CAPÍTULO 12

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Gema.

Gema.

¿Gema?

¿Quién es Gema? Se preguntaba una y otra vez. Llevaba largas horas con ese nombre dando vueltas por su cabeza, sin lograr darle un significado coherente, ni poder atar los pequeños cabos sueltos que alcanzó a recuperar de la conexión que estableció con ella en la tierra, antes de que Bruno la interrumpiera.

—No entiendo por qué Azrael la mandó a asesinar. Nosotros no hacemos eso —dijo para sí misma, en voz alta.

Se encontraba recostada en su cama, mirando el cuerpo de su amiga durmiendo plácidamente en la cama continua, como si nada le molestara y todo estuviera en perfecto orden. Madelaine llevaba dos días así. Y el silencio acompañado de su cuerpo quieto, estaban perturbando los pensamientos de Ananciel, haciéndole temer por su salud mental al tener que hablar sola.

—Bruno debe haber pedido la ascensión como recompensa, es lo único que se me ocurre. Por otra cosa un Buscador no pondría en riesgo su cabeza.

Giró entre las sábanas, anudándolas entre sus piernas. Desde que había regresado de corroborar que no había rastros del accidente ni del fantasma de Gema, tomó como decisión no salir de su habitación ni dejar a Madelaine sola hasta que despertara. Una; porque ella sería su testigo para acusar a Bruno. Y dos; porque Azrael había perdido su respeto, y no permitiría que la separara de su amiga, pues tenía pruebas suficientes de donde amenazarlo.

—Cuando abras los ojos te juro que iré a buscar a Bruno y lo interrogaré a golpes, sin piedad como la última vez. Ya vas a ver, amiga, que de esta no se salvará... Ah. Te hecho tanto de menos, ¡los días son muy aburridos sin nuestras conversaciones!

Sin otra cosa que hacer, comenzó a jugar con las imias, las cuales salieron de sus manos y revolotearon alrededor de la pequeña habitación, a la espera de la siguiente indicación por parte de su portadora.

—Lo que me molesta es que nadie se ha dignado a venir a vernos. Ya deberían estar extrañados de que ayer no hicimos la ronda de la tarde y hoy no nos presentamos al juramento de la madrugada. Me pregunto si es cierto eso de que no les agradamos al resto —Una triste sonrisa asomó en la comisura de sus labios—. De momento, quiero pensar que no quieren molestarnos, porque lo admito, de lo contrario, me sentiría un poco triste.

Bufó, y se fijó en que las imias se encontraban posadas sobre su amiga, quietas, al igual que ella. Chasqueó los dedos, para que se salieran de allí y no la molestaran. Pero estas no le obedecieron. Frustrada, se destapó y se puso de pie, agitando las manos para que fueran a volar a otra parte, pero una vez más, las imias protestaron en contra de sus órdenes.

—Qué raro. Vengan aquí, déjenla tranquila.

En realidad, ella sabía muy bien que aquellas luces de colores no tenían voz ni uso de razón. Solo estaban allí como complemento para ingresar a un portal, y aparecían cuando el Buscador lo requería en lugares específicos, como en su habitación donde había un portal pequeño en el espejo, en los túneles, o también en medio del torreón principal de las habitaciones, lugar por donde se había escabullido la otra noche. También aparecían y las podía usar en la tierra, que era donde de verdad eran más útiles.

Ella en la cotidianidad las usaba para jugar. Era una costumbre que tenía desde que aprendió a invocarlas, y Madelaine siempre la regañaba por ello, porque decía que mientras más las usaba más débil se ponía, al suponer un esfuerzo de energía extra al que ya, de por sí, consumía. Porque, en resumidas cuentas, eran eso, y se sentían atraídas por ella.

Las imias se rehusaban a abandonar el cuerpo de su amiga, así que tuvo que intentar tocarlas, para ver si así obedecían y las absorbía de regreso a su cuerpo. Lo extraño fue que, sin preverlo, estas escaparon cuando ella dirigió sus manos en su dirección, yendo a parar a las paredes, donde rebotaron y la golpearon de regreso, haciéndole sentir pequeños golpes de corriente.

El destino del fantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora