26-. Cacería

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Determinado a cumplir mi cometido y con las manos escondidas en los bolsillos, anduve calle abajo, tanteando la parte trasera de mi pantalón de vez en cuando para confirmar que el arma seguía allí. Las sienes me palpitaban a causa del estrés, y a pesar del frío, chorros de sudor me bajaban por la cara.

Eran poco más de las cinco de la tarde, pero ya podía ver a varias personas cerrando sus respectivos negocios para ir a refugiarse en casa. Algunos incluso pasaban corriendo junto a mí, sin siquiera imaginarse que yo era uno de los causantes de aquellas aterradoras desapariciones.


Finalmente, llegué al punto de encuentro y busqué a mis compañeros con la mirada, pero al ver que no aparecían, permanecí de pie en medio de la calzada, atento a cualquier señal o indicación. Segundos después, la pantalla de mi teléfono se iluminó indicando que había recibido un mensaje:

"Date la vuelta y entra al callejón que está detrás de ti".

Seguí las instrucciones, y tras cerciorarme de no estar siendo perseguido, accedí a la estrecha calle ciega que se hallaba a mis espaldas. Sus altas paredes estaban hechas de ladrillo, y a excepción de dos pares de brillantes ojos amarillentos, la oscuridad parecía haber engullido todo. Apenas era capaz de distinguir lo que tenía enfrente.

—Llegas tarde, otra vez —dijo uno de los licántropos—. Ponte la túnica por encima de la ropa, no podemos perder más tiempo.

—¿Quién es la presa? —pregunté, haciendo lo que me ordenaba.

—Estamos esperando que deje su puesto de trabajo —explicó—. Cuando eso suceda, tendrá que pasar por aquí para llegar hasta su auto, ahí lo atraparemos —asentí, y en un acto reflejo, volví a tantear la parte trasera de mi pantalón en busca de la pistola. Acaricié la culata con los dedos, y sintiéndome mucho más calmado, escondí las manos en los bolsillos.

El silencio absoluto volvió a apoderarse del lugar, y entendí que lo más sensato sería mantenernos así mientras que acechábamos a nuestra presa. Si por el motivo que fuera llamábamos la atención de algún transeúnte, corríamos el riesgo de ser descubiertos y capturados. Y si eso sucedía, Alexandria y el bebé estarían acabados.

—Lo tenemos —indicó el licántropo a mi izquierda, refiriéndose a un sujeto alto y delgado que salía del interior de una panadería. El cabello negro le caía desordenado sobre la frente y llevaba una barba de pocos días. Vestía con un pantalón azul oscuro, zapatos blancos y una inmaculada camisa manga del mismo color. Caminaba distraído, con audífonos puestos y la vista perdida en la pantalla de su celular, así que apenas notaría nuestra presencia. Era la oportunidad perfecta.

—¿Qué crees que estás haciendo? —uno de los lobos se interpuso en mi camino al ver que daba el primer paso hacia la víctima.

—Voy a seguirlo antes de que se nos escape —me encogí de hombros. 

—La gente está deseando linchar a un secuestrador —me agarró del brazo y me obligó a retomar mi posición—. Si les generamos cualquier sospecha, serán ellos los que nos cacen a nosotros.

—¿Y solo nos quedaremos de brazos cruzados viendo cómo regresa a casa?

—Por supuesto que no. Lo dejaremos avanzar unos cuantos metros y lo emboscaremos —el lobo se puso en cuclillas—. Vayan detrás de mí.

Tan pronto como el chico hubo pasado frente a la entrada del callejón, nuestro compañero se reincorporó y echó a correr, seguido de cerca por nosotros. Pasamos a un costado del objetivo, que ni siquiera pareció notarlo y nos agazapamos al lado derecho de su auto, esperando el momento para atacar.

—¡A él! —ordenó el licántropo a cargo, y sin perder tiempo, nos abalanzamos sobre la presa.

Golpeé su cabeza contra el techo del vehículo, a lo que mi compañero le arrebató las llaves y entre los tres lo encerramos en el maletero. A continuación, uno de ellos tomó el volante, otro el asiento de copiloto y yo me senté en la parte de atrás, preparados para la siguiente fase del plan.


Luego de un largo rato en la carretera, estacionamos en una zona apartada de Bahía de Hudson, y tras asegurarnos de que la zona estuviera despejada, abrimos la cajuela. La víctima, como era de esperarse, trató de huir, pero conseguí dejarlo inconsciente con unos cuantos puñetazos en el cráneo. Entonces, uno de los lobos se lo subió al hombro y lo llevó cargado durante lo que quedaba del trayecto.

Cuando al fin alcanzamos a divisar la cabaña donde la manada solía retener a sus sacrificios, recorrimos el trecho restante con rapidez, entramos y cerramos la puerta con llave.

—Hunt, ve por las cadenas y la mordaza —ordenó el licántropo a cargo—. Wallace, tú pon al sujeto en la silla antes que despierte.

Hicimos lo que se nos había ordenado, y entre los tres, nos encargamos de aprisionar a la víctima. Encadenamos su cuerpo fuertemente contra la silla, y acto seguido, lo amordazamos con el trapo viejo, sucio y maloliente que usamos con sus predecesores.

—Parece que tus golpes lo mantendrán noqueado por un poco más de tiempo —dijo el lobo a cargo, inspeccionando las ataduras y tomándole los signos vitales a la presa—. Eso es todo, ya cumplimos con nuestro deber. Es hora de irnos.

—¿Y lo dejaremos solo sin más? ¿No creen que pueda escaparse, o que alguien lo encuentre? —inquirí mientras salíamos de la estancia.

—Durante las décadas que llevamos haciendo esto, nunca nadie ha podido escapar con vida de nuestras garras y te aseguro que esta no será una excepción —mi interlocutor le pasó llave a la cerradura—. Sé que es la primera vez que haces esto, pero confía en nosotros. Sabemos lo que hacemos —añadió, quitándose la túnica—. Wallace y yo iremos a deshacernos del auto del sacrificio, ¿vienes?

—Ustedes adelántense —dije—. Me quedaré preparándome para el combate.

—Como quieras —el licántropo se encogió de hombros y ambos empezaron a andar.

Esperé a que se hubieran alejado lo suficiente, saqué la pistola de su escondite, quité el seguro, apunté y me preparé para acabar con ellos.


Canción: Everything Ends

Banda: Slipknot

Wolfhunt | Shining Awards 2017Where stories live. Discover now