Capítulo 3: Ridículo y desesperado destino.

Comenzar desde el principio
                                    

Como en salir de aquí. Y olvidar todo el asunto, que apenas lleva un día y ya lo quiero terminado antes de que se torne peor.

Metí mis cosas de vuelta a la mochila y bajé las escalerillas rápidamente.

Estaba teniendo un ataque de ansiedad, habían dejado de aparecer de esta manera hace algún tiempo. Es una especie de secuela de un incidente que mamá y yo tuvimos cuando tenía 9, íbamos saliendo de hacer las compras y un hombre armado se acercó a robarnos, me asusté tanto que la garganta se me cerró y sentía que no podía respirar. Mamá recibió un disparo en su hombro en un intento de protegerme, y gracias a Dios no fue lo suficientemente grave como para matarla. La cosa es que un año después del incidente, comencé a tener ataques de ansiedad cuando me sentía asustada, presionada o muy estresada. Pensé que no volverían a aparecer.

—¡Joder, muy largo, Ryan! —oí a Adam vociferar mientras yo trataba de respirar con normalidad y llegar a la salida.

—¡Hey, chica, cuida...!

  Antes de terminar de escuchar la advertencia, me vi a mi misma cayendo sobre el césped, con más de sesenta kilógramos encima de mi espalda.

  Sentí un ardor en mis codos y traté de levantarme cuando dejé de sentir el robusto cuerpo de Adam Shelton apretando dolorosamente mis pulmones.

  —Uy, perdón, rubia —Él se disculpó, extendiendo su mano para ayudarme a levantar con mayor facilidad.

  Mis mejillas se encendieron de vergüenza y acepté torpemente su ayuda, sacudiendo el sucio de mis pantalones.

  Me tambaleé un poco hasta recobrar el equilibrio y revisé mis codos, estos habían resultado heridos al tratar de amortiguar la caída con ellos.

  —Lo siento, fue un pase muy largo, ¿estás bien?

  Esa voz.

  Alcé la vista lentamente, al mismo tiempo que mi corazón aumentaba su ritmo de nuevo, aunque esta vez no era debido al ataque de ansiedad. Era la excitación del momento. Del momento en el que Ryan Hamilton, mariscal de los Guepardos, se encontraba mirándome directamente a los ojos,  con un sincero gesto de disculpa.

  Se había quitado su casco, así que tenía una asombrosa vista de su celestial rostro. Sus oscuras cejas se unían en un ceño fruncido. Su cabello castaño claro, empapado por el sudor, ocultaba las líneas de expresión que sé que se formaban en su frente. Sus carnosos labios. Sus cálidos ojos verdes. Su perfectamente imperfecta nariz. Todo lo estaba viendo de cerca, a un metro de distancia. Él estaba frente a mí, hablándome.

  —¿Te golpeé en la cabeza? ¿Es por eso que no respondes? —preguntó Adam enarcando una ceja, dedicándome una extraña mirada.

  La conmoción no me dejaba hablar.

  —Oh Dios, estás sangrando.

  En cuanto las manos de Ryan tocaron mi antebrazo para examinar cuán grave era la herida, mi cuerpo respondió a su suave tacto, haciéndome saltar un paso lejos de él. Sentí peor que una descarga eléctrica.  

   —Estoy bien —Mi voz sonó como un apenas audible susurro.

  —¿Qué? ¿Qué dijiste? —Adam acercó su oreja a mi cara—. Habla más alto, no logro escucharte.

  Bajé la cabeza, haciendo que los mechones rebeldes de mi cabello escondieran mi sonrojado rostro.

  —Déjala, hombre —Ryan lo golpeó en el brazo—. Vuelve allá, la culpa es mía, yo me encargo de esto.

  El moreno le agradeció aliviado y se echó a trotar lejos de nosotros.

  Mi garganta se secó al darme cuenta de que solo estábamos los dos.

  ¿Era el destino que trataba de enseñarme una lección? Un ridículo, desesperado destino, en mi opinión.

  —No estás bien, tus codos sangran. ¿No te duelen? —Él fue el primero en hablar.

  Ardía como el infierno.  

  —Son solo rasguños, estaré bien —lo calmé, atreviéndome a mirarlo a la cara.

  Irreal.

  —¿Estás segura? Puedo conseguirte unas banditas, siento que tengo la culpa —dijo, encogiéndose de hombros, luciendo casi tan avergonzado como yo—, debí haberte visto antes de lanzar el balón.

  Exacto, Ryan, no lo hiciste, no me viste.

  Con tan solo pensar en él, hablándome y ayudándome, mis mejillas se tornaban aún más rojas de lo que ya se encontraban.

  —¡Ryan! ¡¿Qué demonios te hace demorar tanto por allá?! ¡Deja de flirtear y vuelve aquí, no hay tiempo para escenitas de buena fe! —Y de nuevo, el Coach arruinaba mi paz.

Él soltó un largo resoplido. Yo sabía el por qué. BG sabía la razón de aquel resoplido.

—Descuida, vuelve con tu equipo, estaré bien —le dije, colocando un mechón de dorado cabello tras mi oreja.

Me dedicó una pequeña-gran sonrisa.

Tragué saliva con dificultad.

 —Espero verte mañana, entonces —Pasó una mano por su sudoroso cabello.

 —¿Qué...? —Pestañeé repetida veces, sorprendida.

 —En las graderías —puntualizó al verme un poco descolocada—. Vienes todos los días, ¿no?

  ¿Él... se percataba de mi presencia?

  —¿Cómo... sabes que vengo todos los días? —Hasta a mí me sorprendió la pregunta.

  Ryan rió entre dientes.

  Era perfecto de cualquier manera posible.

  —No es como si fueses invisible —Ladeó la cabeza, divertido.

  Tú lo has dicho, mariscal,  no es como si fuese invisible.

   —¡Joder, Hamilton, vuelve aquí ahora mismo o tú trabajo será doble hoy!

   —Tengo que irme —Él puso los ojos en blanco—, cuida de esos codos, ¿bien? 

  Y sin darme tiempo de balbucear aunque sea un adiós, mi momento irreal se esfumó como el humo.

XOXO, Blogger Girl ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora