Capítulo XXX

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Se despertó tirado en el sofá. Después de que Emily y Barbara se fueran al evento, él se había sentado a ver la televisión mientras esperaba a que Gabriela terminara de limpiar el estudio, cuando la modorra le pilló desprevenido. Miró su carísimo reloj de pulsera metalizado, eran más de las cuatro. ¿Cómo podía haberse dormido tanto? No estaba tan cansado como para echarse una siesta de más de dos horas.

Se incorporó lentamente. No le gustaba la sensación adormilada que se le quedaba en el cuerpo tras ese tipo de descansos fuera de horas. "¡Mierda, las cuatro!", recordó que a esa hora aproximadamente solían regresar Tyler y Maggie de la escuela. Se planteó posponer la investigación del despacho, era muy arriesgado realizarla en ese momento. Pero esa no era una opción, debía hacerlo cuanto antes.

Velozmente, recorrió la planta baja de la casa para tener controladas a todas las personas del servicio: la cocinera estaba preparando la laboriosa cena, mientras Gabriela le ayudaba con los preparativos. Al que no localizó fue al chofer, que posiblemente continuaba en el club de hípica esperando a que el evento terminara para traer de regreso a Barbara y a su sobrina.

Había robado muchas veces a lo largo de su vida, hasta alcanzar un punto en el que los nervios no existían cada vez que cometía un delito. Sin embargo, aquella vez era diferente: estaba a punto allanar el despacho de un posible futuro presidente de la nación más importante del mundo, dicho así imponía bastante.

Con un nudo en el estómago, deslizó la puerta corrediza del impresionante despacho. Movido por un impulso de ladrón profesional, se apresuró a correr las cortinas de satén color crema para que no le pudieran descubrir desde el jardín. A continuación, se lanzó a los cajones del escritorio. El primero lo abrió sin ningún tipo de cuidado, haciendo que cayera al suelo y provocara un sonido bastante audible. "¿Pero qué coño estoy haciendo? ¿Te quieres tranquilizar, Christian, que pareces nuevo?", se reprochó a sí mismo al tiempo que intentaba controlar la situación.

Un cajón, dos cajones y tres cajones sin ningún tipo de información o prueba que resultara comprometida o interesante. La mayoría de aquellos papeles eran estudios de votantes o datos sobre los adversarios que lucharían contra él por lograr ser el representante republicano a la Casa blanca.

Miró a la estantería de madera oscura que tenía a su derecha y que cubría toda la pared. Se situó ante ella y resopló al apreciar la cantidad de recovecos en los que debía de rebuscar. Extrajo una carpeta marrón, la abrió y la apoyó en la mesa, cuando un papel cayó al suelo. Se agachó para recogerlo y lo colocó de nuevo en el interior de la carpeta. En ese momento levantó la mirada, descubriendo una caja fuerte encajada en la pared principal tras la gran mesa del estudio. Se preguntó cómo no podía haberla visto, si quedaba justo enfrente de la puerta de entrada, pero había estado tan ofuscado en correr las cortinas y rebuscar en la cajonera, que no había tenido tiempo de observar aquella caja fuerte. Además, había estado otras veces en esa estancia y nunca había reparado en su existencia.

Tras volver a colocar la carpeta en la estantería, se acercó hasta ella y, por las marcas en la blanca pared, sospechó que alguien había quitado un cuadro destinado a esconder aquel escondite.

El sistema de seguridad era bastante moderno. No solo era necesario un código, que era para él totalmente desconocido, sino que requería el reconocimiento de una huella digital de alguna de las personas autorizadas. No debía probar suerte a poner claves cuando, además, en el caso de acertar debería averiguar la manera en la que falsear una huella digital como si fuera James Bond. Por no mencionar que corría el riesgo de que en su intento activara algún sistema antirrobo.

Así que, mientras maldecía para sus adentros, se dispuso a abandonar la misión. Hasta que una bombilla se le encendió repentinamente, dando con algo en lo que no creía que los fabricantes de cajas de seguridad ofrecieran garantías: sus poderes mágicos. Volvió a ponerse ante ella para posar su mano derecha sobre la pantallita digital que pedía la clave. Dejó que el brazo desde su codo se convirtiera en agua y, por las pequeñas hendiduras, lo introdujo en el sistema. Con los ojos cerrados y con toda la concentración posible, lo manipuló esperando que el agua terminará por estropearlo.

Todavía con los párpados apretados, escuchó un pequeño "click". Los abrió para descubrir la caja de seguridad abierta a través de una pequeña rendija. Soltó pequeños suspiros de admiración y sorpresa ante lo que acababa de lograr. Inconscientemente, recordó a su amigo Tizón, seguro que de saber aquello no dudaría en buscar la manera de explotarlo en su propio beneficio.

Con su brazo formado de nuevo, abrió la puerta de acero. Su interior, además de unos cuantos fajos de dólares, guardaba una especie de archivador negro. Sin demorarse, lo sacó, se dio la vuelta y lo posó sobre la mesa. La caja contenía pequeñas carpetas de papel color sobre amarillo. Cogió al azar una de las que estaban colocadas al principio y la ojeó mientras la sostenía.

En los papeles había impresa una la fotografía de una chica con el pelo rubio como el trigo, pálida y con unas grandes ojeras moradas. "Amanda Applewhite", leyó junto a la imagen. Por su fecha de nacimiento debía tener 16 años. Más abajo, un dato en letra negrita y mayúscula reclamaba la atención: "Invisibilidad".

Christian soltó una pequeña exclamación mientras extraía otra carpeta del archivador. "Patrick Evans". Este era más mayor, 19 años para cumplir 20. El dato en negrita revelaba que tenía la capacidad de controlar el fuego.

La siguiente carpeta que buscó fue la suya, volvió a la letra "B" de su apellido y ojeó unas cuantas hasta dar con ella. Lo mismo que las anteriores: una fotografía suya que recientemente había subido a Facebook —supuso que la habían sacado de ahí—, fecha de nacimiento y las letras llamativas con "capacidad de controlar el agua y convertirse en líquido". En el dosier había otros datos como la fecha en la que se presentaron sus poderes, lugar de residencia o posibles incidentes que podría haber provocado con el uso de sus habilidades especiales.

Cerró la carpeta y contó cuántas había. Un total de cincuenta archivos, lo que significaba que existían cincuenta chicos iguales a ellos, con distintas habilidades, pero con el mismo don o problema, como quisieras verlo.

Cuando se dispuso a buscar en la "F" de Foster, escuchó la puerta de la entrada a la casa cerrarse. Gabriela saludó a Tyler. Su oído desarrollado le advirtió de que las pisadas del joven Davenport se dirigían con prisa hacia el estudio. Devolvió las carpetas que había extraído rápidamente a su lugar, agarró el archivador y cuando lo introdujo en el interior de la caja fuerte no tuvo más opción que disolverse sin llegar a cerrarla.

Si hubiera llegado a entrar un segundo antes, el chico le habría pillado husmeando en el despacho de su padre. Tyler fue directo a la caja fuerte. Le extrañó que estuviera abierta, miró alrededor del despacho esperando encontrar algo más fuera de lugar, pero al no hallar nada ni a nadie, sacó el archivador, lo sostuvo bajo su brazo y lo sacó del estudio.

Una vez que volvió a estar solo en la estancia, recobró su forma, agitado ante los nervios por estar cerca de ser pillado con las manos en la masa. Miró a la caja vacía para cerciorarse de que ya no estaban los documentos y después dirigió la vista hacia la puerta por donde acababa de marcharse el primo de Emily.

— ¿Tyler? —se rascó la nuca—. ¿Qué mierda acaba de pasar?


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Este capítulo se lo dedico a mi amiga y vecina IulyMorar, porque ha sido su cumpleaños esta semana y porque me ha leído y apoyado desde el momento que decidí subir esta historia. No hay nada mejor que conocer a gente con la que compartes aficiones, y más cuando se trata del amor a la escritura. 

Emily Foster y los cinco vérticesWhere stories live. Discover now