CAPÍTULO 25

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Elián estaba en el cuerpo de Bruno. Y lo que quedaba del Buscador se encontraba inconsciente en el castillo, en el pliegue junto a los demonios aprendices, quienes lo miraban dormir con recelo.

Elián no fue informado del plan que debía seguir, y su instinto nunca había sido demasiado bueno. Una prueba para subir de nivel era lo más concordante que se venía a su cabeza cuando pensaba en ello, pero no estaba seguro. Su superior le ordenó que se apoderara del cuerpo del Buscador que se cruzó en su camino, y no tuvo más opción que hacer caso. El castigo, si desobedecía, era escalofriante.

Generalmente poseía humanos, y eso le gustaba, porque eran seres fáciles de manipular y engañar. Poseer seres espirituales benignos como los Buscadores era peligroso, y por lo demás, prohibido. Era su primera vez, pero había oído que otros lo habían experimentado antes. Otros que ya no estaban entre los suyos...

Había un mutuo acuerdo, según tenía entendido, que señalaba terminantemente que la relación entre ambos bandos era neutral. Al fin y al cabo, ambos trabajaban a costas de un mismo líder, Azrael. Tenían prohibido interrumpir en las decisiones y acciones del otro. Así como también, en momentos decisivos, influenciar en la forma que fuese sobre la naturaleza del opuesto. Aunque a veces tuvieran altercados con el tema de recolectar almas. En esa parte, los Buscadores tenían más ventaja.

—Líder Bruno, lo noto distraído —habló Esmeralda, una pequeña Buscadora rubia de aparentes diez años. La niña lo encontró vagando tras bajar al pliegue y lo guió a su lugar de reposo—. ¿Se siente usted bien? ¿Necesita que llame a un Curandero?

Elián espabiló, y haciendo uso de su talento innato para camuflarse, hizo recuerdo de las palabras de su líder y compañero. Así que la miró serio, con las cejas fruncidas. La niña hizo silencio enseguida, con miedo ante tal abrupto cambio. Bruno siempre era amable con ella, y nunca la había mirado así.

—Estoy cansado, no necesito a un Curandero.

—Bueno, maestro Bruno. Mis disculpas. Con su permiso, ¡nos vemos mañana! —intentó sonar alegre, pero algo no cuadró del todo en su expresión. Tras darle un último vistazo, la chica se dio la vuelta.

Cuando la niña salió de la habitación mediante el portal del espejo, el demonio se relajó y actuó de forma natural. Descansó la postura y caminó desganado por la pequeña habitación limpia. El dueño del cuerpo era un ser ordenado. Tenía su cama tendida, y una gran pizarra organizada con actividades semanales que lo ayudaban a guiarse, pero ningún nombre o fotografía, ni mucho menos una dirección.

¿Cómo iba a saber él, con su escasa experiencia y pocas pruebas, el círculo en el cual se desenvolvía el Buscador? La niña le había dicho líder y maestro, así que el dueño del cuerpo no era un Buscador cualquiera. Ya se había ganado su rango. O al menos, para esa niña.

—A ver, a ver. Este tipo debe tener en algún sitio alguna especie de diario de vida o algo así.

Comenzó a buscar en los cajones, luego se fijó por debajo de la cama, atrás de los muebles, en el armario, e incluso abajo de la alfombra de la entrada. Pero no encontró nada, ni si quiera una pista. No quería equivocarse, así que al día siguiente su opción sería actuar indiferente.

Si el Buscador de verdad era un líder o maestro, el resto de los de su clase deberían reconocerlo como aquello. Así que pensando en ello no se veía obligado a fingir carisma. De todos modos, no sería borde. No estaba en condiciones para causar sospechas ni mucho menos enfadar a alguien por la culpa de su desconocimiento.

Por lo poco que vio antes de aturdirlo, llegó a la conclusión de que era alguien honesto. Dijo algo sobre que necesitaba entrar al templo para buscar a una alma que perdió. O sea que se preocupaba del resto... pero a la vez, para cometer semejante error, era alguien torpe.

El destino del fantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora