CAPÍTULO 16

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Para cuando la médium regresó a su casa, Ross se encontraba instalado con aparente normalidad en la habitación de ella

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Para cuando la médium regresó a su casa, Ross se encontraba instalado con aparente normalidad en la habitación de ella. Casi como si hubiese estado ahí todo el día.

Ross notó que Leah llegó envuelta en un aura densa. La recibió en el primer escalón del segundo piso, como siempre. Pero, cuando le preguntó cómo le había ido en el instituto, ésta agachó la cabeza y simplemente se metió en su habitación cerrando la puerta tras de sí, con pestillo.

—¿Eso significa que no quieres que entre? —quiso saber, porque una de las reglas de Leah era preguntar antes de ingresar a cualquier habitación donde ella haya cerrado la puerta, para estar presentable—. Si no respondes lo tomaré como que sí puedo entrar —amenazó, alargando las palabras para sonar divertido.

—Pasa —respondió ella con fastidio.

Ross atravesó la puerta sin problemas y allí se encontró con que Leah estaba botada en la cama, mirando el techo con actitud frívola. Su mochila y zapatos estaban en el suelo, puestos sin cuidado.

—¿Estuvo tan mal? —preguntó, y la joven médium asintió—. ¿Quieres hablar de ello? —No quiso molestarla acercándose, así que se quedó de pie junto a la puerta, esperando su respuesta. Leah no dijo nada ni tampoco se movió, así que Ross agitó las manos para ser notado, y dijo—. Oye, te estoy hablando, ¿quieres contarme tu día? —esperó pacientemente, pero ella se mantuvo en silencio, sin siquiera mirarlo—. ¿Qué tan malo pudo haber sido?

Aburrido de tener que hablar solo, y sabiendo que a Leah le molestaría, fue hacia las luces de decoración al fondo de la habitación y se puso a jugar con ellas, tocándolas para que se encendieran. Estuvo así un buen rato, hasta que de pronto una luz chistó. La pequeña bombilla titiló un momento, pero luego se apagó igual que el resto. De inmediato, apartó la mano y miró a Leah para ver su reacción.

—No hagas eso, las vas a quemar —dijo ella desde la cama, con voz monótona. Había puesto una mano sobre su frente, con señal de irritación, pero su rostro se mantuvo apacible, mirando hacia el techo.

Ross presionó el interruptor que las encendía y comprobó que todas las luces prendían a la perfección. Así que se sintió aliviado.

—Oye, ¿te sientes mal? Deberías decirle a tu mamá que te lleve al hospital si es así, no te ves nada bien y...

—Estoy bien —lo interrumpió—, solo necesito dormir.

No volvería, definitivamente, a un hospital. Nunca.

Ross se puso inquieto. Pues notó que ella rehuía de mirarlo. Como si esa fuera la forma de sentirse segura; con las manos cubriendo sus ojos y su aparente normalidad. No se dio por vencido, y se acercó más a ella, poniéndose a su altura junto a la cama, hincado.

—Te ocurrió algo en el instituto, ¿verdad? Puedes hablar conmigo. Anda, con confianza.

Leah despejó su rostro y lo miró.

El destino del fantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora