CAPÍTULO 28

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Jamás se había sentido así.

El dolor, agudo y extenuante, no estaba solo en su cabeza, sino que para ese entonces se había extendido en todo su cuerpo, haciendo que la repentina debilidad que la invadió en las escaleras, volviera a hacerse presente.

De pronto, escuchó que alguien entró al baño, pero el dolor de cabeza que sentía era tan intenso que, aunque lo intentó, no logró levantar la mirada para ver de quién se trataba. Disimulando, se comenzó a lavar las manos, hasta que escuchó que la persona cerró la puerta de un cubículo.

No sabía qué le estaba pasando.

Aquel malestar no había sido provocado ni por el café ni por el clima. Había algo en ella, algo que no se daba explicación. No entendía su repentino malestar. Pensó en lo que había hecho en la mañana. Hasta antes de entrar a clases se sentía bien. Y trasnocharse no era algo que hacía muy de vez en cuando, así que eso no hacía mayor influencia en su cuerpo, porque perfectamente podía tener una siesta en la tarde, después de la cena. Preocupada, decidió volver a llamar a su papá. Pero antes, hizo el intento de hablar, haciéndosele casi imposible. Su voz salió apagada y rasposa, muy baja como para que siquiera ella pudiera entenderse correctamente.

Al menos, Robert, su papá, vería que tenía una llamada entrante de ella nuevamente, y así, algo le parecería raro.

Sus suposiciones se hicieron realidad cuando contestó al quinto pitido, con voz preocupada.

—¿Leah? ¿Ocurre algo?

—Ven... a buscarme —dijo, pero su voz sonó tan débil que su padre no logró comprenderla.

—Hija, si esto es una broma déjame decirte que no es un buen momento.

—Correo.

—¿Correo? ¿Me enviaste un correo? Ay, Leah. ¿Qué ocurrió ahora? Deja que te cuelgo y lo reviso.

Leah, satisfecha, colgó por él y se quedó mirando el celular. La chica que había entrado al baño tiró la cadena y tras unos segundos salió. Se esforzó por enderezarse para ver de quién se trataba. Para su sorpresa era una de sus compañeras. La había visto en el salón de clases, pero al igual que las otras, no había sido demasiado afectiva con ella, y menos pensando en que Leah se la había pasado hablando todo un día con un demonio que se hizo pasar por su guía y solo ella podía ver...

La chica la miró con interés pero no le dijo nada. Era claro que había escuchado su intento de hablar por teléfono. Leah notó su indiferencia. Así que simplemente se apoyó en la pared e hizo como que miraba algo en su celular, aunque la verdad fuera que no podía ver demasiado bien, y enfocar la visión en el aparato se le estaba haciendo difícil, por no decir imposible.

—¿No piensas entrar a clases? —la chica no evitó preguntar al cabo de unos segundos, mientras lavaba sus manos—. Te has tardado demasiado y el profesor te pondrá una anotación negativa en tu hoja de vida.

Leah asintió, pero dado a que no podía decir palabra alguna, simplemente se tocó la frente e hizo un intento de mohín quejumbroso.

—Si te sientes mal deberías ir a enfermería, estar aquí en el baño no es una buena idea.

Le pareció, dentro de su dolor de cabeza y malestar en general, que la chica estaba siendo amable. Lamentaba la mala situación en la que se encontraba, porque debía verse en ese momento como alguien borde. Pero se prometió que si se le permitía en un futuro, le agradecería y trataría de entablar, quizás, una amistad con ella.

—Eres de pocas palabras, ¿eh? Bueno, yo ya me voy. Ya sabrás tú si te quedas aquí o me haces caso.

Quizás, se equivocó.

El destino del fantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora