—Me fue horrible —se sinceró—. No quiso contarme nada. Cuando le pregunté por ti se puso nerviosa y después de eso solo intentó que cambiara de tema, o de lo contrario me fuera... Corrijo, me echó.

Ross se carcajeó, resignado. Él ya sabía que la idea de Leah no funcionaría. Por eso se había ofrecido a acompañarla. Si él hubiese ido las cosas hubiesen sido diferentes. Bastaba con alguna demostración de su talento para sostener cosas recién descubierto, o en su defecto, utilizar a Leah para preguntar cosas más específicas.

—Tendrás que seguirla a su casa y buscar ahí respuestas. No me quiso decir dónde viven tus padres.

—Es información privada, entiendo que no haya querido decirte.

—Sí, lo sé. Pero literalmente le dije que te tenía viviendo conmigo, y no me creyó. Eres su sobrino muerto. Eso es suficiente para que me hubiese ayudado.

—El normal de las personas no entiende —respondió Ross, resignado.

—Tendrás que seguirla.

—Sí.

Como lo prometió, Leah zanjó la conversación con Ross y le pidió privacidad para cambiarse. Una vez lista bajó al primer piso y se sentó de buena gana junto a su mamá. La pizza olía espectacular, y el sabor no se quedaba para nada atrás.

—¿A qué hora llega papá? —se atrevió a preguntar ante el silencio de Lorena. Estaba leyendo algo en su celular.

—Tarde, pero no me ha especificado qué tanto.

—Ayer yo estaba dormida cuando llegó.

—También yo... —susurró Lorena, sin levantar la vista de su celular.

Leah comió la pizza sin saborearse demasiado. Quería salir a dar una vuelta con Ross para planificar su próximo movimiento antes de que oscureciera demasiado. El invierno no le daba tantas horas de luz como le gustaría.

Cuando subió nuevamente a su habitación se encontró con que el fantasma estaba mirando por el balcón. Se le hizo un nudo en el corazón cuando se dio cuenta de que estaba llorando. Lo notó en su postura y en la forma en la que su espalda se encorvaba en pequeños espasmos. No quiso acercarse por miedo y vergüenza. Ella no era buena para consolar a los demás, y mucho menos a un fantasma, por mucho que le simpatizara.

Entonces le hizo sentido que el fantasma no quisiera responder sus mensajes antes..., estaba triste. Por eso había estado tan distante cuando conversaron a su regreso.

Decidió dar marcha atrás y abrir y cerrar la puerta otra vez, para que esta vez Ross la escuchara llegar. Lo mejor para ambos sería hacer como que no estaba ocurriendo nada. Así se evitarían malos ratos y una charla que ella estaba bastante segura no quería afrontar.

—Ya volví —anunció en tono alegre, y,  para darle tiempo de ocultar su rostro triste y recomponerse, se acercó al extremo opuesto a donde estaba él, fingiendo ordenar algo.

De soslayo notó que Ross se limpiaba la cara con la manga de su sudadera. Y cuando sentenció que el tiempo había sido suficiente, se giró hacia él y lo confrontó.

—¿Vamos?

No mencionó que el chico se veía más transparente de lo normal. Y no supo si era porque su estado de ánimo había decaído o porque estaba a contraluz, demasiado cerca de la entrada. Evitó también mirarle el rostro, estaba segura de que en él seguía el vestigio del llanto. Lo que menos quería era incomodarlo, así que tras un asentimiento de Ross ella volvió a salir de la pieza seguida muy de cerca por el ente.

—¿A dónde vamos? —preguntó.

—A caminar. Vamos al parque.

Le avisó a Lorena que debía salir a comprar, y esta accedió sin hacer preguntas. Su mamá también estaba actuando raro. No dejaba de leer algo en su celular, concentrada. Aprovechó su despiste y salió de la casa ahorrándose todas las preguntas que estaba esperando sin ansias contestar. Como el hecho de que antes le había dicho que tenía mucha tarea..., en donde ella tenía pensado decir que iría a la biblioteca por libros.

En el camino no dijeron palabra, a pesar de que su compañía no era incómoda. Ross iba a su lado con la mirada perdida en el suelo, retraído en sus pensamientos. Ella iba alerta, revisando constantemente a su alrededor, solo por si acaso. Su mamá era la culpable de eso. Ella le había enseñado a desconfiar del mundo..., y funcionó tan poco que ahora iba acompañada por un fantasma que la había seguido días atrás desde el supermercado.

—¿Por qué vamos al parque? —preguntó Ross de pronto.

Leah se giró en su dirección y le dedicó una pequeña sonrisa de labios.

—Eres mi único amigo aquí.

Ross levantó la cabeza y estudió el rostro de la médium con un atisbo de esperanza y melancolía.

—No, Leah. No solos amigos. Solo me estás ayudando.

Leah blanqueó los ojos.

—Ajá, sí, Ross. Gracias por matar este momento.

Por primera vez en ese día, Leah notó una auténtica sonrisa en el rostro del fantasma.

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⏰ Última actualización: Apr 21 ⏰

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El destino del fantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora