Capítulo IV

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Abrió los párpados con pereza y, aunque tardó en percatarse de que no estaba en su cuarto, solo hizo falta dirigir su mirada arriba a la izquierda para descubrir cómo un gotero le suministraba suero. Tenía la boca seca y el cuerpo entumecido. Una televisión pequeña con el sonido muy bajo estaba enfrente de ella y en una esquina, asomada en la ventana, Felicia miraba a la lejanía. A Emily le costaba mantener los ojos abiertos, pero, a pesar de su agotamiento, logró mirar fijamente a su madre.

– ¿En qué se habrá metido esta chica? No me lo puedo explicar. Toda la vida cuidando de tu hija para que luego pase esto...

A Emily le costó percatarse de que su madre no estaba vocalizando. Eran sus pensamientos lo que estaba escuchando. Pensó que se estaba volviendo loca, y con su mano derecha, en la que no tenía la vía puesta, se frotó la cabeza. Al hacerlo, descubrió como una gasa cubría buena parte de su frente. Con dificultad, tragó saliva y logró llamar a su madre.

– Mamá - su propia voz le sonó muy débil.

Felicia no esperaba escuchar a su hija, por lo que le costó reaccionar. Al ver que estaba despierta, se le iluminó la cara con una sonrisa y se acercó hasta ella para darle un beso en la mejilla. Cuando Emily fue a preguntar qué había sucedido y porqué estaba tumbada en la cama de un hospital, Felicia apartó su cara de Emily. Su semblante era serio, era como si repentinamente le hubieran dado una mala noticia.

– Voy a avisar de que estás despierta.

El no saber nada estaba matando a Emily. Necesitaba respuestas inmediatamente. La información tardó en llegar cerca de diez minutos, y lo hizo de la mano del Doctor Boyle. Un hombre que rondaba los treinta años, pelirrojo y de aspecto glotón. A pesar de que dicen que las personas gordas dan aspecto de felicidad, el que tenía Emily ante sí le resultaba demasiado formal, serio e incluso con un toque de mal humor.

– Buenas tardes, Emily. Soy el doctor que te ha estado tratando.

Emily siempre había sido una chica muy vergonzosa, una característica que siempre había contrastado con un toque de descaro que sus padres siempre habían intentado anular. Esta vez fue ese toque irrespetuoso de su personalidad el que salió a flote, lo que le empejó a abordar al médico con preguntas.

– ¿Qué ocurre?¿Qué me ha pasado?¿Por qué estoy aquí tumbada con agujas?

– Tranquilízate. Necesitas descansar y, por el momento, lo mejor será que hable yo -dijo el doctor, al mismo tiempo que sacaba un bolígrafo del bolsillo de su bata blanca y abría una carpeta marrón que llevaba el nombre de Emily- Verás, hace dos días fuiste ingresada en estado crítico. Al parecer, te desmayaste y te diste un fuerte golpe en la cabeza contra un lavabo. Tenías unos espasmos corporales fuera de lo común y las pupilas dilatadas...

– No me he drogado. Nunca. En mi vida. Nada. - hablaba pausada, para dejarlo claro.

– Yo no he dicho nada de eso...- dijo el doctor descolocado.

– Pero es lo que me iba a preguntar ahora ¿Cierto? - Emily volvió a escuchar voces en su cabeza, está vez provenían del médico pelirrojo-. Y no sé para qué pregunta si he consumido o no. No le importa mi respuesta. Usted ya tiene un claro veredicto y nada de lo que diga o haga podrá cambiarlo ¿no es así?

– Emily, entiéndelo. Llegas aquí con una serie de espasmos, con las pupilas dilatadas y, además, hemos tenido que inducirte el coma porque tu cerebro tenía una actividad fuera de lo común y era necesario que bajara la inflamación causada por el golpe. ¿Qué quieres que piense?

– Sí, pero mis análisis no detectaron ningún tipo de estupefaciente...

El doctor se quedó parado. No sabía cómo continuar una conversación en la que su interlocutora lograba anteponerse tanto a sus contestaciones.

– ¿Y tú cómo sabes eso? - el señor Boyle hizo una notable pausa y miró de manera inquisitiva a su paciente – Bueno, será mejor que descanses. Volveré en otro momento.

– Ya he descansado bastante – Dijo en voz alta la chica una vez que el doctor había abandonado el cuarto.

Todo su cuerpo estaba adormilado, pero, con mucho empeño, logró sentarse en la cama con los pies colgando. En el momento que fue a ponerse en pie, la puerta se abrió.

– ¿Qué haces? - Jake, con medio cuerpo todavía en el pasillo, miraba a su amiga preocupado.

– Pensaba que eras mi madre, anda no te quedes ahí parado como un pasmarote y ven a echarme una mano.

Jake hizo lo que pedía su amiga: le ayudó a levantarse y, sin soltarla, agarró su gotero.

– Te acabas de despertar después de dos días en coma. ¿De verdad crees que es muy buena idea hacer esfuerzos?

Emily no le respondió y, apoyada en su amigo, cruzó la habitación y se dirigió hasta el baño. Una vez ahí, se apartó la melena a un lado, acerco la cara al espejo y la volteó hacia la derecha. Se palpó la nuca y pudo notar una extraña marca.

– ¿Qué es eso? Preguntó con cara de asombro Jake.

– No lo sé. Creo que es una especie de cicatriz. No alcanzo a verla bien. Dime tú lo que ves.

– Es como una quemadura con forma de estrella de cinco puntas.

– ¿Estrella de cinco puntas? ¿Estás seguro?

– Sí, eso parece. - confirmó Jake sin dejar su cara de asombro. - Venga, es mejor que te tumbes.

La chica hubiera preferido no hacer caso a su amigo, pero notó como flojeaban sus piernas. Era evidente que estaba forzándose demasiado, así que acepto volver a la cama a condición de que su amigo le contara todo lo sucedido. Jake accedió al trato y empezó a explicar cómo toda la clase fue corriendo a los baños después de que Ashley la encontrada tirada, y como todos los compañeros formaron un circulo a su alrededor hasta que llegó la ambulancia, y como él había estado a su lado todo lo que pudo en esos dos largos días en los que ella había estado en un sueño profundo.

– ¿Entonces Ashley fue la única que se ofreció para ir a buscarme? Esa Víbora estaría intentando descubrir mis trapos sucios...

– Emily, me has tenido verdaderamente preocupado ¿se puede saber qué te está pasando?

– Por favor, dime que tú no crees que yo ande metida en drogas- Emily dirigió sus esfuerzos hacía Jake, y -con su recién descubierta habilidad- pudo notar como le ofendía la duda-. No hace falta que respondas, ya sé que no. Jake, no sé qué es lo que está pasando, pero sí sé que tú eres el único en quien puedo confiar.

El chico asintió con la cabeza y dedicó una sonrisa cariñosa a su amiga, la cual tomo aire y exhaló con fuerza.

– La mañana en la que perdí el conocimiento. Amanecí con dolor de cabeza, pero lo más raro fue que tenía una herida que no sabía cómo me había hecho en la nuca...

– Que es la cicatriz con forma de estrella. -Interrumpió Jake como si hubiera dado con un gran descubrimiento.

– Sí, así es. Pero en ese momento era una costra normal y corriente. Lo más extraño es... que... desde que me he despertado hoy – Emily no era capaz de terminar la frase, era como si la asimilara al mismo tiempo que la pronunciaba. -Puedo leer la mente de la gente.

Emily Foster y los cinco vérticesWhere stories live. Discover now