Capítulo XI

2.3K 313 58
                                    

Cuando el tren hubo partido dejó tras de sí un profundo silencio, como el que sigue tras una estampida. Jake sintió la necesidad de ir a su casa para estar solo y afrontar a su manera la marcha de su amiga. Encerrarse en sí mismo era lo que mejor sabía hacer, pero no era el momento. Aún quedaban cabos sueltos que amarrar.

El señor Thompson le preguntó entonces cual era el siguiente destino. Jake dirigió la mirada a su profesor, que sostenía el volante con algo de temblor.

-          A la casa de Ashley Adams – Jake miró ahora hacia delante a través de la luna delantera.

-          ¿Para qué? -aunque Albert Thompson fue desde el principio una pieza clave de la escapada, había muchos detalles que desconocía.

-          La bicicleta con la que Emily ha escapado hoy es suya. Yo se la he robado esta noche – Jake tenía el ceño fruncido y los labios encogidos, creando prácticamente un circulo perfecto. - Ella se la jugó a Emily, pero tranquilo no le pasará nada.

Esa misma mañana, la bicicleta estaría en su garaje como si nadie la hubiera tocado. En el caso de que la policía la relacionara con la desaparición de Emily, descubrirían a una Ashley perpleja y sin respuestas. El resto de aspectos también salieron según lo establecido.

Felicia entró aquella mañana en el cuarto de su hija para darle el desayuno y suministrarle la medicación a las ocho en punto de la mañana. La cama estaba deshecha, por lo demás no había nada diferente, aparte de la ausencia de Emily. Tras comprobar que no estaba en ninguna parte de la casa, la madre fue a llamar a Steven, que se estaba retocando el bigote en el baño del dormitorio de matrimonio. El padre se alarmó más, su hija nunca se había ido de esa manera. Sin pensarlo, Steven descolgó el teléfono y marcó el número de la policía local, que, al tratarse de una menor, no tardó en personificarse.

Al encargado no le costó demasiado organizar una patrulla para rastrear la zona, que les llevó a localizar un pijama con sangre en el claro del bosque. Los señores Foster acudieron cuando ya hubieron acordonado toda la zona con una cinta amarilla que impedía el paso. Era necesario que reconocieran la ropa. Una vez que Felicia hubo confirmado que pertenecían a su hija, abandonó el lugar y volvió a su casa para continuar con sus tareas del hogar, aunque eso no se lo confesó a nadie.

La reacción de la madre no pasó desapercibida para el inspector que la había acompañado hasta el lugar donde reposaban las prendas. Ni una sola expresión de angustia o preocupación. Realmente no fue capaz de vislumbrar ningún tipo de sentimiento en aquella mujer. Nada, prácticamente no daba señales de que respirara. Parecía que en lugar de buscar a la adolescente Emily, lo que la patrulla estaba investigando fuera la muerte de la madre.

En un pueblo tan pequeño como Yorktown Heights las noticias volaban con prontitud. Los vecinos fueron pasando la noticia de boca en boca hasta que llegó a oídos de los medios. Periodistas con libretas, grabadoras, micrófonos, cámaras de televisión y furgonetas se trasladaron hasta la casa de los Foster. "Ojalá hubiera habido un despliegue parecido con la policía", pensó Felicia.

Para las diez de la mañana el caso Emily Foster estaba en boca de todos y en todas las pantallas del estado; ya fueran ordenadores, tablets, televisiones o móviles. En el preciso instante en el que la noticia saltó, Emily se encontraba justamente en uno de los lugares con más pantallas del mundo: Times Square. A la joven le impresionó que los grandes televisores de los rascacielos detuvieran sus anuncios publicitarios para dar esa información a los habitantes. Sí que debía ser ella importante para detener todo el capitalismo por unos segundos. Una gran imagen de Coca-cola dejó paso a una fotografía de Emily, ella se quedó unos instantes observándola, salía guapa y sonriente. Parecía feliz. Recordó el momento en el que se hizo: durante una excursión ese último verano con sus padres al gran cañón del Colorado. Fue un día estupendo y muy caluroso, tal y como demostraba el brillo del sudor en su piel.

La chica, preocupada porque no la reconocieran, se puso la capucha. Realmente se le antojaba harto complicado que alguna de las miles de personas que transcurrían nerviosas por llegar a sus trabajos u otras preocupaciones dedicara un solo momento para atender a la pantalla y luego percatarse de que aquella chica desaparecida estaba junto a ellos. Pero cualquier precaución era poca, así que en cuanto vio un supermercado entró y se dirigió a la zona de cosmética. Tras unos breves segundos frente al mostrador de tintes, cogió uno castaño claro. Siempre le había hecho gracia imaginarse a sí misma con el pelo rubio, pero no se atrevió a tanto, además, el rubio le recordaba a la melena de Asheley Adams y, desde luego, no quería parecerse a ella.

-----.....-----.....-----.....-----.....-----.....

La comida precocinada de Christian estaba calentándose en el microondas en el momento en el que sonó el timbre. A esas horas no esperaba a nadie, así que decidió no abrir al no ser que llamaran una segunda vez, una llamada que finalmente llegó. Se levantó con desgana de la silla de la cocina y se dirigió a la entrada. La puerta estaba siempre cerrada bajo llave, ese no era un barrio como para andar con confianzas. Tras dos vueltas a la llave, abrió.

Aunque le resultaba familiar, no terminó de reconocer a la chica que tenía enfrente al otro lado de la puerta y que le miraba con algo de timidez, como si esperara a que fuera él el que empezara la conversación. Al ver que el chico no le saludaba, fue ella la que finalmente tuvo que arrancarse.

-          Hola, nos conocimos hace un par de semanas al lado de la biblioteca. Puede que no me reconozcas porque me he aclarado el pelo- Emily sonaba simpática al mismo tiempo que agarraba y levantaba uno de sus mechones ahora castaños.

Christian la reconoció, pero no quiso mostrar su lado más amable. No le gustaba abrir la puerta y encontrarse a una desconocida simpática. Igual que, en su momento, no le gustó que le abordara en la calle. Esa vez pudo esfumarse, ahora no tenía escapatoria, por lo que esbozó un gesto de desaprobación.

-          ¿Qué quieres?

La chica no esperaba recibir tan mal recibimiento, así que optó por cambiar de estrategia, hablar con un tono más serio e ir al grano.

-          La otra vez no pudimos hablar- Emily pasó el brazo por encima de su cabeza, cogió su melena y la sostuvo con su hombro derecho. Mostró al chico su nuca, dejando al descubierto la marca de los cinco vértices. – Y creo que tenemos una conversación pendiente.

Emily Foster y los cinco vérticesUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum