Capítulo XVII

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Siguió al señor Bradley hasta debajo del puente Throgs Neck. Allí, Charlie fue en busca de unos cartones que tenía escondidos, los esparció por el suelo y se tumbó. Era una noche despejada y se podía apreciar bastante bien las estrellas, algo que no era habitual en Nueva York. Emily pensó en lo bonita que eran las vistas; con el gran puente de hormigón que atravesaba el río Este, las luces de los coches pasando sobre él y el skyline de Queens al fondo.

Estaban junto al río, en una especie de playa de piedras. La chica se acercó poco a poco. Mientras lo hacía, Charlie escuchó las pisadas. No había apenas luz, más que la que producían los vehículos pasando, las estrellas y los rascacielos en la lejanía.

Abrió los ojos para ver la figura de una persona caminando hacia él, desde la distancia le pareció que era su hijo, la ancha sudadera que llevaba Emily le confundió, pero mientras ella se iba acercando reconoció a la chica.

— ¡Hola, Emily! — adoptó una pose desvalida.

— Hola, señor Bradley.

— Señor —repitió a la vez que reía para sí—. Hacía mucho tiempo que nadie me llamaba señor.

— ¿Puedo sentarme con usted? — preguntó educadamente.

— Claro, adelante. Hace una noche muy buena— le hizo un hueco en los cartones.

La chica respondió sentándose a su lado. Era cierto lo que había dicho Christian, su padre olía a destilería de Whisky. Estaba muy pegada a él, y notaba el tufo a alcohol que llegaba al son de las respiraciones del hombre.

— Muy guapa, sí señor. Eres muy guapa, mucho más que la furcia pelirroja con la que suelo ver por el barrio a mi hijo.

— Gracias —dirigió un mohín de satisfacción a Charlie.

No sabía el motivo, pero la idea de que alguien le dijera que era más guapa que Daisy le complació y le ruborizó sus mejillas, algo que notaba siempre que alguien le decía lo guapa que era.

— Perdone, pero no he podido evitar escuchar vuestra discusión y tengo algunas preguntas...

— Me imagino que, si has venido hasta aquí, es porque mi hijo no te facilita esas respuestas. —El hombre tosió, la flema que se escuchó delataba que era fumador—. Es un chico muy reservado, siempre lo ha sido.

— ¿Por qué vive en la calle teniendo una casa? — lanzó sin más rodeos. Le resultaba incómoda la pregunta y cuanto antes tirara del esparadrapo sería menos doloroso.

— Ya has visto el cariño que nos tenemos. Un buen día mi hijo me propinó una paliza, desde que su madre nos abandonó había cambiado. Yo le cogí miedo y preferí retirarme para no dar problemas. No es mal chico y me pasa dinero, solo que a veces es... un poco rebelde.

La muchacha dudaba de las palabras que salían de la boca del señor Bradley, pero quería comprobar dónde desembocaba aquella conversación.

— ¿Qué le pasó a su madre?

— Se enamoró de otro hombre y se esfumó. Mi hijo no lo supo encajar. —La conversación comenzaba a agitarle los nervios—. Fin de la historia.

Hasta ese momento, el señor Bradley le había mantenido la mirada, pero de repente la desvió, un gesto que le delató. Emily entonces no pudo evitarlo, estaba cansada de medias verdades y mentiras. Entrecerró los ojos y fijó la mirada en Charlie. Le costó un poco de esfuerzo, pero ahí estaba, la mente del vagabundo se abrió de par en par para ella.

Emily Foster y los cinco vérticesOnde histórias criam vida. Descubra agora