Capítulo V

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Cuando el día anterior su mejor amiga le confesó que tenía poderes sobrenaturales, a Jake le costó creerlo, pero le había prometido que podía confiar en él. Así que no le quedó otro remedio que pasarse toda la noche en vela buceando en internet, intentando descubrir qué le estaba sucediendo. A pesar de su empeño, solo encontró timadores, enfermos y lunáticos que afirmaban escuchar voces. ¿Sería ese el caso de su amiga? ¿Acaso el golpe la había trastornado? No se permitió inundar la cabeza con ese tipo de pensamientos. Fuera lo que fuera lo que le pasara, él estaría ahí para apoyarla.

Aprovechando que era sábado, y que no tenía que ir al instituto, aquella mañana fue al hospital. Mientras subía a la tercera planta en ascensor, volvió a pensar en la posibilidad de que Emily estuviera perdiendo el juicio, y en tal caso se preguntaba cómo debía actuar él: seguirle la corriente a pesar de que con ello estaría alimentando aún más su fantasía o hacerle ver la realidad, aunque implicase perder su relación con ella.

En medio de su reflexión, un pitido le avisó de que había llegado a su destino. Se dirigió a la habitación 311. Trucó la puerta esperando recibir invitación para entrar, pero en vistas de que esta no se pronunciaba, asomó la cabeza. Al ver que su amiga no reposaba en su cama se preocupó, pero en seguida pensó que la habrían llevado a realizar alguna prueba. Decidió pasar y esperar a que Emily regresara.

Una vez dentro, y ya con la puerta cerrada, escuchó unos sollozos. Recorrió la estancia con la mirada, pero no localizó nada extraño. Dio un paso y avanzó hasta la cama, y en una esquina pudo distinguir a su amiga. Estaba agachada, en una especie de posición fetal: con la cabeza entre las piernas y sus brazos rodeándolas.

– ¿Emily? - a Jake le costó actuar, se quedó parado por unos instantes sin entender qué sucedía. Su siguiente reacción fue la de apresurarse a socorrer a su amiga.

– ¡Ey, Ey! ¿qué pasa?

Emily dejó ver su cara, descubriendo un mar de lágrimas y una expresión de profundo dolor.

– ¡No lo entiendes!, ¡Nadie me entiende! - Emily se secó el lagrimal de su ojo izquierdo. - Mi cabeza. No para. No descansa – La chica estaba muy agitada y le costaba respirar y articular las palabras- Llevo toda la mañana escuchando. ¿Sabes que la señora de la habitación de al lado tiene cáncer?

– Emily, ¿qué te está pasando? - Jake en un intento de tranquilizarla le abrazó protectoramente, pero, lejos de apaciguarla, su amiga se alteró más.

– Se lo han dicho esta mañana, ¡Le quedan días de vida! Si es que no muere hoy... Ni los médicos ni su familia le habían dicho nada de cómo de grave estaba hasta hoy. ¡Nada! y ahora se siente estafada. Está ahí, tumbada y no para de pensar en cómo se va a poder despedir de sus dos hijos - Emily soltó dos bocanadas de aire antes de continuar. - Pero eso no es todo. Escucho las mentes de todas y cada una de las personas que pasean por este hospital. ¡Todas y al mismo tiempo! ¡Voy a estallar!

El chico, que hasta ahora estaba agachado delate de su amiga, se sentó a su lado. Al hacerlo, unas llaves cayeron de su bolsillo.

– ¡Dios, las llaves! no puedo más, ¡Todos los sonidos!¡Ya basta!

– Vamos a superar esto ¿Me oyes? – Jake acercó la cabeza de su amiga hacia sí y le besó en la frente- Tranquila.

Aunque Emily se relajó al tener a su amigo cerca, no tardó mucho en volver a enloquecer. Jake entonces no tuvo más remedio que salir al pasillo y pedir ayuda. En cuanto lo hizo, dos celadores y tres enfermeras acudieron con la mayor brevedad y ayudaron a Emily a regresar a la cama. Cuando llegó el doctor Boyle, ordenó a Jake que esperara fuera. Quería que solo él y una enfermera se quedaran dentro mientras la atendía.

Emily Foster y los cinco vérticesWhere stories live. Discover now