21-. Lluvia de puños

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Habían transcurrido al menos cuatro meses desde aquel episodio en casa de mis suegros, y ya solo faltaban algunas semanas para que Alexandria diera a luz. Por otro lado, los templarios continuaban desaparecidos, y el ambiente dentro la manada se hacía cada vez más tenso, especialmente durante la luna llena, cuando llevábamos a cabo los sacrificios.


Tal y como lo dictaba el ritual, Abraham cortó la palma izquierda de la víctima, vertió su sangre dentro de la copa y procedió a compartirla con nosotros. Una vez que todos bebimos, rasgó la garganta del hombre y lo desmembró con el hacha. A continuación, cubrimos sus restos de ramas secas y les prendimos fuego.

El olor a carne quemada no se hizo esperar, y en instantes, invadió mis fosas nasales, a lo que mi estómago rugió impasible, recordándome que no había comido nada en al menos ocho horas. Sin embargo, eso no era tan importante como lo que estaba por suceder.

—Hoy empieza la primera ronda de combates —anunció Frost, sin apartar la mirada de las llamas—. Serán de uno contra uno, hasta que solo quede un finalista. Y como ya saben, este se enfrentará a mí por el puesto indiscutible de Alfa.

—¿Todos participarán? —inquirió Darwins, acariciándose la barbilla.

El otro licántropo asintió, e inmediatamente se giró hacia mí.

—Tendrás el honor de ser el primero, Hunt —quiso disimular la sonrisa—. Vas contra Vincent.

Antes de que pudiera asimilarlo, mi oponente dio un paso al frente, adoptó una transformación intermedia y se quitó la túnica de un tirón. Respiré hondo, hice lo propio y adopté mi posición de combate, intentando dejar los nervios de lado. 

Aquel sujeto era el más corpulento de toda la manada y medía poco más de dos metros. Eso, por supuesto, solamente teniendo en cuenta su forma humana.

—Muy bien, quiero que den lo mejor de ustedes en este encuentro —dijo Abraham, interrumpiendo mis pensamientos—. Recuerden que todo, incluyendo armas, golpes bajos y heridas mortales, está permitido.

Tragué saliva, y entonces la imagen de Alexandria vino a mi mente. Pronto tendríamos un bebé, y si algo salía mal, moriría antes de llegar a conocerlo. Además, era obvio que querían enfrentarme a Vincent para deshacerse de mí. Y si no funcionaba, harían cualquier otra cosa para cumplir su cometido. No obstante, si salía vivo y me hacía con la victoria, me acercaría más al poder y podría mantener a los lobos alejados de mi familia.

—La pelea acaba si decido que es suficiente. También por rendición, o muerte de alguno de los participantes. Hasta que haya llegado ese momento, es válido continuar con la misma —añadió.

Los licántropos formaron un círculo a nuestro alrededor a modo de barrera, y a continuación, Abraham dio la orden de empezar.

Segundos después, Vincent arrojó un puñetazo devastador contra mi pómulo, haciendo que trastabillara un par de pasos. Por suerte, logré recuperar el equilibrio y le devolví el golpe con la mano derecha, aunque este causó mucho menos daño del que calculé. Alcé la mirada momentáneamente hacia el resto, y vi que todos permanecían inmóviles, disfrutando del espectáculo.

—Creí que intentarías matarme al inicio —resoplé, manteniendo la mayor distancia posible entre nosotros. A nivel físico no tenía ni la más remota posibilidad de acabar con él, pero quizá pudiera hacerlo bajar la guardia con provocaciones.

—Habría sido fácil, pero muy aburrido —respondió su voz casi gutural.

Sus nudillos pasaron a milímetros de mi tabique, y haciendo gala de mi agilidad, le causé un corte con el codo por encima de la ceja. El licántropo rugió al sentir el líquido vital manando de la herida, y lleno de furia, penetró mis defensas con facilidad, logrando derribarme. Aterricé de espaldas sobre un delgado colchón de hojas secas, y sin darme tiempo a cubrirme, una lluvia de golpes se precipitó sobre mí.

—¡Voy a desfigurarte por esto! —gritó, señalando su rostro.

Aprovechando ese pequeño descuido, agarré un puñado de tierra y lo arrojé contra sus ojos. Vincent retrocedió desorientado, y se frotó con el dorso de la mano, en un intento por recuperar la visión. Eso bastó para que pudiera reincorporarme e impactar sus rodillas con todo mi peso, por lo que terminamos cayendo de forma aparatosa, y permanecimos ahí tendidos durante unos instantes.

De repente, mi rival se levantó de un salto, y me conectó varias patadas en el torso. Hice amago de ponerme en pie, pero un rodillazo me detuvo en seco. Aquel sujeto tenía mucha fuerza, y con cada golpe que me daba, sentía cómo se me dormían las extremidades. 

Sus nudillos impactaron de lleno en mi espalda, y las cosas empezaron a moverse en cámara lenta. Otro hirió mi pómulo, y estuve a punto de perder el conocimiento.

—¡Acaba con él de una buena vez! —ordenó Frost, extendiéndole el hacha que utilizaba en los sacrificios.

Vincent la tomó complacido y me miró de arriba a abajo, probablemente buscando un buen ángulo para asestar el golpe de gracia. Sin embargo, reuní las fuerzas que me quedaban y fui capaz de reincorporarme. El lobo no dudó y quiso eliminarme de un hachazo, aunque gracias a su mal cálculo, la hoja solo pudo causar un pequeño corte en mi pecho. 

Antes de que pudiera contraatacar, repitió su ataque con tanta rapidez que apenas pude evadirlo. El filo rozó mi cráneo, y a duras penas conseguí estirarme lo suficiente para golpear sus genitales.

El licántropo se derrumbó soltando un alarido, y en seguida, me abalancé sobre él. Arranqué el hacha de sus manos, la arrojé a una distancia prudencial, y me dediqué a propinarle pisotones en la zona de las costillas. Luego de conectarle unos cuantos, pareció perder la consciencia, y un hilillo de sangre brotó de sus labios.

—Creo que es suficiente —jadeé, mirando a Frost.

—Yo te diré cuando lo sea —cruzó los brazos—. Vuelve al combate.

Iba a responderle, cuando me di cuenta de que mi rival aprovechaba el descuido para recibir un cuchillo de uno de los encapuchados. Tan rápido como pude, recogí el hacha y la dejé caer con todo mi peso sobre su muñeca. El hueso crujió con fuerza, y en un abrir y cerrar de ojos, su mano estaba desprendida del resto del cuerpo. 

—¡Basta, Hunt! La victoria es tuya —intervino Abraham, posicionándose entre nosotros—. Ahora que alguien ayude a Vincent —alguien lo cubrió con su túnica y le aplicó un torniquete en la herida, a la vez que dábamos paso al siguiente combate.

Este fue bastante agresivo y parejo, pero al final venció Darwins, que a pesar de estar cubierto por su propia sangre, sonreía orgulloso. Sus nudillos estaban rotos, y el rival había destrozado su tabique, aunque eso no impedía que nos observara a todos, especialmente a mí, con su característica arrogancia.

—Espero que también ganes el siguiente combate —me dio una palmada en la espalda—. Y si lo logras, quiero que luchemos hasta que haya tripas regadas por doquier.


Canción: Fists Fall

Banda: Otep

Wolfhunt | Shining Awards 2017Where stories live. Discover now