11-. Trabajo sucio

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Los dos hombres me observaron con incredulidad, e intercambiaron miradas dubitativas entre ellos. Al parecer, no comprendían lo que estaba ocurriendo. Y siendo sincero, yo tampoco. Me había dejado llevar por un impulso, y aunque ya comenzaba a arrepentirme, mi mejor opción era actuar confiado y seguir con el plan.

—¿Por qué deberíamos creerte? Perteneces a la especie que estamos cazando —preguntó el jefe, rompiendo el silencio.

—Porque nunca quise formar parte de la manada, me obligaron a iniciarme. Y el único modo de ser libre de nuevo es deshaciéndome de ellos.

—El simple hecho de ser un licántropo te convierte en nuestro enemigo. Nos es indiferente cómo o por qué seas portador de la maldición.

—Nunca te ofrecí mi amistad, solo me interesan la recompensa, y por supuesto, que ustedes hagan todo el trabajo sucio.

—Entiendes que una vez hayas cumplido tu parte, acabaré contigo, ¿verdad? —se acomodó el nudo de la corbata con nerviosismo.

—Sé perfectamente a qué te refieres, y debes tener presente que no voy a rendirme ante ustedes —estiré el brazo hacia él—. ¿Aceptas el trato?



Los días transcurrieron con rapidez, hasta que finalmente llegó la luna llena. Eso significaba que debíamos reunirnos en el bosque para llevar a cabo otro sacrificio. El método era bastante simple: los miembros más antiguos se encargaban de buscar a la víctima y nosotros la atrapábamos; tal como habíamos hecho tres días antes. 

Esta vez se trataba de un hombre joven, rubio, de ojos azules, cuerpo atlético y baja estatura. Capturarlo fue sencillo, bastó con acorralarlo en un callejón, y luego de molerlo a golpes, lo arrastramos inconsciente hacia la cabaña del bosque. 

Según la tradición, el sacrificio nos otorgaba mucho más poder si la víctima permanecía al menos dos días sin consumir nada que no fuera agua; por lo que aquel hombre tuvo que cumplir con un ayuno forzado durante sus últimas horas de vida. Los lobos tomaban turnos para asegurarse de que no escapara, y para estar aún más seguros de ello, hacían que permaneciera atado a una columna de la estancia.


La luna se encontraba en su punto más álgido, y eso quería decir que había llegado la hora de iniciar el ritual. Entre varios encapuchados y yo, transportamos a nuestra víctima hacia el interior del bosque, y atamos sus extremidades a cuatro estacas de madera. El Alfa realizó los cortes correspondientes para llenar la copa de sangre, bebió un sorbo, nos la entregó, y nosotros hicimos lo propio con ella. Nuevamente podía sentir cómo aquel extraño poder recorría mi cuerpo. Era algo inexplicable, pero completamente adictivo.

De manera casi automática, adopté una transformación primaria, y un sonido gutural emergió de mi garganta. Sin embargo, el sacrificio aún no estaba completo. El Alfa se arrodilló junto al hombre una vez más y acercó el puñal a su cuello.

—Mediante esto te absuelvo de tus pecados terrenales —sentenció, segundos antes de cortarle la garganta—. Que tu alma encuentre paz, hijo del hombre

El sujeto dio varios respingos, y la sangre comenzó a salpicar los alrededores. Poco a poco, su cuerpo dejó de moverse hasta quedar completamente inmóvil. Inmediatamente, uno de los encapuchados le entregó un hacha al líder, quien después de murmurar algunas palabras en otro idioma, asestó el primer golpe en el hombro de la víctima; y lo repitió hasta que el brazo se hubo desprendido por completo. Hizo lo propio con las demás extremidades, y luego de haberlas apilado sobre el torso, nos encargó cubrirlo con ramas secas.

—Polvo eres y al polvo volverás —dijo, a la vez que terminábamos de cubrir el cuerpo con las ramas —. Madre naturaleza, por favor, acepta nuestra humilde ofrenda.

Wolfhunt | Shining Awards 2017Where stories live. Discover now