CAPÍTULO 8

25.8K 2.3K 487
                                    

El lunes llegó con una rapidez excesiva. Leah despertó por instinto, antes de que sonara su alarma, y se vistió a toda prisa con el uniforme, que constaba de una falda tubo negra hasta las rodillas, una blusa blanca manga larga con la insignia del instituto, y un suéter gris con cuello en forma de V. Las pantis eran azul marino, y sus zapatos, al igual que en su antigua escuela, eran de color negro. Lo último fue lo único que no tuvo necesidad de comprar.

Se dio una rápida mirada en el espejo de cuerpo completo de su armario, y al comprobar que todo estaba en orden, se metió el celular en el bolsillo secreto de la falda, para luego ir al baño a asearse. Era su primer día de clases. Y debía dar una buena primera impresión a sus compañeros, quienes no sabían de su existencia y se encontraban a mitad del año escolar, entusiasmados por terminar el semestre y salir de vacaciones.

Mientras se observaba, tuvo por primera vez el sentimiento de arrepentimiento. Había aceptado la odisea de mudarse con sus padres con facilidad, y de la misma forma tenía que adaptarse a su nueva forma de vida. La cual en parte incluía una nueva faceta de la misma, que la hacía cuestionarse, entre otras cosas, su cordura.

Ross se había comportado como un buen invitado dentro de su casa. Y tanto Lorena como Robert, no se habían dado cuenta de su presencia, lo cual era un punto a su favor y un dolor de cabeza menos en que preocuparse. Había conversado con él y dejado un par de asuntos resaltados. Como el hecho de que no podía hablarle cuando sus padres estuvieran cerca, y también que en ciertos horarios él no estuviera con ella, porque necesitaba mantener su privacidad para seguir sintiéndose normal.

Dentro de las cosas que aclararon, Leah le facilitó un celular viejo que tenía guardado entre sus cosas, y le compró un nuevo chip de número telefónico para que pudiera escribirle cuando estuviera en el instituto o fuera una emergencia. Ross aceptó cada una de las sugerencias que ella le impuso. Y prometió hacer caso en sus especificaciones. Pues, con dejar de estar solo, él se daba por satisfecho. Y se lo había dejado saber.

Se limpió la cara con brusquedad para espabilarse un poco, y se secó con la ayuda de una toalla. A lo lejos, escuchó sonar la alarma de sus padres, lo cual significaba que le quedaba poco menos de treinta minutos para desayunar y salir de su casa. Por suerte para ella, el nuevo instituto le quedaba a un par de cuadras. Así que según sus cálculos estaría llegando en menos de veinte minutos andando tranquila. Y con suerte, llegaría temprano.

Se peinó el cabello y se aplicó crema de peinar para tratar de controlar el frizz rebelde, herencia de su madre que, a diferencia de ella, y a causa de los años de tratamiento, lucía un corto cabello lacio teñido de rojo vino.

Cuando se sintió lista le sonrió al espejo, dándose ánimos. Sería un día estresante y debía afrontarlo con buena cara. No le quedaba otra opción. Y, además, quería hacer amistades, así que mientras más tranquila y simpática se notara, menos le costaría. Así le decía siempre su papá, quien mostraba un rostro afable a los demás, y de ese modo entraba rápido en los nuevos círculos sociales que se le presentaban.

Bajó las escaleras en dirección a la cocina, y allí se encontró con su madre vestida con bata. Cuando esta la vio entrar se le hinchó el pecho de orgullo.

—Ay, te queda tan lindo el uniforme —fue lo primero que le dijo, y Leah le profirió un giro, para que la viera completa—. ¡Robert, ven a ver a nuestra hija! —gritó emocionada.

Los pasos del hombre se hicieron escuchar bajando la escalera de forma alegre, y enseguida apareció en el umbral de la cocina, elegantemente vestido con camisa y corbata, y un pantalón de tela negra perfectamente planchado.

—Estás muy linda, hija. Cuidado con andar conquistando a tus compañeros, jovencita.

Leah se carcajeó.

El destino del fantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora