Capítulo 5.

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El señor camarero paró frente a una puerta de madera, adornada con detalles en oro y plata (cursi, ¿no?).

- Esta es la habitación de la señorita. Pase, por favor. - me dijo. Me quedé un poco sorprendida porque en todo el trayecto por el laberinto al que llamaban casa ni me había mirado. Sólo se limitaba a explicar en qué consistían las estancias y decirle no se qué a mi padre.

Entré en la estancia. No había visto un dormitorio más grande en toda mi vida. Habitación rectangular, con paredes color chocolate. Justo de frente a la puerta, y a tomar por saco de ésta, se encontraba una ventana con alfeizar, que daba al jardín. Debajo de la ventana, la cual se situaba bastante elevada, una cama de por lo menos dos metros de ancho por tres de largo se habría paso en la habitación. Tenía la colcha color crema, al igual que las miles de almohadas que había encima de ella. Una silla a un lado, y una baúl a los pies de la cama. Un escritorio de madera pura se instalaba en la pared de la izquierda. Al otro lado de la habitación, Unas cortinas. ¿Y las ventanas dónde se supone que están? Al correr las cortinas de tul comprobé que no había rastro de ventanas; al contrario, un largo y ancho vestidor era lo que de verdad había. A lo largo del vestiddor había puertas y más puertas llenas de ropa (y vaya qué ropa), y al fondo, una puerta igual que la de la entrada a la habitación. La abrí y había un gigantesco baño del mismo color que la habitación. Sentía que me iba a desmayar en cualquier momento.

. . .

Cuando el camarero (aunque luego descubrí que era el mayordomo) y mi padre salieron de allí, corrí hacia la cama y de un salto me desplomé en ella. Crucé mis brazos alrededor de mi cuello y suspiré. Qué pena que sólo vaya a ser una semana... Me encanta Londres, y si además le añades esta casa, ya voy que chuto. El ordenador tiene que estar por alguna parte.... ¡Las maletas! Me había olvidado por completo de ellas. Me incorporé en la cama y salí corriendo de la habitación, dirección: las escaleras de caracol. Dios, casi me mato bajándolas. No me he caído de boca de milagro. ¡Genial! Ahora no sé adónde se ha metido mi padre. Empecé a correr por el pasillo girando siempre a la izquierda (no quería dejarme la nariz en las paredes de la derecha), y tan distraída iba que choqué con algo. Duro (no piensen mal, por fa). Caí al suelo. No me he caído por las escaleras, me tenía que tocar en mitad de la casa. Cuando dejé de pensar en tonterías que correteaban por mi mente, me fijé que había otra persona tirada en el suelo. "Ya no voy a ser la única a la que le duela el culo", pensé. ¡Genial! Es Tecla.

- Lo siento, iba tan distraída que no te he visto... - me disculpé, intentando contener la risa.

- No es nada. Por cierto, ¿te gusta la casa?

- Sí, es preciosa, y además enorme. La pena es que vayamos a quedarnos una semana nada más. - le dije con un inglés tan perfecto que me sorprendí, casi hasta el punto de asustarme.

- ¿Una semana? - dijo extrañada - A mi me dijo tu padre que os ibais a mudar aquí...

¿¡Qué?! Me quedé como en shock, no me lo podía creer. Espera, esto no puede estar pasando, es un sueño. Claro que es un sueño, eso explicaría lo de la casa y el camarero que no es camarero y... ¡Maténme ahora! ¡Vivir en Londres! Esto lo tengo que hablar seria y urgentemente con el responsable de esto: mi padre. Estás jodido papá, bien jodido...

Caminé derechita hacia la cocina, pues sabía que cuando desaparecía se iba allí a comer algo, y cuando llegué se lo eché en cara. 

- ¿Qué te pensabas? ¿Que no me iba a enterar de que nos quedamos aquí? 

- Pensaba que te gustaría la sorpresa... 

- Y me gusta, pero podías haberlo dicho un poco antes. 

- Vale, lo siento. Dentro de un mes vas a la escuela. 

- ¿Qué? ¿A qué escuela? - dije asombrada. Primero no me dice que nos mudamos y luego me va y me cuenta que voy a ir a la escuela. ¿Pero esto cómo va? 

- A St. Paul's School. 

- ¡Perfecto entonces! Además de no avisarme de nada voy a ir a un colegio para pijos y me tendré que poner una faldita ridícula. 

- No te pongas así que no es para tanto.  

- ¡Cómo que no es para tanto!- desde luego hace que me hierva la sangre.  

Di un grito para soltar toda mi rabia de una puñetera vez, y subí dando zapatazos por las escaleras, mientras mi padre me llamaba. Cerré la puerta de mi habitación de un portazo y me desplome sin fuerzas sobre la cama. Aplaste mi cabeza contra la almohada y chillé. Chillé hasta que me dolió la garganta, quería quedarme afónica, aunque ahora me doy cuenta de que fue una estupidez. Cuando ya no me salía la voz, o lo que fuera eso que me salía cada vez que abría la boca (no pensemos mal), me dormí.

PólvoraWhere stories live. Discover now