Capítulo XXIX

Začať od začiatku
                                    

La vergüenza de Emily pasó a incomodidad. Se sentía observada, como si fuera una gacela desprotegida en medio de un prado amarillo y seco de la sabana.

— Di algo... Estoy ridícula ¿verdad? —se dispuso a deshacer sus pasos para abandonar el cuarto.

Christian seguía en medio de su ensimismamiento y solo alcanzó a negar con la cabeza lentamente con una sonrisa bobalicona dibujada en su rostro. Cuando se percató de que se marchaba, la detuvo. Corrió a agarrarla por la mano y la giró hacia él.

— Estás preciosa —un piropo sincero, que surgió desde dentro. No como cuando te ves obligado a complacer a alguien y confirmarle lo que quiere escuchar.

— Si tú lo dices... —apartó la mirada hacia el suelo.

— Créeme —sostuvo entre su pulgar y su índice la barbilla de ella y la levantó cariñosamente.

Ese beso cada vez estaba más cerca, aunque ella no estaba dispuesta a sucumbir a él. Una corazonada le decía que no, que no y que no una y otra vez en cada sueño, en cada pensamiento y en cada palpitada. Esa no era una buena idea. Su intuición se lo marcaba claramente, así que no debía recorrer ese camino vedado por ella misma.

Él no podía escuchar sus pensamientos —ya que no era su poder— pero era como si pudiera conseguirlo, porque empezaba a conocerla y porque era un experto en analizar las expresiones de los demás. Así que solo le quedaba esperar a que algún día ella diera el paso. Por nada del mundo se arriesgaría a perderla.

— Está bien... debes marcharte —la liberó del compromiso de tener que volver a rechazarle y le soltó de la mano, ella la dejó caer a peso muerto.

— Mucha suerte y ten cuidado en el despacho de mi tío— se mordió el labio inferior.

¿Por qué se mordía el labio? ¿Es que acaso pretendía volverle loco? Le hubiera gustado, por lo menos, conformarse con acariciar su nariz con la de ella, pero sabía que una vez sobrepasado ese límite se encontraría con un punto de no retorno que le impediría separarse de la chica.

— Tendré cuidado si tú lo tienes —sonrío.

— Está bien —Emily caminó un par de pasos hacia atrás y abandonó el cuarto.

Una vez en la planta de abajo se encontró con Gabriela, que estaba limpiando el polvo del salón con un plumero. Le preguntó dónde se encontraba su tía, a lo que la la sirvienta respondió que llevaba unos minutos esperándola fuera.

Salió a buen paso para no hacerla esperar más, pero con sumo cuidado porque, aunque la tarde anterior su tía le obligó a pasearse por toda la mansión con los tacones para que aprendiera a caminar con estilo sobre ellos, todavía no los dominaba del todo. Una vez fuera, la joven pudo apreciar un gesto de molestia de Barbara.

— Lo siento mucho... —se disculpó mientras Roger se acercaba para abrirles la puerta.

— Hace mucho calor... Me has dejado aquí con el sol y no conviene que nos dé demasiado; no podemos llegar sudadas —la mujer percibió la mirada de arrepentimiento de su sobrina y decidió no continuar con la reprimenda—. Bueno, da igual. Lo importante es que estás arrebatadora.

Emily, que hasta el momento no tenía ninguna prueba irrefutable de que su tía no fuera de fiar, solo podía agradecer su hospitalidad. Pero, al mismo tiempo, sentía que la amabilidad de la hermana de su madre escondía algo más. Por no hablar de que en varias ocasiones había hecho referencia a que se debía vestir y arreglar correctamente o que estaba orgullosa de la belleza de su sobrina, como si de no ser así ella no fuera a encajar en su estampa familiar. Todo señalaba a que Barbara necesitaba tener una sobrina idílica que no desentonara con su vida de ensueño en aquel paraíso de los Davenport.

Emily Foster y los cinco vérticesWhere stories live. Discover now