32-. Alexandria

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No me cabía ninguna duda de que estuvieran dispuestos a hacerme daño a mí. Al fin y al cabo, gran parte de la culpa era mía. ¿Pero por qué a mi bebé? Yo era quien había causado que eliminaran a sus hombres. Yo les había robado grandes cantidades de dinero y un arma. No mi pequeño.

Necesitaba hacer un plan rápido. Eran las dos de la mañana, y en unas pocas horas amanecería, obligándome así a pasar una noche más sin Alex. Aunque, si todo salía bien, sería la última.

No contaba con armas de fuego ni ningún tipo de munición, y entrar utilizando una de las transformaciones de licántropo, a pesar de que parecía ser lo más fácil, llamaría la atención y me expondría demasiado. Después de todo, si eran templarios entrenados, utilizarían balas de plata en lugar de las convencionales. Eso solo me dejaba una opción viable: recurrir al factor sorpresa.

Fui hacia la cocina, y comencé a revisar las gavetas con la esperanza de conseguir cualquier cosa que pudiera servirme como arma. Sin embargo, tras unos minutos de revisión exhaustiva, tuve que conformarme con un cuchillo y un encendedor de repuesto, los cuales guardé en mi pantalón antes de salir a la calle.

Corrí por la calzada y atravesé cada uno de los atajos que recordaba, hasta que finalmente llegué al centro de la ciudad. Guiándome por las indicaciones que me dio Logan, avancé dos cuadras hacia el este y di con un estrecho callejón que conducía a un bloque de casas más apartado. 

Las opciones eran reducidas, por lo que decidí adentrarme, y luego de andar unos cuantos pasos, di con la casa indicada. La única hecha completamente de madera. Se oía algo de movimiento en su interior, como el de una persona caminando en círculos, así que supuse que se trataba de alguien montando guardia.

Examiné la fachada de la vivienda buscando algo que pudiera ser de utilidad para ingresar de la manera más sigilosa posible y fruncí el ceño. La puerta era el sitio más obvio para hacerlo, por supuesto, ni siquiera valía la pena considerarlo. A continuación, mis ojos se posaron sobre las dos pequeñas ventanas que decoraban el frente, y eso bastó para darme cuenta de que aquellos hombres no habían sido tan estúpidos como dejarlas abiertas. 

Entonces, mi mirada se topó con la que parecía ser la respuesta: el respirado del sótano. Era considerablemente estrecho, pero si me deslizaba a través de él, podía entrar sin combatir. Justo lo que necesitaba.

Me agazapé, y luego de confirmar que no hubiera nadie a los alrededores viéndome, removí la rejilla e hice un esfuerzo sobrehumano para introducirme. Primero metí las piernas, y poco a poco fui dejando pasar el resto de mi cuerpo hasta que mis pies tocaron el suelo.

Alcé la mirada, y me vi dentro de una estancia mediana con paredes de madera, y montones de cajas apiladas una sobre otra. Algunas telarañas se acumulaban en las esquinas, e incluso unos cuantos insectos habían sido atrapados en ellas. No obstante, en ese primer momento mi vista solo se enfocó en lo que tanto buscaba: en Alexandria.

Sus brazos estaban atados por la espalda a una pesada silla metálica, su boca había sido amordazada con un trozo de tela amarillenta y una venda roja le cubría los ojos. Por suerte ninguna parte de su cuerpo, en especial la barriga, mostraba heridas más allá de algunos moratones en los brazos. Solo algo de suciedad, aunque eso no era de extrañar en un sitio tan poco higiénico. 

Di algunos pasos en su dirección, y con cuidado de no hacer movimientos bruscos, le quité el vendaje. Al principio, sentí cómo la chica se tensaba y el ritmo de su respiración subía la velocidad, pero tan pronto como me vio, su mirada se iluminó. Me llevé un dedo a los labios para indicarle que permaneciera en silencio, y besé su frente con suavidad.

—Estoy aquí, cariño, no tengas miedo —le aparté un mechón de cabello del rostro—. Ahora voy a desatarte. No hagas ruido y sigue mis instrucciones, ¿entendido? —asintió, y le quité la mordaza.

—Oli —susurró en un tono apenas audible—. Tengo mucho miedo.

—Van a pagar —dije para mí mismo, posicionándome a sus espaldas—. No te muevas —saqué el cuchillo de mi pantalón y corté la soga con cuidado de no lastimarle las muñecas. Una vez que la hube liberado, le pedí que me esperara allí sentada, subí los escalones al primer piso, y giré el picaporte. Cerrado. Era de esperarse, si su prisionera se desataba, no les convenía que fuera capaz de huir. 

Inserté la punta del cuchillo en la cerradura, y la moví de forma metódica. Segundos después, sonó un leve chasquido y supe que estaba abierta.

Me deslicé por el pasillo sin hacer ningún ruido, y tras corroborar que estuviera vacío, ingresé a la habitación de la derecha. En su interior se hallaban dos camas, sobre las cuales dormían los templarios. Cerré la puerta detrás de mí, y me dirigí hacia el primero.

El sujeto dormía a pierna suelta, un hilo de baba le caía sobre la barbilla, y molestos ronquidos salían de su boca. Con cuidado de no despertarlo, agarré la almohada de debajo de su cabeza, y se la puse sobre la cara para ahogarlo. La víctima trató de zafarse, pero apoyé todo mi peso en él, y luego de que dejara de moverse, le tomé el pulso y confirmé que estaba muerto. Acto seguido, me di media vuelta para encargarme del otro y repetí el proceso. 

Una vez que me hube encargado de ambos, volví al pasillo, donde me encontré con el tercer templario. Este sostenía un puñal en la mano izquierda, y no dudó ni un instante en abalanzarse sobre mí, lo que fue suficiente para que consiguiera atraparme con la guardia abajo y realizarme un corte profundo en el pecho. Devolví el ataque rápidamente, pero aquel hombre era un combatiente entrenado y me evadía con tanta naturalidad que ni siquiera pude rozarlo. 

La desesperación amenazaba con apoderarse de mi mente, así que me obligué a callar mis pensamientos y a mirar los alrededores en busca de cualquier cosa que pudiera jugar a mi favor. Fue entonces cuando caí en cuenta de que detrás de él se encontraba una mesa de comedor.

Hice amago de atacarlo por un costado, a lo que el templario se cubrió, y aproveché para conectarle una patada frontal en la boca del estómago. El sujeto cayó de espaldas sobre el mueble, e inmediatamente lo apuñalé en el abdomen. Al ver que no bastaba, le corté la garganta.

Tras asegurarme de que mi oponente estuviera muerto, volví a bajar las escaleras del sótano, y me acerqué a Alexandria. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y no dejaba de temblar, así que le di un beso rápido en los labios, y tomé su mano para tranquilizarla.

—Se acabó, voy sacarte de aquí —dije, ayudándola a subir los escalones—. Luego me encargaré de que esos bastardos no puedan seguirnos el rastro.

—¿A qué te refieres? —su voz sonaba débil y cansada.

—A que voy a explotar este maldito lugar.


Canción: Run Free

Banda: Asking Alexandria

Wolfhunt | Shining Awards 2017Where stories live. Discover now