CAPÍTULO 29

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Pequeñas luces titilaban alrededor de ella, formando un vals lento y continuo en círculos por sobre su cuerpo, sin tocarla en ningún momento.

Leah yacía dormida en su habitación. Las cortinas de la misma estaban cerradas, y un profundo silencio propio de la ausencia de personas en la casa se extendía por todo el lugar. Únicamente interrumpido por el goteo intermitente de la lluvia cayendo por las canaletas del balcón.

Una paz aterradora, tomando en cuenta que la joven médium no estaba sola del todo. Y que, lamentablente, dicha compañía no era alguien que conocía..., ni nadie desearía conocer nunca.

Apoyado en la pared continua a su clóset, con actitud frívola y calculadora, un ser muchas veces conocido por la catástrofe, la observaba.

El mundo para él en ese estado pasaba lento y melancólico. Cada gota cayendo, cada remecer de los árboles secos, e incluso cada pisada de alguien caminando a la redonda de donde se encontraba, lo escuchaba con claridad. No por elección, sino para hacer las cosas bien y de esa forma cumplir con su castigo. La chica frente a él llevaba dormida demasiado tiempo.

Su respiración hacía subir y bajar su pecho, lentamente, con esfuerzo. Por ese motivo no caía en su cabeza semejante talento. Era solo una adolescente que respiraba ruidosamente, igual que cualquier otra. No se veía fuerte ni mucho menos capaz de enfrentar a alguien por sí misma. Es más, parecía enferma. Eso que su presencia no estaba física del todo y, su primer avistamiento en el instituto, fue tan breve que ella ni siquiera pudo ser capaz de verlo, y terminó así, en ese estado.

Los padres habían dejado la casa sola hace una hora. Pero, había algo más que, aún con sus talentos sobrenaturales no podía descifrar y le causaba dolor de cabeza. Tenía la sensación de desesperanza saboreando en la punta de los labios, pero no sabía de dónde provenía. Ni a quién pertenecía. Era como si la casa estuviera cargada. Pero, según tenía entendido y leyó en los registros, no pertenecía a sus actuales habitantes. Así que trató de obviar aquella sensación y enfocarse en la chica.

No quería despertarla. Ella debía de hacerlo de forma natural. Pero le molestaba tanto esperar, que su paciencia considerada otras veces infinita, estaba siendo atacada significativamente. Si lo hacía, podía significarle un trauma. Y los traumas a los humanos los marcan de por vida, y muchas veces ni la terapia los ayudaban a volver a su estado normal.

Dicho ser, acortó la distancia y la controló desde más cerca, absorbiendo su miedo y las cosas negativas que la chica desprendía. Tenía un sabor distinto, sin embargo, que la sensación que sentía. Así que no era ella, terminó descartando.

Leah despertó cuando la puerta de la entrada se cerró de golpe a causa del supuesto viento. Para ese entonces, el ser ya había revisado la habitación de la chica y había corroborado con malos ojos que, muy por sobre las cosas que se decían de las de su especie, era nada más y nada menos que una chica normal, con gustos normales pertenecientes a su edad. No encontró nada interesante, ni siquiera un dije de protección, ni un llamador de ángeles. Las plumas blancas, para su sorpresa, tampoco abundaban en el lugar, es más, ni siquiera fue capaz de canalizar ninguna, y eso era por lo demás extraño.

Con fastidio y una pizca de añoranza, esperó a que la chica espabilara por fin. Ver llegar a la mamá le causó tanta alegria que no pudo desaprovechar la oportunidad de darle un empujón al sueño pesado de Leah, con ayuda de uno de sus talentos para controlar su entorno.

—Por fin despiertas —mencionó en un susurro despreocupado.

Leah, asustada por el timbre de voz desconocido, se sentó en la cama y buscó a su portador desesperadamente, sin encontrarlo.

—¿Q-quién dijo eso? —dijo, mientras apretaba las sábanas en puños y controlaba de esa manera el tiritar de sus manos.

—No puedes verme o te debilitarás otra vez.

El destino del fantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora