Tres.

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13:50

Connor muerde una seta. No tarda ni un segundo en escupirla.

– ¡Qué amarga!

Lilly aparta el montón de setas del mismo tipo de su lado.

– Ahora prueba ésta.

Connor muerde un trozo y se lo traga.

– Está buena. ¿Seguro que no es venenosa?

– ¡Por supuesto que no! Soy una experta en setas; si no, no te la hubiera dado para que la probases...

Connor sonríe y echa las setas al cuenco de madera improvisado sobre la fogata.

El padre Thomas mira una vez más la tienda de campaña. Hay una cama y un panel de herramientas en el suelo. En éste faltan algunas, puesto que hay huecos vacíos. Sólo quedan unas alicates, un martillo, una sierra y unos destornilladores.

– ¿Quién puede estar haciendo todo esto?

Pregunta  Christa, incrédula. La situación es superior a ella.

– Lo que se es que tenemos que encontrarlo ya. O nos matará a todos...

Repone Diane, decidida. A su lado, sobre la hierba verde, está la gabardina roja que Kate le había dicho que le sujetara. Caroline se acerca a ella.

– ¿Te sientes culpable verdad?

– ¡Por supuesto! Es que ha sido culpa mía...

Sus ojos brillan irremediablemente.

– Eso no es cierto. Si tú no le hubieras pedido que lo hiciera, se lo hubiera dicho yo u otro...

– Ya. Pero se lo dije yo; no tú ni otro. Y eso ya no lo puede cambiar nadie...

Caroline no sabe qué decir. Es normal que se sienta así. La muerte de Kate ha sido la guinda del pastel; ahora todos saben que están en peligro.

– Greg y Jake aún no han vuelto... –comenta Christa.

– Ni creo que lo hagan...

Responde Diane con frialdad. Todos la miran sorprendidos.

– A éste paso, no vamos a quedar ni uno.

Los presentes se miran entre ellos. Finalmente, se deciden a seguir con sus cosas.

Greg mira fijamente la fotografía enmarcada que tiene entre sus manos. Una familia que parece feliz. Un hombre, sonriente, que envuelve con su brazo derecho la cintura de su preciosa mujer mientras que tiene la mano izquierda apoyada en el hombro de su hijo, que sonríe dulcemente a la cámara. Ella, morena y de piel fina, con la cabeza ligeramente inclinada hacia su marido, coge con cariño y delicadeza la mano derecha de su hijo. Una foto sencillamente preciosa. Greg comienza a imaginar cómo podría haber sido la casa en otro tiempo.

– Creo que deberíamos de volver ya...

Jake aparece en el salón con el rifle de la sala de las cruces en la mano.

– ¿Vas a llevártelo?

– Sí, quizá haya algún animal que cazar por aquí...

Greg deja la foto sobre la cómoda, de dónde la había cogido.

– De hecho, había pensado dar una vuelta más profunda antes de volver al campamento...

Jake se arregla el chaleco vaquero, que llevaba mal puesto. Greg, pensativo, se decide a contestar.

– Creo que no es buena idea. Deberíamos coger algo de comida, volver al campamento y ponerles al tanto sobre esta casa.

Jake frunce el ceño.

– ¡Estamos a mitad camino! ¿Qué nos cuesta explorar la isla un poco más hacia el interior?

La puerta trasera abriéndose los sorprende, y buscan un escondite en cuanto tienen oportunidad. Greg se esconde en el trastero bajo la escalera, mientras que Jake se refugia bajo la gran mesa de roble. Se oyen unos pasos retumbar en la vieja madera. La luz que penetra en la casa es prácticamente nula, puesto que las ventanas tienen cortinas y el día está profundamente nublado. Jake piensa que debe de ser uno de los supervivientes del accidente, así que se encuentra tentado a salir de su escondite. Por un momento se siente ridículo. Ese pensamiento cambia cuando puede ver a un hombre vestido con un mono de jardinero o mecánico que sujeta una llave inglesa. No le suena haberlo visto en el campamento. El hombre se quita el gorro y lo deja sobre la mesa, dejando ver su pelo oscuro. En vez de girarse, el hombre sigue allí, frente a la mesa. Jake teme ser descubierto. Comienza a sudar. El hombre sigue ahí; quieto, estático, inmóvil. Jake no puede soportar más la presión. Y entonces el hombre se da la vuelta. Jake respira silenciosamente, aliviado. El hombre tira la llave inglesa y los guantes al suelo. Entonces Jake puede ver que los guantes están manchados. No puede evitar pensar que es sangre. Entonces deja la mochila sobre el sillón, donde Jake puede entrever algo que sale de la mochila. No tarda en identificarlo como un pico de montaña, de grandes dimensiones. El hombre coge la foto que minutos antes tenía Greg entre sus manos. Con calma, susurra:

– Vaya, cuánto tiempo sin entrar aquí...

Deja la foto en su sitio. Sigue hablándole al aire:

– Sabes que no he encontrado el valor para hacerlo hasta hoy. No por miedo, sino por impotencia –hace una breve pausa–. Tú ya me entiendes...

Jake contiene la respiración a medida de lo posible. Sus manos le tiemblan. Odia no entender qué pasa. Mientras, el hombre sigue con su monólogo:

– Pero esta vez lo necesito. Son muy listos, y la selva se me queda pequeña para ellos... Además, esta vez estoy intentando conseguirlo lo antes posible. Pero para ello no pueden descubrirme hasta el final. Se que lo entiendes... espero que me perdones. Te quiero.

Parece haberse sumergido en la más profunda tranquilidad cuando un ruido proveniente del trastero lo sobresalta. El hombre se queda mirando la escalera un momento. Luego empieza a caminar hacia la puerta. Jake teme que descubra a Greg; tiene que hacer algo cuánto antes. Los pasos del hombre haciendo crujir la madera son cada vez más lejanos a la mesa y cercanos a la escalera. Jake, desde su escondite y con mucha cautela, lo apunta con el rifle. Está dispuesto a dispararle en la pierna. El hombre se para frente a la puerta. Acerca su mano al picaporte. Jake observa nervioso por la mira del rifle y coloca su índice en el gatillo, dispuesto a apretarlo. El hombre baja la manivela. Entonces Jake le dispara en la pierna, tal cómo tenía previsto. Empuja una de las sillas y se acerca al hombre. Greg sale en ese momento del trastero, dispuesto a salir corriendo. Pero el hombre, desde el suelo, lo coge de la pierna y lo arrastra hacia él. Jake carga el rifle y se dispone a disparar de nuevo, pero el hombre ha sacado un cuchillo de su cinturón e intenta clavárselo a Greg. Jake dispara, pero falla. Entonces recoge la llave inglesa que anteriormente había tirado el hombre y se abalanza sobre éste, que para entonces ya ha logrado clavarle el cuchillo a Greg en la pierna. Le golpea repetidas veces con la herramienta en la cabeza hasta que ve la sangre brotar de su frente. Ayuda a Greg a levantarse.

– ¡Vámonos, corre!

Jake recoge el fusil mientras ambos se acercan a la puerta. La abre y Greg, cojeando, sale tras él. Entonces se oye un sonido de carne desgarrándose. Sin volverse, ambos corren sin cesar hasta alejarse de la casa unos cuantos metros. Cuando ya se sienten seguros, descansan. Ambos se miran jadeando. Repentinamente, Greg cae al suelo. Al hacerlo, Jake puede observar que tiene el pico que había visto en la mochila clavado en su espalda. La sangre cae a borbotones. Jake se lo arranca y lo pone boca arriba.

– ¿Greg?

Él le hace la mueca de terror más puro que Jake jamás había visto.

– Tranquilo, Greg. Quédate aquí, vamos...

Jake sabe que no puede. Ve cómo se va perdiendo.

– ¡Greg! ¡No me dejes solo!

Pero Greg, con los ojos abiertos de tal forma que parece que se van a salir de sus órbitas, se pierde entre la muerte. Abandona la vida. Abandona este mundo. Abandona su cuerpo. Jake le cierra los párpados con los dedos y se tumba a su lado, intentando ver brillar el sol entre los nubarrones.

Él, desde la puerta de la casa y con la frente y la pierna sangrándole, murmura el número correspondiente:

– Tres.

Triscaidecafobia [LI #1]Where stories live. Discover now