Capítulo 4. Para todos aquellos a los que les guste dormir.

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El traquetreo del tren me despertó. Abrí los ojos y los tuve que volver a cerrar por el exceso de luz. Un momento; ¿tren?¿traquetreo del tren? Ya me habían movido otra vez de sitio y sin yo darme ninguna cuenta de ello. Me estaba empezando a cansar un poquito, espero que a mi padre no se le vuelva costumbre. Me incorporé en el asiento (ya que estaba tumbada) y bostecé. Qué maleducada soy... ¿Desde cuando me importa a mí ser o no maleducada? Oh, cierto, desde que mis hormonas se revolucionan cada cinco minutos. Parpadeé un par de veces y me dediqué a mirar por la ventana. El paisaje era precioso. Todo muy verde, con gran cantidad de árboles y un sol radiante y caluroso iluminaba el día. Nada del otro mundo, pues yo vivía en el norte de España, en donde todos los lugares son así. A excepción del sol radiante y caluroso, en mi pueblo llueve la mayoría de los días. Pero el solo hecho de estar en Inglaterra lo hacía más bonito aún. ¡Alto ahí! No me había dado cuenta de que mi padre no está conmigo. ¿Dónde se habrá metido? Bueno, a saber, tanto él como yo desaparecemos cuando menos lo esperas. 

Al rato, cansada de estar con el culo pegado en esa incómoda silla, me levanté a estirar las piernas. En un intento de ponerme de pie, me caí de nuevo en el asiento al sentir que el suelo se movía. Putos trenes, siempre tienen que pasar una curva cuando quieres levantarte. Al final, después de varios intentos, conseguí ponerme de pie, y estuve andando a lo largo del tren por lo menos media hora; cuando me fijo que mi padre está en una "terracita" hablando con una mujer. Pero esa mujer me sonaba de algo... Y no sabía de qué. Bueno, ya se me vendría a la cabeza. Me acerqué a ellos para saludarles. Y cómo no, el tren y las curvas de los raíles tan oportunos commo siempre. No me caí al suelo gracias al pomo de la puerta, pero cuando me solté me quedé con él en la mano. Ups... había arrancado el pomo. ¡Pues qué se le iba a hacer! Lo más disimuladamente que pude, me acerqué a la ventana y tiré el pomo a través de esta. Ahora sí. Abrí la puerta, mi padre se giró y la señora hizo lo propio. Mi padre sonrió y la señora puso cara de pocos amigos. Era una mujer delgada, alta, con buenas caderas y poco pecho. Tenía el cabello pelirrojo natural, liso y por la cintura; podía vérsele la tez bastante blanca y las manos delicadas con largos dedos. Tendría alrededor de treinta años, y para la edad se conservaba bastante bien y era muy guapa. Llevaba puesto un vestido negro, con estampado de flores diminutas, el cual le estaba ajustado hasta la cintura y después caía libre hasta la rodilla. Lo acompañaban unas lindas sandalias de tacón color café. 

- Hola cielo, ésta es Tecla. - me dijo mi padre. Le miré sin comprender. ¿Por qué me contaba eso ahora? ¿Y qué hacía esa mujer con él? Debió ser que me leyó el pensamiento, porque añadió: - Es una agente inmobiliaria. Nos va a dar la mejor casa que tenga para nuestra estancia en Londres. - Claro. Ahora todo tiene más sentido (mentira).

- Le estaba enseñando unas cuantas a tu papá. ¿Te gustaría opinar? - 

¿Tan pequeña parezco? Joder, que entiendo que quiere caerme bien, pero no soy una enana, que tengo diecisiete jodidos años. Intenté disimular mi "enfado" con ella y tratar de hablarle bien. Entorné los ojos y una sonrisa maliciosa se dibujó en mi cara.

- Sí, gracias cielo, te lo agradezco de verdad. Oye, papi, ¿luego me compras un heladito?- les dije intentando sonar al más puro estilo "niñita de papá". 

- De acuerdo, pero primero dime qué casas son las que te gustan. - me dijo mi padre intentando aguantar una carcajada ante tal actuación. Unas veces puede ser un capullo, pero otras es el mejor compinche del mundo. 

- No. Quiero que sea una sorpresa. Y quiero mi helado. - le dije fingiendo molestia. Me giré haciendo "volar" mi pelo exageradamente y me alejé de allí. 

. . . 

Vaya aburrimiento. ¿Falta mucho? ¿Ya llegamos? Parezco una ñiña pequeña. Pero es que se habían pasado más de dos horas y todavía seguíamos en el tren. Y llevo todo el trayecto pensando en por qué me sonaba Tecla, pero no tenía ni idea. Creo que la he visto en otra parte... ¡Joder! No se me ocurre nada. Y venga darle vueltas al molino... Me está entrando un sueño que lo flipas del revés....  Me acordé del avión, y de lo bien que dormí en esos suaves asientos... ¡Claro! Tecla era la mujer que ví justo antes de dormirme en el avión. Ahora todo tiene mucho más sentido (vuelve a ser mentira). Y necesito ir al baño. Urgente. ¿Y sabéis lo que es más oportuno aún? Las curvas. Esta vez, el tren logró que me callera de culo al suelo. Menos mal que el vagón estaba desierto. Pero en vez de seguir vibrando el suelo, el tren paró. Londres. No me lo podía creer. ¡Al fin en Londres! Esa maravillosa ciudad llena de humedad. Qué jodidamente mal ha sonado. Y qué mente tan sucia la mía. Mi padre apareció en ese momento con una especie de folleto gigante en la mano, y con sus maletas en la otra. ¿Adivinas dónde estaban mis maletas? Esparcidas por todo el vagón. Las recogí a toda prisa, y los dos salimos del tren. Hacía calorcillo. Me gustaba el tiempo de allí en verano. A veces hace frío, y otras hace calor. Es una cuidad jodidamente bipolar. ¡Qué ilusión! Ahora toca montarse en autobús. Si te digo yo que voy a llegar con el culo plano...

6542257... ¡Mierda! Maldito tren y maldito bus. Iba a llmar a Ari cuando el bus ha parado en nuestra parada y se me ha caído. Ahora está a tomar por saco  de mi asiento. Corrí hacia él y me topé, por el camino, con un chico. Me dijo un "sorry" bastabte inaudible. Luego nos miramos. Me quedé hechizada con su mirada. Era alto, castaño y de ojos azules. Wow, los británicos  si que son guapos, no como los españoles. Me sonrió y se fue. Vaya hombre, justo cuando le iba a decir algo (en un inglés penoso)... Bueno, el caso es que recogí mi móvil y nos bajamos del autobús.

Tuvimos que andar como  dos manzanas hasta llegasr a Oxford Street. Mi padre paró frente a una casa g-i.g-a-n-t-í-s-i-m-a, con todas las letras. Parecía una mansión.   LLamó al timbre. A los tres segundos, un hombre viejo que parecía un camarero, nos abrió las puertas (¿no he comentado que había dos puertas más grandes que Marc Gasol?) . 

- ¿Señor y señorita Uriarte?- logré entenderle.

- Sí. - contestó mi padre.

- Adelante.- respondió cortesmente, apartándose del camino que daba al interior de la mansión. 

Wow. 

Sólo era el vestíbulo y ya me había enamorado. Suelo de parqué. Alfombra de terciopelo color pistacho (les ha dado fuerte con el terciopelo). Estanterías a los dos lados repletas de trofeos. Ganchos para los abrigos. Era ancho y largo. En ese vestíbulo podría haber perfectamente veinticinco gordos y que todavía sobrara hueco.  Mi padre me hizo una seña para que dejara la chaqueta en el gancho. Lo hice, obvio, pero sin ninguna consciencia en mi persona. Cuando el "camarero" abrió las puertas que daban paso al resto de la casa, me quedé sin respiración.

A la izquierda, un pasillo muy alncho y lasrgo conducía a la casa de invitados. A la derecha, el mismo tipo de pasillo conducía hasta el observatorio. Al frente, había una gigantesca sala que no pude saber lo que era. No dirigimos por el pasillo de la derecha. Cuando llegamos a la puerta del observatorio, giramos hacia la izquierda. Otro pasillo ancho y largo. A lo largo de éste, se encontraban dos grandes salas, el salón y el cine, por llamar de alguna manera a la pantalla gigante y las butacas. En el sitio donde ese pasillo hacía esuina con el siguinte, había (¿preparados; listos? ¡que suenen los redobles de tambor!) un spa. HAY DIOS MÍO. Esta casa iba a conseguir que me diera un telele o algo.  Pues todavía no he terminado. Como eso era un laberinto, había otro pasillo más si giramas hacia la izquierda. Hacia la derecha te chocabas contra la pared. Lo digo por experiencia. A lo largo del pasillo, la terraza (qué vaya terracita, mil metros cuadrados y con barra libre), y al fondo, la cocina. Cocina muy grande, por no decir gigante. Supongo que como el resto de la estancias. Ahora bien, ya me estoy cansando de pasillos anchos y largos hacia la izquierda y darme de morros contra las paredes de la derecha. Bueno, pues siguiendo el pasillo (qué coñazo de pasillos), había el grandioso, glorioso, como lo quieras llamar, y nuevamente, la casa de invitados, desde donde habíamos partido la visita. En el centro de todas las estancias, con las que, si lo veías desde arriba se formaba un círculo, había esa gran sala de la que os he hablado antes. Más tarde descubrí que era una piscina de veinticinco metros de largo por doce metros y medio de ancho, flipas, climatizada. Más tarde contaré cómo lo descubrí. Bien, la parte de la casa que más me gustaba era la casa de invitados, por que si girabas hacia la derecha no te dabas con la pared. En lugar de eso, había una escalera que parecía interminable de caracol con escalones de parqué, y una alfombra de terciopleo rojo a través de ésta. ¿Sabes lo que más me ha extrañado de la planta baja? Que no tiene un solo baño. 

Subimos las escaleras. Veinte en total. Pues tan poco eran tan interminabres. La planta de arriba era de la misma estructura que la baja, sólo que en lugar de observatorios y spa's había tres baños y cuatro dormitorios.

Y pensar que iba a vivir allí durante toda una semana.

PólvoraWhere stories live. Discover now