cuando escuchó la palabra "salvajes", asustada. Antoine se apresuró en aclarar que no había nada de lo que preocuparse, puesto que las tribus indígenas que poblaban la zona se asentaban bastante lejos de la ciudad y convivían en cierta paz a través del intercambio comercial con las tropas francesas. Relató que no eran escasas las ocasiones en las que algunos de ellos cruzaban cerca de la vivienda con sus espléndidos caballos.

Me pregunté, siguiendo el ritmo de mis pies al subir los escalones, si aquella gente sería como la describían en los libros. Había escuchado multitud de relatos sobre la crueldad de los salvajes. "Tienen la piel negra como el carbón", solía decirme mi padre. Jamás había visto a una persona oscura y menos que no supiera leer o escribir, aparte de algunos de los miembros del servicio. Pensar en su suciedad y su falta de humanidad me produjo escalofríos.

Antoine invitó a Jeanne a dar un paseo por los alrededores antes de irse a dormir y supuse que aquella sería la ocasión perfecta para que él pidiera su mano formalmente. Me sentía feliz por su hermana, creía con fervor en que lograrían amarse más pronto que tarde. Un matrimonio conveniente pero amoroso era uno de los sueños más difíciles de alcanzar para una mujer en nuestro tiempo. Medité sobre si yo correría la misma suerte. Deseaba tener una gran cantidad de hijos. Era seguro que los concebiría en Quebec, dadas las circunstancias. Si Jeanne no regresaba a París, yo no lo haría.

(YA A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora