CAPÍTULO 10

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El portal azul había sido activado y ahora estaba frente a sus ojos, a la espera de ser cruzado.

Con cobardía contempló las imias amarillas que pululaban hacia su cuerpo, listas para fundirse en él.

Bruno dio un paso hacia adelante y estas bailotearon alrededor, titilando emocionadas. No le quedaba mucho tiempo. Si se tardaba un minuto más los otros Superiores se darían por enterados y estaría arruinado, se olvidarían de su ascensión, y del trabajo que por años estuvo esperando...

Posó la vista en el portal y luego miró hacia atrás, donde la entrada del largo túnel por el cual había ingresado estaba cerrada.

Entonces, lo hizo. Dio dos pasos hacia adelante y se hizo uno con la infinita pared transportada. Muchas habían sido las veces en las cuales utilizó ese medio de transporte. Sin embargo, era la primera vez que lo hacía de forma ilegal, sin pedir permiso, y solo.

Apareció en la tierra envuelto en una burbuja que lo hizo descender hasta el punto que había fijado como encuentro: en la cima de un edificio. Porque siempre, sin excepción, aparecían en lo alto.

Bruno miró a su alrededor. No había nadie salvo él y eso lo hacía sentir inquieto. La décimo séptima ronda Buscadora del día comenzaba en media hora. Y contaba con alrededor de veinte minutos para hacer su misión, y estaba preguntándose si sería capaz de lograrlo.

Por las dudas cubrió su cabeza con el gorro de su toga marrón, y seguido de eso, revisó el reloj en cuenta regresiva que concordaba con la hora de su alma asignada.

—Gema —saboreó en sus labios el nombre. Le era extraño. Y tal como si fuese un pecado, una punzada atusó su pecho en escalofríos—. Perdóname.

Un minuto después estaba sentado en las tejas maltrechas de un pequeño edificio en punta, a dos cuadras del lugar donde había aparecido, esperando el momento indicado para extender sus alas y hacer su cometido.

—Queda poco —dijo para sí mientras miraba la hora bajo el puño de su chaqueta.

Preparándose, inclinó el cuello hacia adelante y cubrió en mejor ángulo la ciudad bajo sus pies. Frunció el ceño.

—Hay muchas personas —dijo mientras apretaba la mandíbula. Eso no era bueno.

Volvió a mirar la hora, y cuando lo hizo la pantalla se puso roja mostrando la cuenta regresiva. Quedaban diez segundos para el punto de encuentro. Se estiró, y poco a poco se enderezó hasta quedar completamente en el aire con el apoyo de sus alas en la superficie.

Cinco segundos.

Cuando vio que la camioneta gris apareció por la calle central, y luego dobló hacia la plaza frente al edificio en el que se encontraba, no lo pensó dos veces y se lanzó en picada sin tener el menor remordimiento, pues nadie podía verlo. O al menos, eso pensó.

Pues, sentadas al interior de una cafetería, se encontraban Ananciel y Madelaine, viendo la escena atentamente.

Su aterrizaje, para variar, fue perfecto. Tal y como lo había calculado horas antes, estaba en medio de la calle, mirando a la rubia conductora hablando por celular conducir en su dirección. Entonces, extendió sus alas y brazos, preparándose.

—¡Cielo santo! —gritó Ananciel al ver como Bruno se ponía en posición para impactar con la camioneta—. ¡¿Qué está haciendo?!

—¡Shhh, Ananciel! —Madelaine cubrió la boca de su amiga y la obligó a agacharse. Habían seguido a Bruno y se encontraban en El café de Berta, la cafetería que estaba frente al edificio del cual el ángel Buscador había saltado segundos atrás—. Tiene súper oídos y puede escucharnos, no seas tonta.

El destino del fantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora