CAPÍTULO 27

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—¿Será un ángel? —se preguntó Ross, al mismo tiempo que se colocaba en pie. Bajó las gradas corriendo, con curiosidad, sin dejar de ver el cielo. La estela de luz había desaparecido por completo, tan rápido que ni siquiera era apreciable una pequeña franja de su camino. Aún así, el fantasma tenía grabada en la cabeza la dirección en dónde había ido—. No tiene que estar muy lejos de aquí.

Corrió a toda velocidad de vuelta al campus de Leah, hasta llegar al patio techado. Allí se encontró con que no había rastros de la luz que había visto, así que volvió a salir y rodeó el edificio, hacia la entrada principal.

En el lugar no habían estudiantes ni profesores, por lo cual le resultó sencillo notar que tampoco dicho ser estaba allí. Estaba seguro de que era un ángel. Y por su propio bien, quería encontrarlo a como dé lugar. Siguió corriendo, entonces, atravesando algunos autos estacionados a su paso. Siempre teniendo precaución de mirar en todas direcciones, porque sabía que dichos seres tenían la capacidad de esconderse muy bien, incluso ante sus ojos espirituales. Rodeó el edificio, y sin éxito, tomó camino hacia el próximo más cercano después de donde estaba.

Le había perdido la pista, lamentablemente. Los edificios eran muy altos, y lo que había de cielo se encontraba inevitablemente lleno de nubes grises, anunciando la lluvia después de la neblina. Estaba desilusionado. Así que dejó de correr y siguió caminando a zancadas largas y rápidas, sintiendo cómo su interior se volvía turbio de la más pura ira. No le gustaba sentirse así. La última vez que tuvo ese sentimiento, sin intención había asustado a un pequeño niño al golpear un auto con su puño. La alarma de dicho vehículo se había activado y con ello la siesta ligera del infante había llegado a su fin. No quería nuevos incidentes. Aunque aquello había pasado cuando no tenía dominio completo de sus extrañadas habilidades. Antes de la Ángel del supermercado.

Dejó de caminar y contempló el cielo, maldiciéndolo en su mente. Tenía que decirle a Leah. Necesitaba terminar la angustia y dejar de vivir en aquel mundo que lo ignoraba por completo. No quería ser una carga para ella. Ni tampoco tenía intenciones de agradarle demasiado, para que cuando llegara el momento la despedida no fuera difícil. Pero, tampoco quería perder su contacto. Le agradaba, y era la única persona con la que había hablado en mucho tiempo sin sentirse extraño.

Lo último le costaba. Era un ser sociable y en su naturaleza hacía las cosas sin pensar. Cada día de soledad era un peso importante cargando en su espalda. Por eso seguía a la médium a todos lados. Porque se sentía dependiente de ella. Al igual que un mejor amigo, aunque estaba seguro de que ella no lo había dejado de ver como un extraño. Más vivo, menos fantasma; así era estar en su compañía. Eso le dolía. No quería que ella cargara con su pesar. Y por aquel motivo, evitaba mostrarse vulnerable frente a ella.

Dar lástima no estaba en sus planes. O al menos, no por parte de Leah. Con sufrirla a diario le era suficiente. Pero, no siempre era tan fácil.

Habían noches en donde lloraba. Le daba desesperación e impotencia sentirse así, y lo peor de todo es que no podía evitarlo. Por eso salía de la casa y daba algunas vueltas por el distrito residencial, para no molestar ni que ella se preocupara. Y cuando regresaba, lo hacía con una marcada melancolía en su rostro. La cual se iba al paso de las horas gracias a sus vagos pensamientos de auto motivación, que le decían que, al menos, ese era un día menos para terminar el sufrimiento. Por eso no quería rendirse. Porque si lo hacía, eso significaba desaparecer sin ir a algún lugar.

Mirando el cielo, pensó en aquellos magníficos seres alados de vestimenta impoluta. Él estaba lejos de lucir como uno de ellos, pero creía en la posibilidad. Esperaba que en algún momento ese lugar que miraba con remordimiento desde la tierra, fuera su hogar. O al menos, eso esperaba. Le daba miedo ser juzgado y que su veredicto terminara millas bajo tierra.

Se regresó tras sus pasos y volvió a las gradas. En donde ahora había un grupo de chicos jugando baloncesto. Los miró con interés y envidia. Daría lo que fuera por jugar con ellos. Quería sentir la pelota en sus manos, hacerla rebotar y luego encestarla en el aro sin que eso fuera extraño y les diera miedo. Quería que lo vitorearan por la victoria, ser el centro de atención, estar bajo los reflectores.

Suspiró.

Trató de calmarse.

Le daba ansiedad pensar en esas cosas. Y la ansiedad en su cuerpo era un torrente inagotable de enojo.

—Tengo que contarle a Leah.

La médium había llegado al baño hace varios minutos. Se había lavado la cara y humedecido el cuello y los antebrazos. Pero seguía estando caliente. El agua corría frente a ella, mientras enjuagaba sus brazos por enésima vez en un intento desesperado de bajar la temperatura de su cuerpo.

El calor le estaba comenzando a desesperar. Era invierno en Soulville, y el clima estaba tan frío, que la escarcha congelaba el pasto y endurecía las posas de agua. Si respiraba, el vaho de sus labios salía en forma de pequeña nube, igual que como si estuviese fumando.

No sabía qué hacer.

—Definitivamente no volveré a tomar café en este lugar.

Pensó en llamar a su madre. En su antiguo instituto ella era quien la rescataba cada vez que se sentía mal. Pero, ahora ella estaba embarazada, y el invierno era muy crudo como para hacerla pasar frío. No quería ser la culpable de que algo le pasara a su hermano o hermanita. Así que pensó en llamar a Robert. Esa era una opción más segura.

Rebuscó en el bolsillo de su falda y sacó su celular. No habían nuevos mensajes de su amiga, así que supuso que estaba en alguna clase interesante, puesto que de lo contrario le hubiese respondido incluso con audios y fotos. Escribió en su teclado el nombre de su padre, y esperó paciente a que la señal hiciera conexión y comenzara a llamar.

Al quinto pitido, Robert contestó.

—¿Leah? ¿Qué ocurre?

Pero, Leah no pudo contestar.

Simplemente, se quedó sin voz.

Se quedó quiera con el celular apoyado en su oreja.

—¿Aló? ¿Leah? —insistió su padre—. Me debe haber pasado a marcar... —y colgó.

Leah, sorprendida, miró cómo la pantalla finalizaba la llamada. Así que intentó hablar. Pero, nada salió a través de sus cuerdas vocales. Se metió a WhatsApp, y buscó a su padre en la lista de contactos, estando bastante abajo de sus conversaciones.

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-Papaaaaá, ven a buscarme!
-Tengo fiebre y no puedo hablar!
-Estoy en el baño, siento que me voy a desmayar
-Apúrate!!!
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Escribió frenéticamente, pero para su desilusión, los mensajes no marcaban como recibidos. Entonces se acordó que él no era precisamente alguien apegado a la tecnología, y que siempre andaba con su computador cerca revisando su correo electrónico. Decidió enviarle un mensaje por allí.

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DE: LEAH STEVENS
PARA: ROBERT STEVENS
ASUNTO: URGENTE

No me siento bien. ¿Me vienes a retirar por favor? Tengo fiebre y no puedo hablar.

Ven pronto.
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Envió el mensaje y se apoyó en el lavamanos. Se sentía cada vez peor. Las piernas le flaqueaban, y la cabeza, poco a poco, comenzaba a pitarle.

El destino del fantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora