Capítulo 20. [Editado]

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Las paredes neutras la encerraban aún más en su soledad. Los pequeños rastros de luz que desaparecían poco a poco, daban a entender que era de noche.

La suavidad de sus recuerdos, la impulsaban, una vez más, a cometer un error. Ella nunca imaginó sentir tal remordimiento, pero había roto un corazón tan puro y limpio como las aguas del mar claro. Ese corazón valía oro, pero dentro de su ser, sabía muy bien que no era la indicada para conservarlo.

Ambos revolucionaron mundos, ambos se lastimaron mutuamente sin saber el porqué.

Él amaba a esa chica presa del orgullo y el dolor de algo que nunca olvidaría. La necesitaba, pero la cobardía obligaba a ambos a no decir nada y morir dentro suyo como una flor marchita.

Esteban, la había sacado del hospital una semana después de despertar. Desde entonces, vivió encerrada en aquella habitación que él había conservado en su nombre. Un enorme espejo, una enorme cama, y prendas de toda una dama, esperaban ser estrenadas por la mujer odiada de la mansión.

Tenían discusiones, así es, madre e hijo discutían por traer de vuelta a aquella mujer que solo trajo desgracias en su hogar. Esteban se volvió posesivo, violento e irremediablemente seguro de lo que deseaba. Nunca volvió a escuchar la palabra Michael desde entonces. El ojiazul tenía miedo de pronunciarla siquiera, pues, traía consigo el recuerdo de todo lo que ella hizo sin pensarlo dos veces:

"Huir de sus brazos para ir dónde el hombre que en verdad ama..."

Aislada, veía los días pasar. Las noches convertirse en días, y la luna desaparecer con el asombro. El torpe silencio de la alcoba, la acomodaban para contemplar los recuerdos que tenía guardados en su corazón.

Cuando cerraba los ojos veía al hombre del que se enamoró, contemplaba los cambios y giros de un universo paralelo lleno de odio y egoísmo de la gente en medio.

<<Te contemplo por perniciosa atracción y porque, según parece, los ojos me brillan después a modo de luciérnaga vanidosa. Y eso es lo más cerca que estaré nunca del cielo>>.

—¿Puedo pasar?—asomó la cabeza tocando suavemente la puerta gris. Un silencio desolador lo asustó de inmediato.

<<No sería capaz de escaparse>>

—Adelante.—se oyó su voz desganada.

Esteban hizo caso y de inmediato se adentró en ésta, cerrando la puerta a sus espaldas, acercándose a esa mujer que lo dejaba casi sin aliento.

Alex se encontraba recostada, mirando al techo con una mano en el corazón. El camisón blanco dejaba descubierta su piel pálida, el contorno de sus piernas y cada centímetro de divinidad que se sumaba al deseo; alentaba aún más a la entrega del placer.

—¿Estás bien?—preguntó en un susurro acomodándose a su lado.

Su mano derecha fue a parar a uno de sus muslos, mientras que la otra se depositó en su rostro, entre el cuello y su aroma a perdición. Pero la mirada vacía y sin expresión de Alex seguía en sus ojos, ella no aprovechaba el momento como el hombre a su costado.

—¿Porqué no debería de estarlo? —respondió reincorporándose en la cama.

Acomodó su cabello y dejó de lado la vergüenza de su existir. Cuando estiró los brazos, la bata cayó entre sus piernas, y fue ahí, que quedó desnuda frente al miedo y la perdición. El ojiazul sentía un fuego en las manos, atracción de acercar su cuerpo al suyo mientras su mente creaba escenas de alguna lujuriosa pero apasionante unión entre ambos.

Behind The Mask© (Michael Jackson) [Editando]Where stories live. Discover now