VII. I'm Fine

Magsimula sa umpisa
                                    

(...)

Entré al departamento con pesadez, sorprendiéndome de sobremanera al no toparme con el ya familiar olor a marihuana que solía inundar mi departamento. Miré a mi alrededor, encontrándome con Brad sentado en uno de los sillones, completamente sobrio. Sonreí ampliamente, realmente agradecía cuando esta especie de milagros sucedían, cuando mi novio se mantenía lejos de esas risas vacías y alucinaciones que se encargaban de marcar presencia cada vez que consumía drogas.

–¿Cómo te fue, linda? –me preguntó al tiempo en que se ponía de pie para acercarse a saludarme. Acto seguido, depositó un dulce beso en mis labios. Lucía más alegre y entusiasta de lo normal, y eso sencillamente me encantaba, especialmente si no era producto de alguna droga.

–Ehm... Bien, nada especial –respondí encogiéndome de hombros, recibiendo una mirada interrogativa de su parte, la cual exigía que me explayara un poco más al respecto–. Es decir... Fue agradable... Eso es todo –me disponía a preguntarle qué tal había estado su día, hasta que recordé que lo único que debía haber hecho era ir a buscar y vender droga. Siempre era lo mismo, la misma rutina, la misma historia, el mismo Bradley.

–Genial, me alegro por ti –comentó él, sin dedicarse a indagar más en el asunto–. Hey, ordené una pizza hace un rato, ¿Quieres un trozo? Creo que todavía debe estar tibia... –tuve que interrumpirlo antes de que continuara con su absurda propuesta.

–No, gracias, cariño –decliné la oferta–. Tú sabes que la pizza no está incluida dentro de mi dieta –señalé, viendo como todo ese semblante de alegría se esfumaba de golpe ante mi tono de reproche.

–Oh... Lo siento, nena –casi me dio lástima decirle que no, sin embargo, la lástima no era suficiente como para atreverme a comer–. De todas formas, mañana puedes... –volvía a decir. Mierda, tenía que callarlo de una vez.

–Bradley, te he dicho que no quiero –lo frené en seco. Esta vez mi voz sonó más molesta, casi con un tono autoritario–. Cómetela tú, o bótala, a mí no me viene ni me va la estúpida pizza. No tengo hambre –mentí. Obviamente tenía hambre, siempre tenía hambre, nada más era algo con lo que había tenido que aprender a vivir, algo que había aprendido a ignorar sin importar lo difícil que fuera. Después de todo, nadie se moría de hambre. ¿Verdad? Para mí eso no era más que una expresión muy mal usada, una analogía que a algún idiota se le había ocurrido. En cualquier caso, en mi mente, la posibilidad de morir por no comer, no existía.

–Hey, relájate... –me dijo cariñosamente, tratando de ser él el conciliador de la discusión–. No sabía que ibas a comer con tu amigo, creí que solo sería un café –en cuanto escuché sus palabras, mis ojos se abrieron como platos. ¿Qué demonios me estaba diciendo? ¿Cómo se suponía que interpretara ese último comentario? ¿Me estaba molestando o nada más intentaba controlarme?

–¡No comí! –espeté, y me descubrí a mi misma alzando la voz. Había sido como retroceder en el tiempo, como volver a San Francisco, a esas noches gritándole a mis padres que me dejaran en paz, que no tenía hambre–. No comí, Bradley, ahora déjame en paz –repetí en un murmuro, tratando de buscar la tranquilidad en mí. Aparentemente, estaba exagerando y perdiendo los estribos.

–Cariño... ¿Estás segura de que no quieres ni un trozo? –volvió a insistir nuevamente, observándome con preocupación. Juro que ese fue el minuto en que creí que iba a estallar.

–¡Mierda, Brad! ¡Déjame en paz! Te estoy diciendo que no quiero comer, ¿Qué es lo que tengo que hacer para que entiendas? –chillé, pasándome las manos por mis cabellos dorados, sintiendo como la paciencia se me empezaba a acabar–. ¡Demonios! Es como si estuviera hablando con mi madre otra vez –rodé los ojos.

–Linda, nada más te estoy tratando de cuidar –murmuró, bajando la vista–. Cuando hoy te desmayaste... Mierda, tuve miedo, Alyssa. No quiero perderte, ¿Sabes? –solté un suspiro, sintiendo como la culpa llegaba hacia mí, haciéndome sentir como la peor escoria del planeta. ¿Por qué diablos me hacía eso? ¡Utilizar su preocupación como excusa para controlarme era algo muy bajo! No obstante, ese rostro de cachorro arrepentido era lo que conseguía que me tragara su coartada. No podía ser así con él, no con la única persona que tenía a mi lado y que me apoyaba. Tuve que acercarme a besarlo.

–Y lo agradezco, mi amor. Tan solo... Cuídame cuando verdaderamente lo necesite. ¿Si? No necesito comer pizza... –le dije más convencida que nunca de mis palabras, observándolo fijamente a los ojos antes de volver a besarlo. Quería demostrarle que estaba bien, que estaba ahí con él, que no necesitaba de la comida para vivir, que no me volvería a desmayar–. Te amo.

–Yo también te amo, perdóname, nena –y ahí era cuando finalmente me sentía como una ganadora, cuando conseguía hacerlo caer en su propio juego, en su propia trama. Era cuando por fin conseguía dar vuelta los papeles, haciendo que se diera cuenta de sus errores, que cayera en cuenta de que nada ni nadie podía controlarme, ni siquiera él... Ni siquiera yo misma.

Continuamos besándonos en medio de esa pequeña reconciliación, con mis infinitos cambios de humor. Enlacé mis brazos a su cuello mientras que él me guiaba hacia el sillón en el que había estado recostado anteriormente. Caímos sobre este sin separar nuestros labios, aumentando la ansiedad y la desesperación de nuestros besos y caricias. Apresuradamente, empezamos a desnudarnos uno al otro, y antes de que nos diéramos cuenta, sin juegos previos ni rodeos, ya me encontraba abriendo mis piernas para permitirle entrar con toda plenitud en mi interior. Juntos alcanzamos ese buscado clímax que nos obligaba a sacudir nuestros cuerpos en busca de más. Había sido algo intenso, y sobretodo, fugaz. Las cosas entre nosotros siempre eran así... Breves, efímeras. Se trataba de un polvo rápido, quizás dos, y eso era todo. Brad no era ningún romántico, y honestamente, a mí no me preocupaba demasiado que fuese dulce conmigo. Al final del día, sabía porqué estaba con él... Porque nunca encontraría a nadie mejor para mí, porque sin dinero y sin un trabajo real como modelo, requería de alguien más que me sustentara, no importaba si eso implicaba un novio traficante. Estaba jodida, era patética pues necesitaba de él para vivir. Lo quería, por supuesto, le tenía cariño, simplemente no era la persona con la que deseaba pasar el resto de mis días.













(...)

El despertador del celular se encargó de obligarme a salir de mis sueños. Poco a poco, empecé a abrir los ojos con dificultad, y sonreí como pocos días lo hacía. Ese sería mi gran día, ya que dentro de un par de horas tendría otra especie de "audición" en Manhattan para ser el rostro de una nueva campaña publicitaria de una pequeña marca de maquillaje. Sí, quizás no era una marca de ropa reconocida, mas era algo que sí me serviría para incrementar el tamaño de mi currículum.

Rápidamente, me di una ducha y me vestí, sin siquiera consideré la ínfima opción de sentarme a desayunar, pues sabía que lo único que había era pizza, y que si hubiese sacado una rebanada habría arruinado mi día desde el principio. Por lo que me limité a pasar de largo de la cocina y salir lo antes posible del departamento. Así, caminé unas cuantas cuadras antes de coger el taxi que me llevara a la dirección que me habían indicado. Tras llegar y pagarle al taxista, me encontré con uno de los tantos enormes edificios de la ciudad. "Piso veintitrés", recordé antes de indicarle a la recepcionista hacia dónde era que me dirigía. Muy para mi sorpresa, una vez que llegué, pude ver como otras veinte chicas más que esperaban impacientes a que llegara su turno. Sí, lamentablemente, tuve que esperar que todas esas veinte chicas pasaran una por una antes de que me llamaran a mí.

Little Things » Niall HoranTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon